Adrián
Sánchez: “Durante muchos años
fantaseé con no hablar más, y que no me hablaran, por supuesto”
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Adrián
Sánchez nació el 22 de enero de 1970 en Buenos Aires, ciudad
donde reside, la Argentina. Egresó en 1994 de la carrera de
Periodismo General en TEA (Taller Escuela Agencia). Obtuvo, entre
otras distinciones, el Primer Premio del Concurso de Poesía “Valle
del Elqui”, organizado por el Centro Cultural Chileno “Gabriela
Mistral” en 2004. Publicó los poemarios “La condena del mudo”
(Primera Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes,
edición 1998; Ediciones Botella al Mar, 2000) y “Mi padre
cavaba un pozo” (Tercer Premio del FNA, edición 2012;
Ediciones del Dock, 2013).
1
— Nacés en el mes en la que también “nace” nuestra
cargadísima década del setenta.
AS
— A las 02.40 del veintidós de enero de
1970 en la ciudad por entonces denominada Capital Federal. Único
varón entre los once o doce nacimientos: algo así como una noche
récord para el Hospital Rivadavia. Ante la abundancia de
parturientas y escasez de médicos y enfermeras, mi madre hizo sola
el trabajo de parto. Además de las dificultades propias de la
situación, yo trataba de subir dentro de su cuerpo en lugar de
bajar. Recién cuando caí de la camilla y ella gritó, llegó la
ayuda.
Fui sólo un día al jardín de infantes. Se
llamaba "Los Enanitos" y quedaba a una cuadra de mi casa.
Conservo la imagen de estar sentado sobre una mesa mientras los otros
niños hacían cola para jugar con un payaso articulado de cartón.
Me resultó tan aburrido que cuando volví a casa le aseguré a mi
madre que no quería volver porque "los enanitos" me habían
robado mis galletitas. Por lo que sea, la triquiñuela funcionó.
A los seis años empecé el primer grado, y ahí no tuve
reparos. Me sentía cómodo, me divertía y las maestras me adoraban.
Recuerdo a dos de ellas peleándose por colocarme la pechera del
General San Martín, antes de subir al escenario durante el acto
celebratorio del 17 de agosto. La primaria transcurrió en calma.
Quería a mis compañeros y era querido. En tercer grado fui
elegido mejor compañero, y recibí como regalo "David
Copperfield" de Charles
Dickens. Y gracias a eso empezó mi amor por los libros, por las
historias. Y por Dickens. De todas maneras, las "malas
notas" por conducta eran semanales. Como en mi casa la
comprensión no era lo que reinaba, trataba de zafar como podía.
Llegué al extremo de agujerear el cuaderno de comunicaciones donde
correspondía que firmara mi madre; después recorté su firma de
otro lado, la pegué sobre el papel agujereado y declaré a la
maestra que mi mamá se había equivocado al firmar, que al borrar
había agujereado el papel y que entonces firmó en otro lado y pegó
la firma al pie de la mala nota. Una vez más, la triquiñuela
funcionó.
Adrián Sánchez con Gonzalo Millán, Aída Inés Osses Herrera, Luis Albornoz, Nadia Prado, Juan Cameron, Eugenia Brito, etc. |
Experiencia aterradora: en 1979 (cuarto
grado), a la escuela se le ocurrió trasladarnos en excursión a la
Comisaría de Olivos, en nuestro barrio. Armas, calabozos, detenidos
esposados (dios mío, quién sabe por qué), y la sana amenaza de que
eso nos esperaba si llegábamos a meternos en "cosas raras".
Y otra más: simulacros de bombardeo, por la eventualidad de algún
conflicto, acaso con Chile: escondernos debajo de los bancos a una
señal de la maestra.
