viernes, 9 de septiembre de 2011

El cuentito medieval

De como una mañana el señor feudal
se tomó un té de “karácter” y colocó
la punta de su bota entre  las nalgas
de  sus asesores


Ángel Juárez Masares


Aquella mañana de primavera había amanecido soleada y cálida en la pequeña y lejana comarca.
Algún poeta escribiría en algún lado versos cursis sobre mariposas y pajaritos revoloteando sobre las flores del campo, y púberes enamorados verían acrecentadas sus urgencias amorosas.
Sin embargo no todo era poesía en la región de nuestros desvelos.
Muy temprano en la mañana un inusual movimiento de carruajes y cabalgaduras, alteraba la aldeana monotonía.  A las puertas del coqueto y antiguo palacio desde donde el Señor feudal velaba por el bienestar de su pueblo, los palafreneros se afanaban por atender los Nobles que iban llegando convocados por el Amo.
Poco después se supo que el Señor había pasado la noche en soledad en sus aposentos, y que eso le había permitido encontrarse consigo mismo y decidirse a tomar algunas decisiones.
Fue entonces que –aún antes del amanecer- envió mensajeros (el Messenger aún no existía) solicitando se presentaran todos sus asesores en cuestiones de gobierno.
Lo que ocurrió en el interior de los reales aposentos daría para escribir un extenso tratado sobre la dignidad humana, pero como no viene al caso lo dejaremos para otra oportunidad.
Sí se conoció que el Señor habíase calzado sus botas de montar y bebido una generosa jarra de “Karácter” (té de una hierba que no solía crecer en la comarca), y que tras unas breves palabras procedió a colocar la punta de su duro calzado entre las nalgas de varios de los presentes.
Dicen que el primero en recibir la puntera reforzada fue el mozo que todas las tardes solía vociferar en la plaza pública criticando duramente las acciones de quien le daba de comer. Luego la bota se incrustó en las sentaderas del Caballero responsable (¿responsable?) de ordenar el tránsito de carruajes en la aldea.
El siguiente en la lista fue quien se ocupaba de las finanzas de palacio, y para no abundar en detalles, digamos que esa mañana no se escapó nadie a la furia justiciera del Señor.
Quizá sea bueno aclarar que quienes recibían la bota del Amo en sus partes chanchas, fueron saliendo por la puerta principal sobándose las mismas ante el asombro de los curiosos que se habían congregado ante la noticia de tal “limpieza”.
También dispuso el Señor aquella mañana memorable, que algunos escribas elaboraran un minucioso “Estado de Cuentas” que sería colgado en la plaza pública para que el pueblo conociera el destino de sus impuestos, y que fueran llamados a Palacio los hombres capacitados para ocupar los lugares dejados vacantes por los inservibles expulsados.
Dicen que tras la “purga palaciega”, el Señor se asomó a la ventana para recibir con emoción los vítores y aplausos de la multitud que la noticia había atraído desde toda la aldea y regiones aledañas.
Sin embargo este humilde e ignorado escriba debe hacer honor a la verdad, que fue la premisa que marcó su vida (por eso lo de ignorado), y confesaros, queridos cofrades, que todo lo que habéis leído fue sólo un bello sueño. Ocurre que la noche anterior quedóse dormido sobre algunos documentos que hablaban de la última Junta de Notables donde habían recibido al Señor, quien –una vez más- los había conquistado con su verba y amilanado con su presencia.
De manera que, ¡oh…gracia de los Dioses!...todo seguía como antes: el mozo vociferando en la plaza pública; los carruajes corriendo por las calles aldeanas, los estados de cuenta ocultos en el rincón más oscuro de palacio, y los hombres capaces (que los había, y muchos) dedicados a recoger la bosta de las caballerizas de los nobles.


Moraleja:
               Que la vida es sueño diría siglos después Don Calderón de la Barca; que los sueños, sueños son, escribiría otro con sentido.
Mientras tanto no os lamentéis aldeanos que la culpa es sólo vuestra por ser tan sometidos.

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