De cómo una noche el señor feudal se despertó de mal talante y puso las cosas en su lugar en un intento por recuperar su dignidad
Ángel Juárez Masares
Aún no amanece en la pequeña y lejana comarca, pero en el coqueto y antiguo Palacio se ven luces en las ventanas y en su entorno se percibe gran agitación.
Varios lacayos cargan algunos bártulos en carruajes que esperan en la puerta principal, y otros aguardan un poco más allá.
Ocurre que el Señor -cansado de ser avasallado por sus vasallos- se ha levantado hoy decidido a poner las cosas en su lugar (asunto que debió hacer hace mucho tiempo).
Convocados que fueron en la noche sus asesores, sorprendiéronse al encontrar al Señor de mal talante, con un pequeño pero contundente látigo en la mano, y calzando las altas botas que suele usar cuando sale de cacería (no las finas y delicadas que se pone para pasear en sus caballitos ante la nobleza).
Drástico ha sido el Amo en sus decisiones, asunto que han comprobado los últimos que llegaron y vieron al encargado de las finanzas públicas colgando cabeza abajo de un palo clavado en uno de los patios interiores. Curiosamente las losas del piso al pie de la estaca estaban adornadas por un montón de monedas de oro (cualquier sospecha que hubieran caído de sus bolsillos corre por cuenta de quien la tenga).
También encontraron a quien el joven escriba Don Luis de las Kolonias ha dado en llamar “El Señor de las Perezas”, trotando en una improvisada noria donde debía cumplir 23.756 giros (casualmente el número de personas que en el mundo han leído estas historias) primero por haber pretendido tiempo atrás subirse al sillón feudal, y segundo por “hacer sebo” (que ya en aquella época se podía traducir por “no hacer nada”).
Viose también en otro de los aposentos de Palacio a la Dama que regía los destinos de los artistas del reino, ante una montaña de pergaminos y unas 12.526 (número sin connotaciones) plumas de ganso preparadas para gastar los 6 galones de tinta que tenía a su derecha en escribir: “sólo se que no se nada”.
El Señor también había dispuesto que todos quienes hasta ahora cobraron monedas de las arcas de Palacio sin hacer nada, las devolvieran en servicios, pero como era tan larga la lista de espera, eso llevaría buen tiempo en cumplirse.
Así se vería en los días posteriores a esa noche memorable, al regente de las calles aldeanas -pero sobre todo recaudador- Tito Tivio barriendo la caca de las mulas que deambulan por la orilla del lago; al mozo navarrense decidor de bandos recitando en español antiguo: “por lengua brava parlera, por corazón de alfeñique, traicionado he al Seór, por tal: ¡ que me cruxifique!”.
Vio entonces la aldea –no sin asombro pero con agrado- cómo quienes se habían aprovechado de la bondad del Señor abusando de su confianza ahora comenzaban a pagar su inoperancia.
Una luz de esperanza en la justicia nacía en la comarca, y una esperanza en recuperar la dignidad –que venía de sus ancestros- comenzaba a nacer en el corazón del Señor feudal a medida que los traidores cumplían su castigo.
Moraleja:
Cuando esta historia leáis del medioevo, no confiéies demasiado en su certeza. Puede que sólo sea vana esperanza, o una tonta expresión de buen deseo.
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