Carísimo Giácomo
Por
Juan Gelman
Con
la doble ss significaría “queridísimo” en italiano, con una sola califica al
autor del manuscrito vendido al precio más alto que cualquier bibliófilo
conozca: costó 9,6 millones de dólares el original de L’histoire de ma vie, o
Historia de mi vida, de Giácomo Girolamo Casanova (1725-1798), que ahora posee la Biblioteca Nacional
de Francia. Este veneciano incansable en materia femenina narró en francés a lo
largo de 3700 páginas algunas invenciones de sí mismo y la seducción cumplida y
verdadera de 132 mujeres, españolas, francesas, rusas, italianas, otras.
Es
verdad que tal record queda atrás del que Mozart le atribuye a Juan Tenorio en
Don Giovanni, una de las varias óperas que inspiró Casanova: Leporello, el
criado del galán, enumera sus conquistas en Italia, Alemania, Francia, Turquía
y sobre todo España –“mil y tres”–, de campesinas y camareras a condesas y
princesas “de todo tipo, de toda forma, de toda edad”. Y mucho más atrás aun
del que se adjudicó Wilt Chamberlain, el extraordinario jugador de baloncesto
que en A view from above (CoVillard Books, Nueva York, 1991) se jactó de haber
cosechado los favores de más de 20 mil mujeres, un promedio de 2,75 por día
durante 20 años. Esforzado el hombre. Lo de Casanova es cierto.
Actor,
soldado, espía, violinista, jugador profesional, diplomático, estafador, gran
viajero –entre otras cosas–, el tiempo construyó un Casanova burlador de
mujeres insaciable, lúbrico, indiferente a las que abandonaba una vez
satisfecho su placer. Lydia Flem añadió una condición a su carácter: feminista.
La escritora y psicoanalista belga estima que Casanova no sólo fue uno de los
espíritus más peculiares y valientes del siglo XVIII, sino también uno de los
más incomprendidos, víctima de un malentendido que dura más de dos siglos
(Casanova, l’homme qui amait vraiment les femmes, Points, París, 2011). El
título de su ensayo lo dice todo: él amaba verdaderamente a las mujeres.
Flem
le adjudica una suerte de protofeminismo: “No hay una sola huella de misoginia
en Casanova. Las mujeres son sus dueñas. Lo femenino lo fascina hasta tal punto
que le habría gustado fusionarse con esa calidad”. Lo describe como un
sentimental, un caballero, enamorado de la vida y deseoso de compartir
inquietudes intelectuales y gustos literarios con interlocutoras inteligentes.
Pero el gran seductor opinaba que la independencia de la mujer era “fuente de
maldad”, pensamiento tal vez moldeado por las enseñanzas que había recibido en
el seminario donde inició una carrera eclesiástica –interrupta– y sucedió su
primer encuentro sexual: tenía once años y la causante fue Bettina, hermana de
un sacerdote.
La
fuerza y el ritmo musical de su escritura fueron apreciados por sus
contemporáneos. No sólo frecuentó a príncipes y arzobispos a los que su
personalidad divertía y asombraba: con la misma familiaridad entraba en las
tabernas o discutía con Voltaire o conversaba en Viena con Catalina la Grande de Rusia. El
príncipe de Ligne, su amigo y confidente en libertinaje y literatura, y músico,
escritor y diplomático además, dejó de Casanova un retrato notable (Pensées,
portraits et lettres à Casanova et à la marquise de Coigny, prefacio de Mme. de
Stael, Payot & Rivages, París, 2002). Lo describe como “un hombre guapo si
no fuera feo, alto, un Hércules, pero de tez africana... ríe poco pero hace
reír... su manera de hablar tiene algo del torpe Arlequín y de Fígaro, lo que
lo hace muy divertido... siempre tiene una salida, algo nuevo, picante y
profundo. Es un pozo de cultura, pero cita tantas veces a Homero y a Horacio
que fastidia”.
El
príncipe subraya otras características de Casanova: sentido del honor,
delicadeza y valentía, susceptibilidad y orgullo “porque es un don nadie”. “Su
imaginación prodigiosa, la vivacidad propia de su país, sus viajes, los oficios
que desempeñó, su firmeza en ausencia de todo bien moral o físico, lo
convierten en un hombre raro, de trato inestimable, digno de consideración y de
mucha amistad por parte de las pocas personas que le caen bien.” Fatigado ya, Casanova
acepta el cargo de bibliotecario del conde Waldstein en el castillo de Dux,
Bohemia. No se dedicó a leer: en los últimos años de su vida trabajó trece
horas diarias en los diez tomos de su autobiografía, que es también la crónica
de toda una época.
El
príncipe de Ligne lo instaba a publicarla porque “una tercera parte me hace
reír, una tercera parte me produce erecciones, una tercera parte me alimenta el
pensamiento”, frase que define en cierto modo la llamada “literatura libertina”
de auge fugaz en el Siglo de las Luces por su vocación anticlerical y
antimonárquica. Para Charles Baudelaire, la Revolución Francesa
no la hicieron los virtuosos, sino los voluptuosos.
Extraído
de: www.pagina12.com.ar
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