AS
— Finalizando
la escuela primaria: suavizada por mis primeros besos con una dama un
año mayor. Muchos besos. Después hubo otros por supuesto, pero
supongo que nunca son como los primeros. Posteriormente, ya en el
secundario, recreaba exactamente el gusto y el olor de la boca de la
piba, exhalando mi aliento, aproximado al banco de madera, y haciendo
una cerca
con mis manos para que no se diluyera. El secundario fue más
hostil. Chico de escasos recursos económicos, becado en un colegio
privado en La Lucila. En segundo año me quitaron la beca por mal
comportamiento. No me portaba peor que el resto de mis compañeros,
pero por ser pobre y becado debía demostrar mi agradecimiento
mediante la obediencia y la sumisión. Esa beca me la había ofrecido
la directora de la escuela primaria, cuando estaba por terminar
séptimo grado. No sé por qué no lo habló con mi madre sino
conmigo. Me dijo que lo pensara, y que en una semana le respondiera.
Yo quería ir al Nacional de San
Isidro, pero en vez de rechazar la
propuesta, cometí el error de comentarlo con mi madre y mi hermana,
y terminé en el privado. Cuando me sacaron la beca, hubo que hacer
malabares para pagar la cuota de un colegio de mediocre para abajo.
Pero algo esencial para mi futuro aconteció por haber concurrido
allí. Dos cosas, en realidad. Conocer a mi profesor de Literatura,
Daniel Arias, que fue quien definitivamente me llevó a escribir. Y
un libro que me recomendó leer y que se transformó en mi favorito.
Tenía catorce años: lo leí cada dos hasta ahora, que tengo
cuarenta y seis. Se llama "Cuentos
de hadas en Nueva York"
y es de James Patrick Donleavy. Cada vez que termino de leerlo me
digo: "Un
día voy a regalar todos mis libros y me voy a quedar sólo con
éste".
Ese mismo año murió mi padre. No fue especialmente duro para mí (a
un nivel consciente, en ese momento, quiero decir). Nunca había
estado mucho en nuestra vida. No digo simbólicamente.
De hecho no
estaba, porque estaba en otro lado, nunca supe dónde. No fui a su
entierro. Ni siquiera sé si lo velaron. Lo que sí fue significativo
para mí de todo eso (tanto que treinta años después dio vida a mi
segundo libro, "Mi
padre cavaba un pozo"),
fueron los largos meses que pasó muriéndose en mi habitación, en
mi cama, mientras yo fui desplazado a dormir al comedor. Su última
frase para mí (la única en todo ese período, si no recuerdo mal)
fue: "Te
voy a matar".
Adrián Sánchez con Gonzalo Millán en 2004 |
Adrián Sánchez con Gonzalo Millán, Eugenia Brito y Sebastián Villalobos |
Por suerte, tuve amigos durante la secundaria, que hicieron
mi adolescencia entre niños ricos un poco más amable. Uno de ellos
muy importante, con el que descubrimos mucha música, que me acompañó
y me acompaña todavía. La mayoría de esos amigos perduraron lo que
duró la escuela, pero dejaron huella en algunos aspectos. Y
afianzaron el apodo que había empezado en la primaria más
tímidamente: mono.
Para mi profesor de literatura, que todavía veo, y para uno o dos
más que sobreviven a aquella época, todavía soy el mono. El apodo
viene de que desde chiquito, donde podía me trepaba. Y donde no
podía, también. Las costuras en la cabeza y los moretones en partes
diversas de mi cuerpo eran los trofeos. Como extras no vinculados a
las "monerías" pero sí a mi culo inquieto, fui
atropellado cuatro veces (quizá la última no cuente porque fue a
mis treinta y cinco años), una de ellas en bicicleta.
Adrián Sánchez con Diego Muzzio, Jorge Pizarro y Mariela Perpetua |
Terminando
el quinto año, fue el sorteo para el Servicio Militar Obligatorio,
en una de sus últimas ediciones. Entré de cabeza con el número
938. Decidido a no hacerlo, me dispuse a bajar de peso. Con
mi altura, debajo de cincuenta kilos quedaba fuera del Ejército. Al
momento del sorteo, en octubre del 87, pesaba sesenta y dos kilos. Un
año después, llegué a la revisación médica en el Distrito
Militar de San Martín pesando cuarenta y ocho. Un éxito. Eso sí,
apenas logré recuperar la mitad de los kilos perdidos. Recién hace
dos años, a mis 44, volví a mi peso original.
