domingo, 12 de septiembre de 2010

EDITORIAL

El Gliptodonte de la discordia



Aunque más no sea por apetencias personales, necesidad de protagonismo, o lo que fuera, lo cierto es que el primer enfrentamiento entre el Intendente Guillermo Besozzi y su correligionario el Alcalde de Dolores, Daniel Utermark, vino a registrarse por una pieza ósea de más de 10 mil años de antigüedad. Y no es que a ambos jerarcas les interese la arqueología, o la conservación del acervo histórico, sino que la disputa vino por cuestiones más mundanas, como el decir “acá mando yo”.
Cerca de Dolores, un peón rural encontró restos óseos de los que presumió podría tratarse de un animal prehistórico. Y no estaba equivocado, se trataba de un gliptodonte, que junto al encontrado cerca de Sacachispas unos meses antes, pusieron sobre la consideración ciudadana nuevamente el tema del acervo histórico y palentológico de Soriano. Algo largamente discutido, y también largamente olvidado por todas las autoridades de turno.
Utermark, el Alcalde doloreño, se paró firme y sentenció: "Que no le queden dudas a nadie, vamos a luchar para que este material arqueológico se quede en Dolores, en manos de la Asociación Lacan Guazú". Es que la directora de Cultura Departamental, Prof. Lourdes Cerchi manifestó públicamente que la intención del Intendente Besozzi era que el material arqueológico encontrado cerca de Dolores fuera a parar al Museo Paleontológico Alejandro C. Berro de Mercedes, y que esas piezas se sumaran a las encontradas cerca de Sacachispas, para terminar de formar “un gliptodonte completo”, digno de ser exhibido. Pero esa postura, además de denunciar el centralismo político con el que se manejan nuestros gobernantes (que se han pasado la vida quejándose del centralismo montevideano), encierra también un profundo desconocimiento ya que ambos restos pertenecen a animales de diferentes especies. Son gliptodontes, de eso no hay duda, pero de diferentes especies, por lo que sería como pretender formar el esqueleto de un perro a partir de los huesos de un San Bernardo con un labrador. O pretender juntar los huesos de un pato con una gallina.
Pero esta diferencia entre el Intendente y el Alcalde vino bien para poner en la consideración pública el destino que deben de tener las riquezas, ya no sólo arqueológicas de cada lugar. Sino las riquezas históricas que tiene cada región del departamento. Durante años asistimos impasibles al verdadero saqueo de la histórica Villa Soriano, donde cualquier ocasional visitante podía llevarse a su antojo lo que quisiera, llegando incluso a literalmente desaparecer el pesado portón de hierro forjado de la Aduana sin que ninguna autoridad municipal ni nacional iniciara una investigación medianamente seria para dar con su paradero. Pero también durante años vimos, más impasibles aún, como la valiosa colección del Museo Paleontológico “Alejandro C. Berro” se convertía simplemente en un montón de huesos archivados en estanterías, o en vitrinas donde proliferaba la humedad y los hongos. Porque a ninguna autoridad le interesó darle un destino medianamente decoroso a una de las colecciones arqueológicas consideradas a nivel de la región. Pero tampoco ninguna autoridad le ha dado el debido valor a la valiosa colección pictórica de la Pinacoteca ubicada en la Biblioteca “Eusebio Giménez”, y apenas si hubo un pequeño atisbo en la pasada administración, cuando se remodeló el salón de exposiciones, pero sigue todavía pendiente una necesaria difusión de las obras de arte. Una sala de exposiciones que la mayor parte de los días está cerrada al público, y que no cuenta ni con visitas guiadas, ni con la afluencia de público constante, necesario para una imprescindible difusión cultural.
Mucho menos conocemos del acervo literario que contiene la Biblioteca “Eusebio Giménez”, donde para ubicar un libro se requiere más de la buena voluntad de la funcionaria de turno, que por experiencia sabe dónde ubicarlo, que de un fichero ordenado que permita hacerlo. Y decimos fichero, porque la era informática todavía no ha llegado a ese recinto y para ubicar un libro es necesario, como en el Siglo XIX, abrir cajones donde manoseadas fichas de cartón a veces dicen que en tal lugar hay un libro que ya no está, o al revés la ficha ha desaparecido pero el libro aparece junto a otro en la estantería de la biblioteca.
Y ni que pensar si a alguien, como ya lo hemos hecho, pretende tener un listado completo de autores locales, ya que no hay ningún registro que permita individualizarlos adecuadamente.
Quizá el gliptodonte sea el comienzo de algo. Quizá el próximo año, en el bicentenario de los hechos históricos de 1811, sea la oportunidad para repensar estos temas. Para, de una buena vez y para siempre, poner las cosas en su debido lugar. Es decir ni sobredimensionar lo pasado despreciando el presente, ni mucho menos despreciarlo creyendo que lo que somos hoy nada tiene que ver de dónde venimos.

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