sábado, 16 de octubre de 2010


De HUM BRAL N° 1 – Abril/1990







Alfred Jarry

Ángel Juárez Masares

La noche del 10 de diciembre de 1896, el mundo teatral parisiense fue sacudido por un hecho extraordinario e insólito. Los más afamados críticos y los miembros de la elite se habían reunido para presenciar una representación de la campaña del Theatre de L’Ouvre, de Lugne – Poe, en el Theatre Nouveau. Se trataba del estreno de una obra de Alfred Jerry, Ubu Rey. Se levanto el telón y Fermín Gémier avanzó para decir una palabra que jamás se había pronunciado sobre el escenario. A partir de esa fecha, el teatro ya nunca fue el mismo. No bien el actor Gemier dijo famosa primera palabra de la obra (“¡Mierdra!”), la tormenta se desato en una platea repleta de luminarias, entre las que se encontraba Jules Renard, Jacques Copeau, y el irlandés W.B Yeats. Pasaron quince minutos antes de que se restableciera el orden, y las demostraciones en pro y en contra de la obra continuaron toda la noche y se prolongaron en cafés tertulias. A la mañana siguiente los críticos más representados, sin excepción “desollaron” a Jarry, y Ubu Rey sólo se represento dos veces.
Pero la palabra había sido pronunciada, el hecho había tenido lugar, y el teatro, como en la vida los hechos son irreversibles. Aquella escandalosa función había marcado una era en el arte.
Alfred Jarry había nacido en Laval, Francia, el 8 de setiembre de 1873. Curso allí la escuela primaria y concurrió luego al liceo de Rennes. Hizo el servicio militar en su pueblo natal, pero trago ácido y fue dispensado por salud deficiente, aunque se sospecha que el verdadero motivo fue que el Ejército ya no sabía que hacer con él. Muy joven aun se traslado a París y se convirtió, debido a sus peculiarisimas costumbres en un personaje notorio y popular de la bohemia de los año 90.
Vivía en un departamento extremadamente sucio, criaba lechuzas, se paseaba por las calles de la ciudad haciendo ostentación de armas de fuego y hablaba dando la misma entonación y acentuación a todas las silabas de tal modo que su conversación recordaba a un disco girando a una velocidad inferior a la normal. Era aficionado al ciclismo, la pesca, le apasionaban las ciencias ocultas, frecuenta la Biblioteca Nacional, conocía el idioma Griego y el Latín, y poseía una profunda erudición.
Poco después de su llegada a París, decidió encauzar la rebeldía que lo quemaba hasta el suicidio mismo, y eligió el alcohol porque era lento y porque sus efectos inmediatos le permitían llevar a cabo sus excentricidades libres de toda inhibición. Fue así como se emborracho deliberadamente hasta matarse, y su muerte fue en cierto sentido heroica.
Para Jarry, la rebeldía era la búsqueda de la libertad total, a la vez que una protesta contra la última y básica esclavitud del hombre, la esclavitud de la muerte. Al condenarse a si mismo, al elegir el modo fue dueño de ella, y eso lo permitió ponerse al margen de todas las conversaciones.
Poco después de cumplir 34 años, el 1 de noviembre de 1907, Alfred Jerry murió en un Hospital de la Caridad de la Rue Jacob de Paris, y su último deseo fue admirablemente coherente con su personalidad: un mondadientes.



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