El verano previo, en el sur, había conocido a quien sería
me primera compañera formal. Ya trabajaba. Eso, junto con la
decisión de evitar la colimba, y dejar el hogar familiar, marcaron
el comienzo de lo que llamo "mi vida". Para mí, significa
algo así como el límite a partir del cuál uno (yo) deja de culpar
a otros por sus padecimientos, resultados, limitaciones, etc.
De
paso: el albergue transitorio que frecuentaba con este primer amor,
ubicado para más datos frente al hospital donde nací, es ahora un
hogar de ancianos. Espero que se trate de uno de esos casos en los
que un cigarro es sólo un cigarro.
3
— Pisando los noventa, entonces, te vas a vivir solo.
AS
— Fui
el primero de mi grupo de amigos en llevarlo a cabo, con lo cual mi
casa era la de todos. Y más de los que tenían chicas. Casi todos
mis amigos contaban con un juego de llaves. La única condición era
la de no ir sin avisar. Pero años después, no muchos, pasé de
generoso anfitrión a no abrir la puerta a quienes venían de visita
sin antes haberlo concertado. Y de eso, a no recibir visitas,
directamente.
Adrián Sánchez con los poetas chilenos Eugenia Brito y Sebastián Villalobos |
Por la época de mi emancipación se
acrecentó la intención de encarar con rigor la escritura. Empecé a
asistir al taller de quien había sido mi profesor de literatura.
Duré un par de años. En un momento él me echó, quizá con razón,
por no cumplir las consignas, plazos y demás. Por trabajar poco,
básicamente. Pero ese taller, el único al que concurrí, me enseñó
lo primordial: darle hacha a todo lo que no sea esencial. No siempre
se logra, pero hay que intentarlo. Y muchos de los textos laburados
en ese taller, fueron el esqueleto de mi primer libro, "La
condena del mudo".
Poco después, en viaje por Bolivia, el colectivo en el que
iba efectuó una parada saliendo de Sucre, en una especie de almacén
que había junto a la ruta. Cuando me asomé por la ventanilla,
observé a una chica, adolescente supongo. Jamás había visto a
alguien tan sucio. Era como si hubiera pasado un lustro revolcándose
en el barro y la basura, hasta que el barro y la basura parecían
crecer de ella. Pero tampoco había visto nunca a alguien tan
hermoso. Aun a través de esa coraza de barro y mugre, las
formas de su cuerpo y los rasgos de su cara impactaban. De repente se
inclinó hacia la derecha, levantó apenas su vestido, y se rascó el
muslo. Esa experiencia fue la confirmación física de algo que ya
intuía: no procurar extraer poesía de mundos inexistentes. La
poesía se me mostraba a mano y a la vista, de mí y de quien la
quisiera advertir. Considero que la realidad es lo suficientemente
poética para quien sabe capturarla y transmitirlo con palabras
justas (sencillas) y de manera reconocible. En todo caso, el
oficio está en saber captarla y describirla.
Intercalo cuatro frases que tengo pegadas junto a mi mesa de
trabajo:
"Yo
veo algo y lo describo tal como lo veo. Al hacerlo, me abstengo
de comentarlo. Si he hecho algo que me conmueve —si he
retratado bien ese objeto—, alguien más se conmoverá, aunque
también habrá otro que diga: ‘qué carajos es esto?’ Y tal
vez ambos tengan razón."
(Charles Reznikoff)
"Si
quieres expresar con exactitud esta circunstancia: ‘desde el río
soplaba un viento frío’, no hay en lengua humana más palabras que
las apuntadas para expresarla."
(Horacio Quiroga)
"Admiro a
quienes hacen poesía sin necesidad de crear un mundo que los demás
no puedan tocar." (Sean
Penn)
"Escribir es mágico.
Es, en la misma medida que cualquier otra arte de la creación, el
agua de la vida. Y el agua es gratis. Así que bebe. Bebe y sacia tu
sed." (Stephen King)
Me interesa lograr (trabajar en lograr) ese equilibrio, ese camino
bien finito que existe entre la poesía y la narrativa. Llegar a lo
básico, pero a la vez no tener miedo de narrar. Relatos, pero con un
ritmo y sonido e imágenes que como narraciones plenas no tendrían.
