Ángel Juárez Masares
Mal compañero de viaje es, la soledad”, dice la canción.
Sin embargo quizá podría decirse que la soledad tiene tantas manifestaciones como hombres hay sobre la tierra, porque cada uno “procesa” ese estado de diferente manera.
Hay quienes la conciben como un enemigo contra el que tienen que luchar desde que se despiertan cada día, y quienes la convierten en aliado para convivir con ella. La primera actitud por lo general termina con la derrota del hombre que la enfrenta, pero la segunda permite transformarla en un desafío permanente.
"Volviendo a casa", óleo, Aldo Roque Difilippo |
El pusilánime no se atreverá siquiera a clavar su lanza en los molinos de viento, y permanecerá arrodillado ante la vida llorando “su desgracia”, sin pensar que su soledad es el resultado de sus propias acciones. Estos seres se vuelven inoperantes, y por lo general la biblioteca de sus casas vacías se llenan de inútiles libros de auto-ayuda. Jamás se hacen cargo de sus errores; están convencidos que el mundo gira en torno a ellos; que la culpa de todo los que les pasa la tienen los demás, y finalmente acaban generando el peor sentimiento que alguien puede trasmitir: lástima.
¿Tiene esta reflexión la intención de ser un manual contra la soledad?
En absoluto. Pretenderlo sería un acto de soberbia, y en todo caso, supongo que la psicología debe tener algunas respuestas, conclusiones, y métodos para “combatirla” que desconozco -y en realidad- tampoco me interesan demasiado.
Por otra parte no se debe perder de vista que nunca se puede estar más sólo que caminando por la montevideana peatonal Sarandí, o tan acompañado como subiendo las dunas de San Ignacio, o dejando la huella de los pies descalzos en las interminables playas de Punta del Diablo.
Afortunadamente hay hombres y mujeres que saben que “vivir sólo”, no significa “estar sólo”, y que es posible invertir el sentido de la canción para que diga: “buen compañero de viaje es, la soledad”.-
Vivir, desde el principio es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo, un día.
Fragmento de un poema de Pedro Salinas
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