viernes, 29 de julio de 2011

Hablando de bueyes perdidos

El hombre que se llevó
la cárcel a su casa


Ángel Juárez Masares

Estábamos sentados en la última fila de asientos de aquel 149 que rodaba por Carlos María Ramírez rumbo al Cerro. Ubicados por encima del resto de los asientos, podíamos ver todo el ómnibus como desde una tribuna.
Viajábamos con mi Amigo a visitar un compañero que -como él- estrenaba libertad, luego de 10 años de prisión…en el Penal de Libertad.
-¿No te parece que no hay nada más parecido al mundo que un ómnibus?- me dijo de pronto inclinándose un poco sobre mi hombro para que -sin levantar la voz- pudiera oírlo pese al ruido del motor que teníamos abajo.
Nada le dije, sabiendo que continuaría con su reflexión en ese tono que siempre estaba a mitad de camino entre diálogo y monólogo.
-Mirá esa mujer- dijo, haciendo que prestara atención a una vieja que acababa de subir y hurgaba entre una bolsa mugrosa buscando el motivo de su vida.
-Ella está en su mundo. Nada le importa de lo que hay alrededor. De hecho nada existe para ella que no sea encontrar lo que perdió en el fondo de la bolsa.
¿Y aquellos dos?...a la derecha de la puerta del medio…se besan como si estuvieran en medio de la nada. Y en realidad lo están-
Ahora ya no hay asientos libres, y los pasajeros comienza a amontonarse en el pasillo mientras el guarda golpea una moneda contra el pasamanos pidiendo que se corran, “que hay lugar”.
-Vas a ver que ahora comienza a achicarse el territorio, señala mi Amigo haciendo una pausa que no dura mucho, y continúa: cuando es poca la gente que está parada en el pasillo, hay una distancia entre ellos. Ese es su territorio. Pero cuando comienza a llenarse, ese espacio se achica hasta desaparecer cuando las personas quedan unas contra otras. Pero nadie se molesta porque saben que no hay espacio para compartir. Eso viene con la naturaleza humana. Allá…nosotros lo sabíamos muy bien. Lo aprendimos, a fuerza de compartir una celda de tres por dos durante años. Acá, la gente lo hace inconcientemente. Maneja el territorio propio sin hacerlo racional como nosotros-
Varias fueron las observaciones de mi Amigo con respecto al espacio. Al que rodea y le pertenece a la gente; a como se agranda si el hombre está sólo en medio de una cancha de fútbol, y a como se achica si está encadenado a un caño en una letrina. Todo eso mientras el destartalado cutcsa luchaba por su propio espacio en el tránsito de la avenida; dejaba a un costado el Cerro de Montevideo, y tomaba Camino Cibils rumbo a nuestro destino: Camino Tomkinson.
La casa del amigo de mi Amigo era inmensa. Estaba en medio de un campo donde se veían algunos árboles frutales, helechos e ibiscos descuidados crecían por todos lados, y un par de perros aburridos apenas se conmovieron con nuestra llegada.
Una de las hijas del ex preso nos recibió tratando de ser amable, pero antes de entrar nos advirtió sobre algunas actitudes de su padre.
Al fondo de un gran salón había un hogar con la leña pronta pero sin encender. Del techo colgaba una araña de bronce estilo holandés, y una mesa antigua rodeada de sillas ocupaba el centro del ambiente. Al otro lado, una ex biblioteca que llegaba hasta el techo había muerto de hambre de libros que –seguramente- alimentaron una hoguera de cuartel, allá por los años setenta.
Sentado en un rincón sobre un minúsculo banquito de madera, un hombre prematuramente envejecido apretaba un mate también minúsculo entre sus manos. Había colocado un sofá muy cerca pero con el respaldo hacia él, y del otro lado una mesa volcada lo “protegía” del resto de la sala.
Ahí estaba el hombre que se llevó la cárcel a su casa. El era uno de los “triunfos” del sistema represivo. Uno de los “quebrados” a los que nadie puede condenar porque no existen patrones para medir la resistencia al horror.
Charlamos, lo vimos armar unos cigarros extremadamente finos, y pitarlos hasta quemarse los dedos.
Nos fuimos con la esperanza de verlo libre un día, pero no pudo ser. Mi
Amigo murió al poco tiempo a causa de las secuelas de la tortura, y yo fui tan cobarde que no quise regresar a la casa de Camino Tomkinson.

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