Mi ritmo creativo es lento. Entre la publicación de mi primer libro
y el segundo pasaron trece años. En el medio sólo escribí el que
dentro de poco estaré publicando como tercero. Espero que esos
plazos se vayan achicando. Tiene que ver con la confianza, supongo.
En estar seguro de lo que uno hace, pero no en el sentido de que es
maravilloso, sino de que uno se esmera para hacer siempre lo mejor.
En mi caso, y seguramente para muchos otros sea así también, aunque
obtuve algunos premios y reconocimientos, nunca me percibí más
orgulloso que al saber que había hecho lo mejor que estaba a mi
alcance elaborando un poema, un libro entero, sobre todo con el
ordenamiento, o lo que sea. Por otra parte, en ese sentido, a veces
pienso que ésa puede ser la diferencia entre un oficiante de poeta y
un gran poeta: uno llega hasta sus máximas posibilidades, y el otro
también, pero una vez que llega ahí, se pregunta cómo lo puede
mejorar.
4
— Nos ubicamos en el 2000. Desde el 2000.
AS
— Mi primer libro. Frecuentaba los
ciclos literarios, en parte por las invitaciones que recibía, y en
parte porque, bueno, era lo que correspondía. Incluso llegué a
co-coordinar alguno, “La Dama de Bollini”, con el poeta Daniel
Grad. No duró mucho la faena: apenas la segunda mitad del 2004. Pero
tanto de un lado como del otro, esas ceremonias fueron perdiendo
interés. Que quede claro, no las critico, sólo que no me dan
placer.
En 2004 fui invitado a Chile al Primer Encuentro
de Poesía “Voces para el Desierto”, realizado en Copiapó,
capital de la Región de Atacama. Por nuestro país participó
también Diego Muzzio, y por Chile Eugenia Brito, Gonzalo Millán,
Nadia Prado, Juan Cameron y Mauricio Redolés. Quien organizó todo
no
era de allí. Había llegado de Santiago apenas meses antes. Formó
un mínimo equipo, de gente que casi tampoco conocía, y obtuvo un
festival de tres días en distintas sedes, incluida la plaza, al que
asistió tanta gente como no se había visto jamás reunida en
Copiapó. Y aunque lo monetario nunca es lo esencial, consiguió
también hospedaje, comida y pasajes de avión para los poetas
invitados del resto de Chile y Argentina. Todos para escuchar poesía.
Y gracias a una persona que ama la poesía (en todas sus formas) y no
consideró que hubiera ningún impedimento válido para mostrar a
otros eso que amaba. Repito, en una ciudad que no conocía. Hoy me
enorgullece decir que es una de mis amigas más queridas. Se llama
Aída Inés Osses Herrera, y por si fuera poco, es Jueza.
Adrián Sánchez con Pablo Montanaro, Daniela Bogado, Juan García Gayo, Laura Yasan y Javier Cófreces |
5
— ¿Y el periodismo?
AS
— Después de dos años en la
carrera de Ciencias de la Comunicación Social de la Universidad de
Buenos Aires, me cambié a TEA, en procura de conocimientos más
prácticos que teóricos sobre Periodismo. Se me daba bien la
confección de artísticas radiales, sobre todo por cierto toque
humorístico. En algunas de las materias que concernían con la
escritura en sí, con el estilo sobre todo, mis intenciones poéticas
se hicieron notar. En algunos casos en mi contra, con profesores que
aseveraban que esa tendencia poética me jugaría en contra; otros a
favor, en la creencia de que justamente eso marcaría la diferencia
sobre lo establecido. Egresé, habiendo perdido poco antes (por no
estar al tanto de una noticia) un trabajo ofrecido por uno de los
directores de la Escuela. Al margen de haberme desempeñado en el
área de prensa de algunas empresas, la labor intrínsecamente
periodística que realicé, fue durante varios años en una ONG de
defensa de la libertad de expresión:
PERIODISTAS Asociación para la
Defensa del Periodismo Independiente, mediante la detección,
denuncia, seguimiento e intento de solución de los conflictos. Nunca
laborales o gremiales, sino puramente de libertad de expresión. Fue
una gratificante incursión. Pero después de eso, me volví librero.
