sábado, 25 de junio de 2011

Entrevista

WASHINGTON    “VASCO” BARRENECHEA




* Cuando poner en práctica lo que se predica se transforma en un hecho extraordinario


Ángel Juárez Masares


Cuando su enorme figura aparecía en la esquina de la cuadra,  el que tenía la “de trapo” la apretaba contra la calle de tierra y el partido se suspendía hasta que pasara. Iba por el medio de la calle con los diarios abajo del brazo y voceando: ¡El Popular, diario!...El Popular con el suplemento Nuestra Tierra!

El “Vasco” Barrenechea fue, es, y será una de las personas más respetadas del departamento de Soriano y aún más allá de sus fronteras geográficas.
Esta semana quisimos conversar con él sobre su vida, y fuimos a su casa donde nos recibió con su amabilidad característica. Sus 91 años no le impidieron recordar anécdotas de la juventud, signada por dos grandes pasiones: la política, y el deporte.
En honor a la verdad, bueno es reconocer que la experiencia en estos asuntos de entrevistar gente se diluye cuando tenemos frente a nosotros un hombre de la talla de Barrenechea, y no nos referimos precisamente a su estatura física –que aún conserva- sino a su tamaño humano.
“Nosotros recibíamos los diarios en la ONDA a media mañana, y a Villa Soriano iban de tarde”, comenzó diciendo fluidamente y sin aparente esfuerzo de memoria. “Fundamentalmente lo traíamos por el mundial, y las grandes actuaciones de Mazurkiewics. Fueron épocas muy lindas, un poco complejas políticamente. No gustaba mucho que vendiéramos el diario como lo hacíamos nosotros, pero en la Villa teníamos muchos conocidos. Me acuerdo que le dejábamos el diario a una señora que era descendiente de Galarza; una viejita. Ibamos hasta Cardona con el diario”.

¿Qué fue lo que le impulsó a salir usted mismo con el diario abajo del brazo?
“Te puedo decir que era convicción política, pero lo que aprendí vendiendo el diario no lo aprendo ni con profesores. Eso fue espectacular. Lo repartía yo puerta por puerta, porque los muchachos –que eran buenísimos- tenían un poco de miedo. El diario enseñaba. Recuerdo que una vez en Cardona llego a una casa de un escribano y pensé: acá va a ser difícil. Entonces sale una chica -empleada de la casa- y me dice: no, ese diario ni verlo. Entonces yo me disculpo y cruzo a la vereda de enfrente, pero la chica me llama y me dice: yo no se, esta señora está enferma…quiere el diario la señora. Después me enteré que el escribano era Socialista, y pensé: qué fenómeno, esa gente está con la cabeza abierta a cosas nuevas, y la pobrecita chica, la empleada nos miraba como a bichos raros”.

Consultado acerca de sus primeros pasos como activista político del Partido Comunista, y sobre todo en el interior del país, donde la exposición pública en ese sentido podría tener consecuencias sociales insospechadas por la misma bipolaridad partidaria de esos años, Barrenechea dijo: “mi padre se llamaba José Gervasio, y era un hombre de gran temperamento y principios muy sólidos. El había ido solo hasta tercero de escuela, pero en casa había una biblioteca importante. Allí estaban las obras de Marx, Engels, Bakunin, pero no para adorno, estaban para consulta y aprendizaje, y nuestro padre nos enseñó a conocer los textos y los procesos del capital; el trabajo, la familia, y los principios que deben regir un Estado. Pero creo que mas que nada aprendimos como cosa natural a poner en práctica los principios que empezábamos a adoptar para caminar en la vida”.

¿Tiene eso que ver con repartir gratuitamente y casa por casa parte de la producción de papas de sus propias tierras, como solía hacerlo, allá por los años sesenta?
El hombre se sonríe y me mira como si yo le hubiera hecho trampas. Seguramente se sorprende porque un “gurí” que lo veía pasar calle abajo vendiendo diarios, también lo recuerde con aquellas cajas de papas rigurosamente iguales que sus brazos enormes repartían en aquel barrio de obreros.
“Para nosotros esa actitud hacia los que estaban menos favorecidos era normal. Jamás le preguntamos a nadie de qué Partido era, y nunca le pedimos un voto. Tal vez después, con los años, uno se fue dando cuenta que lamentablemente ser solidario no era todo lo normal que debía ser”.

Usted también tuvo una carrera deportiva interesante. Cuénteme de sus inicios.
“En aquellos tiempos el fútbol era el deporte más común. Nosotros siempre nos hacíamos tiempo para practicar, y como además no había otra cosa, no teníamos más remedio que salir buenos”.
El “Vasco” sonríe y hace un ademán como para cambiar de tema, pero no lo dejamos.

¿Comenzó en Independiente?
“No. Fue en Bristol. Independiente no existía. Entonces era un cuadro de barrio que se llamaba “Once Diablos”, pero cuando fueron a afiliarse, la Liga no les aceptó ese nombre y ahí le pusieron Independiente.
Yo jugaba de nueve en Bristol, pero la gente de los rojos quería que jugara con ellos. Un día –yo estaba libre porque había pasado el año sin jugar- me llama Francisco Aguerre y me dice: tenés que “atajar” con nosotros. Yo le dije que estaba loco porque nunca había jugado de arquero. Pero él insistió porque pensaba que si yo jugaba al basquet tenía que ser buen arquero.
Lo que pasó es que “Pancho” se había lastimado la nariz en un partido; él trabajaba en la fábrica Pamer, y era quien llevaba el sustento a la casa, así que no quiso jugar más por temor a perder el trabajo”.

Cuénteme la historia “del gol de la red”, para la gente que no la conoce, y del cual usted fue protagonista.
“!Ah!...eso fue en el año 47 en el Parque Liebig´s de Fray Bentos. Era la final del campeonato del litoral de selecciones departamentales, y nosotros íbamos ganando. Pero cuando prácticamente estaba la hora cumplida, un tiro cruzado viene fuerte y arriba, pero yo veo que se va desviado un metro afuera por lo menos y me quedo “cerrando” el ángulo. La pelota pega en la red, la rompe y cae en el fondo del arco. Entonces todos gritan gol y empiezan a festejar, y cuando miro al árbitro lo veo corriendo para el medio de la cancha… ¡había dado el gol!...  me acuerdo que se armó un lío tremendo. Al final se decidió que un terceto de veedores –o algo así- iban a laudar la validez o no del ese gol unos días después. Por supuesto lo dieron como bueno a pesar que –ya te digo. La pelota se había ido afuera y entró por el costado de la red.
Muchos años después, yo estaba en Fray Bentos en una reunión política, y había gente en la calle tomando mate. Entonces un hombre que estaba en la vereda de enfrente se cruza y me habla –mirá que esto que te voy a contar nunca lo dije- era Corazza, que había sido arquero en su juventud, y cuando el episodio del “gol de la red” era el “canchero” del Liebig´s. Entonces el hombre me contó que siempre se había sentido culpable porque perdiéramos aquella final injustamente, porque él le había puesto un producto a las redes para que estuvieran tensas* y resultó que se debilitaron. Por eso entró la pelota aquella por el costado. El hombre me abrazó en medio de la calle, y nunca me olvidé de ese abrazo.”

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*Cabe señalar que en la época del relato de nuestro entrevistado, las redes eran de hilo de algodón trenzado, conocido como “chaura”, puesto que aún no se había adoptado el nylon para esos menesteres. No es extraño entonces que las mismas se mojaran en busca de algún grado de rigidez



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