sábado, 8 de enero de 2011

Una historia vieja pero actual

Un cuentito medieval
Angel Juárez Masares

había una vez en una pequeña comarca, un Señor feudal que reinaba sobre su pueblo desde un coqueto y antiguo palacio.
Entre sus servidores más allegados encontrábase el señor Oveja que –como todos los que rodeaban al Señor- pertenecía a la Orden de los Grises.
El señor oveja era el encargado de ordenar el transitar de las carretas y burros de los aldeanos que venían a vender sus cosechas.
Sin embargo, todas las tardes el señor Oveja se subía a un pequeño estrado en la plaza pública acompañado de un minúsculo grupo de acólitos serviles (que no tenían voz ni voto) y arengaba al pueblo contra su Señor.
¡Que la balsa que hizo para cruzar el río se hundirá!...gritaba el señor oveja.
¡Que la pista que hizo para las carreras de carretas no sirve para nada!…pregonaba el señor Oveja.
¡Que las calles de la aldea están llenas de arena y hacen caer a las viejitas!..decía a viva voz el señor Oveja.
Pero un día el Señor se cansó y lo mandó a cuidar los cuidadores que cuidaban las cuidadas plazas del poblado.
Luego de eso, y pese a que el señor Oveja sigue aún arengando al pueblo contra quien –por lástima- no lo mandó a las mazmorras de palacio, el señor Oveja suele cada tanto levantar una voz a favor de su Señor.
Es así que todas las tardes subido a su cajón se le puede oír diciendo:
¡Vayan…vayan y vean los titiriteros del Señor…el espectáculo más fabuloso de los últimos tiempos!
Por supuesto que el señor Oveja es experto en atar los hilitos a las marionetas, por eso se mantiene sobre su cajón. Aunque de teatro no sabe un odre (si el cuento estuviera ambientado hoy, diríamos “no sabe un pomo”, pero en esa época el plástico no se había inventado).
De todas maneras, según se rumorea en los corrillos de Palacio, el Señor feudal conoce muy bien el juego del señor Oveja, pero –ducho al fin en estas lides de gobernar- lo deja hacer por insignificante. Y además sabe que cuando el sol y las lluvias le “pudran” el cajón donde se sube, nadie le va a prestar otro.

Moraleja:
Más vale tener a tu lado un par de hombres leales, que  setenta aprendices de Judas.


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