Nunca registré el interés y la pasión que imagino que se debe
sentir para el ejercicio del periodismo (cierto tipo, al menos), en
cualquiera de sus formas. Pasión no sólo para realizarlo
meritoriamente, sino también, para obtener la fortaleza para no ser
consumido.
Adrián Sánchez con poetas Jorge Pizarro y Mariela Perpetua |
Adrián Sánchez con Alicia Perusín y Luis Raúl Calvo |
Durante muchos años fantaseé con no hablar
más, y que no me hablaran, por supuesto. Comunicar apenas con lo que
el cuerpo lograra transmitir. Quizá por eso me atrajo siempre
también el lenguaje de manos.
6
— En la solapa de “Mi
padre cavaba un pozo”
consta que mantenés inéditos al menos dos libros: “El
ángulo” y “Nunca
supe bailar”. ¿Son
poemarios? ¿Y en narrativa?...
Adrián Sánchez con su gata Nina |
AS
— Sí, se trata de dos poemarios. “El ángulo” ya está
terminado. Sólo queda definir su publicación. En este caso,
a diferencia de los dos volúmenes anteriores, que se publicaron
gracias a menciones o premios en concursos, decidí gestionar su
impresión por mi cuenta. Supongo que posteriormente me ocuparé
también de la distribución. En realidad, éste es un libro de
composición anterior a “Mi padre cavaba un pozo”. Pero
algo pasó en su momento, algo personal, que me marcó que era mejor
dar cabida antes a “Mi padre…”. Y la verdad es que a
partir de la publicación de este título, me fue mucho más fácil
pulir y terminar “El ángulo”.
En
el caso de “Nunca supe bailar”, no está cerrado, pero sí
lo suficientemente encaminado. No hay dudas sobre su “sentido”,
su hilo conductor. Tener claro eso, para mí, es tan importante como
la labor de escritura misma. Más todavía: sin eso, difícilmente
pueda componer los poemas.
La
narrativa me ha esquivado siempre. Es decir, aunque se trata del
género que más leo, nunca logré apresarla en cuanto a su
confección. Al final de “La
condena del mudo”, hay una especie
de narración para niños, un tanto siniestra según opinaron algunos
amigos con hijos. Sí, por lo que decía antes sobre mi
estilo, logré incorporarla a mi manera de “contar” mis poemas.
Cuando elaboro uno, necesito saber que estoy contando algo. Si no,
ese texto va a quedar irremediablemente descartado.
AS
— No se si esto califique como
respuesta a tu pregunta, pero es lo más cercano que se me ocurre. En
el 2004 o 2005 fui invitado por el poeta Eduardo Dalter a un ciclo de
lectura en el Hospital Borda [Hospital Interdisciplinario
Psicoasistencial “José Tiburcio Borda”], no recuerdo si
organizado por la radio “La Colifata”. Sólo acepté una vez que
supe que una amiga muy
querida me acompañaría. Al entrar
al enorme Hospital nos perdimos. Recorrimos patios y jardines sin
encontrar a Dalter o a la gente de la Radio. En un momento,
advertimos una ventana en un paredón. La golpeamos, y cuando nos
atendieron supimos que era parte de un edificio del Servicio
Penitenciario. Esto fue demasiado para mí, porque mis dos temores
históricos, diría que desde pibe, son volverme loco, o quedar
preso. Creo que de ninguna de las dos cosas nadie está a salvo.
Finalmente dimos con los organizadores, la mesa de lectura, el
micrófono y demás. Pero yo fui débil. No pude soportar la visión
de algunos internos que participaban, y tuve que irme sin concretar
mi lectura.
8
— ¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente
así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?
AS
— No comparto por completo el parecer
de don Discépolo. El mundo, y toda cosa que en él existe, desde que
ya no hubo un solo humano sino dos, es porquería sólo una mitad,
pudiéndose decir de la otra mitad, que
el mundo fue y será una maravilla.
