De las variadas formas de evaluar el arte
Ángel Juárez Masares
“Siempre hay cosas peores, dijo mi amigo mirando caer la gota de suero que luego rodaría por el tubo hasta su vena, sabiendo perfectamente que sólo era un “acto médico”, y que no le salvaría la vida.
“Plantones, submarinos, picana, colgamento…dolían menos que otras cosas”, asegura.
Yo nada digo. Ya me ha contado detalles en otras ocasiones.
Ahora su mirada recorre la pared y se detiene en unas rayas que alguien hizo alguna vez y a las que nunca les encontramos un sentido. Lo cual no quiere decir que no lo tengan.
“Una vez llegó un Teniente nuevo –relata mi amigo- era invierno y estábamos en “las barracas”. Por esos días abrían los ventanales de cada extremo para que circulara una buena corriente de aire frío. Teníamos un tanque donde quemábamos la madera que podíamos conseguir, y hacíamos “racimos” alrededor de un compañero que tenía gripe para darle un poco de calor.
El oficial recorrió el galpón y se interesó por el estado de algunos. Mandó cerrar las ventanas y trajo aspirinas para el enfermo. A los pocos días regresó trayendo algunos “tacos” de madera de diferentes tamaños y formas, evidentemente recortes de carpintería, y dijo: “a ver muchachos, quienes quieran tallar alguna cosa para sus familiares, aquí tienen. Luego les van a traer algunos trozos de hojas de sierra afilados para que trabajen”.
Macanudo el teniente nuevo. Otro día se apareció con un poco de yerba, y otro con algo de tabaco. De todos modos a la semana abrieron de nuevo las ventanas y el viento helado volvió a pasar silbando a través del barracón.
“No puedo hacer nada con eso muchachos - dijo- son ordenes de arriba”.
Igual estuvo bueno lo de la madera, recuerda mi amigo mirando un punto en el espacio.
Cuatro meses me llevó tallar el Cristo. Vos me conocés, y sabés que lo hice por mi vieja. Para ella era un ícono de fe, un objeto de culto. Para mí una cruz es lo que es: un instrumento de tortura.
El teniente llegaba cada tanto y veía lo que cada uno estaba haciendo. Este un corazón con una rosa, otro un libro abierto, aquel el nombre de su hija.
Alguien descubrió que si restregaba la madera con ceniza y luego la frotaba con un trapo el relieve aparecía, y entre la mugre de las manos y la resina de la misma madera se lograba un bruñido que le daba sobriedad y “terminación” a la pieza.
El día antes de la visita en que se nos permitiría entregar las tallas, llegó el Teniente. Recuerdo que tomó mi cristo y lo estudió largamente con cara de experto en esas lides.
Luego lo dejó caer al piso de hormigón y sin decir palabra lo aplastó con la bota.
Por eso te digo -insistió mi amigo- hay cosas peores que el plantón, el submarino, la picana, o que te cuelguen de los brazos toda la noche.
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