De las
supersticiones en el
Río de la Plata
Las tradiciones populares van desapareciendo con mayor rapidez que nunca de la memoria de la gente. De ahí nace que con frecuencia se confundan los hechos y circunstancias que concurrieron originariamente a constituir un mito. Teniendo esto presente, no le tomará a uno de sorpresa el hallar diversificado el origen, los pormenores, y hasta el sentido de una leyenda, enlazada a hechos históricos o sociales, o al modo en que el entendimiento humano comprendió o explicó los fenómenos de la naturaleza que sorprendieron la inocencia del hombre primitivo.
El viajero que visita los derruidos pueblos de las Misiones del Paraná y el Uruguay, indaga con ansiedad si por acaso halla alguna reliquia que conserve la memoria tangible de los tiempos de los soldados que militaban bajo la enseña de Ignacio de Loyola. Los vecinos de Cayastá hurgan en la huella del arado y guardan con estimación diversos utensilios de hierro y peltre que los conquistadores acaudillados por Juan de Garay dejaron por ahí.
También las antiguas sociedades dejaron
ruinas sobre las que se cimentaron tradiciones, y que el vulgo conservó en
leyendas, mitos, cuentos, y creencias supersticiosas de toda laya. Los objetos
materiales que nos dejaron las generaciones precedentes, van a parar a los
museos. Los restos de las costumbres, ideas, y aficiones de cada Nación o de
cada pueblo, tienen cabida en los archivos de la historia que invariablemente
pasan por el folklore,* donde se recogen las tradiciones históricas,
cosmogónicas, o gentílicas conservadas en la mente vulgar y en hábitos y
costumbres.
Raro es el cerro peñascoso desde la
cordillera de los Andes hasta las comarcas del Uruguay, Paraná, y Paraguay, que
no tenga su salamanca o cueva encantada que encierre considerables riquezas de
oro y plata en sus entrañas, y en cuyas cumbres no aparezcan y desaparezcan
algunos negrillos a ojos del curioso que se acerque. Luces y extraños
resplandores que a veces iluminan una vasta extensión de territorio; o aullidos
espeluznantes de un animal desconocido, son aprensiones de tradición europea
que hallaron terreno fértil para crecer y desarrollarse en toda América.
Al tesoro escondido comúnmente se le
llama entierro, y en la provincias argentinas situadas entre la cordillera de
los Andes y los ríos Paraná y de la
Plata , llevan el nombre castellanizado de huacas o guacas, y se refieren a los tesoros que durante las conquistas de
Perú y Chile, se supone ocultaron las gentes de la tierra que rendían vasallaje
al Inca.
Entre los indios del Perú, la voz huaca, tenía diversas acepciones, pero
sobre todo era utilizada para referirse a cosa
adorable o sagrada.
En Perú enterraban los caciques y
personas importantes en cerros hechos a mano también llamados guacas. Con los cuerpos de los difuntos
enterraban multitud de objetos que les habían servido en su primera existencia
terrenal.
El hombre primitivo vagamente concibe el
origen verdadero de las cosas. Las juzga del propio modo, las rodean de
circunstancias misteriosas y las personifican formando de ellas un mito.
El calor, el movimiento, la luz, los
bramidos, las llamaradas, y las más variadas transformaciones naturales, han
sido para el vulgo causas y señales a interpretar.
La nomenclatura geográfica del Río de la Plata ofrece multitud de
lagunas bravas. El origen de su
nombre es el mismo que se da a los cerros bravos,
sierras bravas, y pasos bravos de los que está sembrado el
territorio y cuyo mayor número aún no ha
sido registrado en los mapas, diccionarios, y demás trabajos descriptivos del
suelo rioplatense. Todo lugar bravo
presenta fenómenos ígneos, acústicos, o dinámicos, producidos por causas
misteriosas, que el vulgo atribuye a la acción de espíritus o seres fantásticos
escondidos en los antros de la serranía, o en el fondo de las aguas.
Los cerros tienen sus gnomos, sus salamanqueros. En la lagunas y en los pasos (vados) de ríos y arroyos, moran –entre genios diversos-
ninfas de formas varias, apareciendo en ocasiones llorosas mujeres vestidas de
blanco que se dejan ver en las orillas, o bien deslizándose por la superficie
del agua. La bravura de estos lugares
está referida a las manos invisibles de traviesos negrillos que de pronto suelen agitar las aguas, pero que se
sustraen a la vista del hombre tan pronto son descubiertos. Estos seres
fantásticos de color azabache son conocidos como negros del agua.
Sin embargo un día, un Obispo exorcizó
la laguna, haciendo posible mediante el conjuro, que los caminantes pudieran
acercase sin peligro despojándola además de todas las circunstancias que la
hacían objeto de espanto. De ahí el nombre que lleva, Yupacaray: laguna bendecida.
Cuentan que sobrenadando en sus aguas
apareció una imagen de la Madre
de Dios, cuyo hallazgo se disputaron dos caciques. Un misionero decidió la
contienda en favor del que moraba en el apartado valle de Caacupé, donde hoy hacen sus peregrinaciones los paraguayos devotos
y agradecidos a una imagen obradora de infinitos y grandes milagros. El 8 de
diciembre de cada año es el día de su festividad, lo que da lugar a grandes
concentraciones de fieles.
*El erudito paremiólogo D. José María
Sbarbi censura con justicia la introducción en nuestra lengua de la voz inglesa
folk-lore (Folk: vulgo; Lore: leer)
sustituyéndola con la expresión; saber tradicional popular, en un artículo de
su Monografía sobre los Refranes,
Adagios, y Proverbios Castellanos, premiada por la Biblioteca Nacional
de Madrid.
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