9
— Un artículo de David Torres aparecido en el nº 70, febrero
2016, de “Agitadoras”, de España, nos recuerda que “Quevedo
pisó la cárcel por irse de la lengua, San Juan de la Cruz por
diferencias de opinión con la orden de los carmelitas, Fray Luis de
León por traducir el “Cantar de los Cantares” sin permiso
oficial y Cervantes fue acusado de malversación por una
irregularidad en las cuentas”.
¿Qué añadirías?
AS
— Añadiría que si alguna vez se
diga de mí que fui preso en tanto poeta, sumándome a estos casos
ilustres, seguramente será por atacar con violencia a algún colega
de los que suelen leer o publicar en sus libros epígrafes en otros
idiomas sin traducirlos, asumiendo que todos los lectores dominan,
por ejemplo, el turco.
10
— ¿Gacela, ardilla, puma, albatros o jirafa?
AS
— Puma, sin duda. Nada más admirable
para mí que un felino. Si en la lista figurara también “caballo”,
ahí estaría en problemas para elegir.
11
— ¿A qué personajes de la historia universal te hubiera gustado
parecerte?
AS
— Supongo que tu pregunta apunta a
personajes políticos, religiosos,
militares,
científicos, etc. (no artistas, quiero decir). La verdad es que no
estoy familiarizado con la Historia Universal y sus figuras. Como en
otros casos en los que sé que no sé
de qué se habla, prefiero no dar un
ejemplo sin saber, forzado.
12
— ¿Tus planes a corto y medio plazo?
AS
— A corto plazo, de acá a mitad de
año digamos, publicar “El ángulo”.
Después, abocarme a continuar “Nunca
supe bailar”. Me agrada mucho sacar
fotos, sobre todo que involucren personas en situaciones, una vez
más, narrativas, en las que cualquiera pueda ver una historia, y
leerla. Yendo un poco más lejos, imagino que el libro posterior a
“Nunca…”,
será un poemario basado en algunas de esas fotos.
13
— Manuel García Verdecia le
formuló en cierta ocasión un interrogante a la poeta Paulina
Vinderman. Citada la fuente, te la formulo: A diferencia de los
asuntos de sangre, en la poesía, todo poeta es responsable de su
genealogía literaria. ¿Cuál es el linaje del que te sentís
heredero?
AS
— Ésa es para mí una de las
preguntas más difíciles de responder, porque uno va modificando el
linaje. Justamente porque ese mismo linaje lo va modificando a uno.
Por supuesto, con el paso del tiempo, con el aprendizaje, se
incorporan autores. Pero por lo mismo, también se van.
Adrián Sánchez con su madre |
Obviamente sin
pretender ponerme a su altura, por dios, hablamos básicamente de
influencias, hoy diría que me siento heredero del linaje poético de
Cesare Pavese, de Emily Dickinson, de Jorge Teillier, de Charles
Bukowski, de Raymond Carver, de Jaime Sabines. También de Charles
Dickens, mi primera lectura, que no escribió poesía, pero sí fue
poeta. Y también entonces, cantautores como Gabo Ferro, cineastas
como Charles Chaplin, fotógrafos cómo Elliott Erwitt, pintores como
Edward Hopper. En fin, a todos los que me enseñaron lo que es la
poesía, aun sin escribir poesía, los considero mi linaje poético.
Y les agradezco, porque son los que realmente me educaron.
14
— Imagino que además de Elliott Erwitt tendrás tus otros
fotógrafos famosos preferidos.
AS
— No son muchos. Más bien pocos, en realidad. El
húngaro Robert Capa (1913-1954) y el francés Henri Cartier-Bresson
(1908-2004), por ejemplo, ambos reporteros de guerra y fundadores en
1947 de la Agencia Magnum. Magnum fue una iniciativa que dio control
a los autores miembros sobre la elección de los temas a documentar,
su edición y su publicación, procesos que en el caso de fotógrafos
contratados por diarios y revistas quedaba en poder de los medios de
prensa. También el suizo Robert Frank y el
francés Robert Doisneau (1912-1994). Lo que me atrae de ellos es
justamente eso que mencionaba al hablar de mis fotos. En sus trabajos
siempre hay, o siempre veo, al menos, una historia. Y sea un
desembarco de soldados, un beso en una calle de París o el salto de
un perro.
Para
Cartier-Bresson lo esencial era la oportunidad: “Para
mí lo importante es el tiempo, todo es inestable, nada permanece
para siempre, todo cambia en todo momento”. Y para Capa:
“Si una foto no es suficientemente buena es porque no estabas
suficientemente cerca”. Esta idea tiene una
interpretación física, más
obvia, pero también moral, en el sentido de que uno debe comulgar
con lo que está fotografiando. Para eso hay que estar presente,
aunque ese momento dure una milésima de segundo, como dice
Cartier-Bresson. Por su parte, Erwitt sostiene que no se puede
enseñar el talento visual, y coincido. Ningún virtuosismo técnico
superará jamás a una sensible manera de mirar, y de elegir lo que
es digno de mirar y de mostrar. En una foto suya, tomada en Cuba en
1964, Ernesto “Che” Guevara mira a su izquierda, y sonríe.
Seguramente también hizo tomas de frente, mirando a cámara. Pero la
elección de mostrarlo mirando fuera de campo, cuenta una historia
más interesante.
15
— ¿Hasta dónde te dejarías llevar por vocablos como éstos:
“panacea”, “cofrade”, “dulcificar”, “implosión”,
“deletéreo”?
AS
— Me dejaría llevar hasta quedar
ciego para dejar de leerlas, o sordo para dejar de escucharlas.
16
— ¿Acordarías, o algo así, con
que es, efectivamente, “El
amor, asimétrico por naturaleza”,
tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?
AS
— Uno acuerda o no con algo según su
propia lectura, ¿no? Y una vez que entra,
esa lectura propia distorsiona eso con lo que se acuerda o no, lo
modifica. Dicho esto, en base a mi
lectura de “El amor, asimétrico por
naturaleza”, diría que no acuerdo.
Asimétricos (que no puede ser cortado por un eje cualquiera
de tal manera que las dos mitades resultantes sean idénticas entre
sí) son los
vínculos. Las
personas, ya que estamos. El amor, no. Tampoco es que sea
simétrico, pudiendo cortárselo por un eje de tal forma
que sus dos mitades sí resulten idénticas entre sí. Sea lo que
sea, es una unidad indivisible.
17
— ¿Qué libros que te hayan
fascinado, al paso del tiempo se te han vuelto insoportables?
AS
— Me ha ocurrido una sola vez.
Apenas terminada la escuela secundaria leí “Sobre
héroes y tumbas”, de Ernesto
Sábato. Por circunstancias personales de entonces quizás, me
pareció maravilloso. Pasé un par de años recomendando ese libro a
quien fuera que se me cruzara. Con posterioridad, intenté releerlo
un par de veces. En ambos casos me resultó, tomando el adjetivo
mismo de la pregunta, insoportable. Sólo como referencia, “El
túnel”, obra supuestamente
“menor” del mismo autor, que había leído incluso antes, en la
escuela, me sigue fascinando hasta hoy.
18
— Dos años antes de que falleciera tuviste ocasión durante tres
días de tratar personalmente al poeta y artista plástico Gonzalo
Millán (1947-2006). ¿Conversaste con él? ¿Cómo lo recordás?
AS
— Uno no va a conocer a alguien en
tres días, pero me dio la sensación de ser una persona sincera, y
eso implica a veces cierta parquedad o introspección que también lo
acompañaban. Por mí está bien, me gusta eso. Nunca iba a buscar
charla, pero si yo le preguntaba o comentaba algo, era muy amable.
Uno de los días me “retó” en público. Durante el encuentro en
Atacama compartí la mesa de lectura con él. Cuando al concluir se
habilitó un espacio para las preguntas del público, alguien soltó
el clásico y temible “qué es para usted la poesía”, y yo
trasmití la misma situación que mencioné sobre esa señorita que
observé desde el micro en Bolivia. Cuando le tocó a Millán, afirmó
algo así como: “Esa pregunta no
tiene sentido. Y éste (refiriéndose
a mí), que dice que vio a una vieja
sucia desde el ómnibus y que eso es la poesía, tampoco sabe”.
Pero al decirlo, no enojaba, sino que hacía reír.
Me
apenó cuando supe de su muerte. Muchas veces vuelvo al comienzo de
su gran poema “La ciudad”: “Amanece.
/ Se abre el poema. / Las aves abren las alas. / Las aves abren el
pico. / Cantan los gallos. / Se abren las flores. / Se abren los
ojos. / Los oídos se abren. / La ciudad despierta. / La ciudad se
levanta. / Se abren llaves. / El agua corre. / Se abren navajas
tijeras. / Corren pestillos cortinas. / Se abren puertas cartas. / Se
abren diarios. / La herida se abre.”
*
Adrián
Sánchez selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Algunos
apuñalan su corazón
hasta
tres veces.
Otros
abren sus venas
para
vaciarse
se
arrojan ante un tren
o
saltan desde un puente.
Hay
quienes se ahorcan
para
morir bailando.
Dicen
que el método elegido
surge
de los motivos
que
llevan a tomar la decisión.
Mi
padre se metió en la cama.
Adrián Sánchez con su padre, su madre
y su hermana Sandra
|
(de
“Mi padre cavaba un pozo”)
Adrián Sánchez con Susana Villalba,
Magalí Garcea y otras poetas
|
*
Mi
madre me miraba incrédula
correr
por el jardín
mientras
de mi cabeza agujereada
escapaba
la sangre de su sangre.
Eras
como un globo
me
contó después.
No
podías parar
porque
tu sangre era como el aire
y
al escapar
te
impulsaba hacia delante.
Me
imaginé en una plaza dijo
mirando
para arriba
llorando
con otras nenas.
(de
“Mi padre cavaba un pozo”)
*
Espero
acostado
que
Laura se duerma
y
entonces bajo a nadar.
Ella
no puede mojarse.
Algo
dentro de su cuerpo
necesita
estar seco
por
cinco días.
Nado
despacio para no despertarla.
Pero
también
para
que el fondo no se agite
y
el agua se enturbie.
A
veces dejo de bracear
y
flotando en la oscuridad
me
pregunto qué sería de mí.
Si
tantas cosas.
Qué
sería de mí.
(de
“El ángulo”,
inédito)
*
Una
tarde corrí
entre
gallinas espantadas
con
mi primer amor
desnuda
sobre mis hombros.
Ella
reía nerviosa
porque
nos habían descubierto
y
pronto sentí su pis
cayendo
por mi espalda.
Cuando
ya no pudimos escapar
me
puse en cuatro patas
para
que pudiera desmontarme.
Recuerdo
la presión
de
sus muslos en mi cuello
como
una despedida.
Después
los talones
blanquísimos
en el barro.
El
vaivén del pelo y los brazos
mientras
seguía a la abuela.
Se
iba.
(de
“El ángulo”,
inédito)
*
Aunque
es otoño
el
calor no se va.
Al
borde de la pileta
miro
el fondo
cubrirse
de verde.
Podría
limpiar el agua.
Nadar
unos días más.
Hojeo
un libro de Carver.
Una
foto suya junto a un río
mirando
la corriente.
El
agua que yo veo no fluye.
No
enriquece otro caudal.
No
desemboca nunca.
Chinches
rondan los escalones
donde apoyo mis pies.
El
verano pasó.
Corresponde
que este agua se pudra.
(de
“El ángulo”,
inédito)
*
Todos
llevamos algo.
Cosas
anónimas
que
tanto pueden ser
de
unos como de otros.
Una
cartera.
Un
manojo de llaves.
Un
paraguas.
O
cosas que los identifican.
Ésas
sólo
pueden ser nuestras.
Una
bandera.
Un
estante de madera.
Un
globo.
No
importa sólo qué se lleva.
También
cómo
y
por qué.
En
mi caso
un
reloj de arena.
(de
“Nunca supe bailar”, inédito)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Adrián Sánchez y Rolando Revagliatti, 9 de marzo
de 2016.
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