sábado, 2 de agosto de 2014

De las supersticiones en el
Río de la Plata




Las tradiciones populares van desapareciendo con mayor rapidez que nunca de la memoria de la gente. De ahí nace que con frecuencia se confundan los hechos y circunstancias que concurrieron originariamente a constituir un mito. Teniendo esto presente, no le tomará a uno de sorpresa el hallar diversificado el origen, los pormenores, y hasta el sentido de una leyenda, enlazada a hechos históricos o sociales, o al modo en que el entendimiento humano comprendió o explicó los fenómenos de la naturaleza que sorprendieron la inocencia del hombre primitivo.



El viajero que visita los derruidos pueblos de las Misiones del Paraná y el Uruguay, indaga con ansiedad si por acaso halla alguna reliquia que conserve la memoria tangible de los tiempos de los soldados que militaban bajo la enseña de Ignacio de Loyola. Los vecinos de Cayastá hurgan en la huella del arado y guardan con estimación diversos utensilios de hierro y peltre que los conquistadores acaudillados por Juan de Garay dejaron por ahí.
También las antiguas sociedades dejaron ruinas sobre las que se cimentaron tradiciones, y que el vulgo conservó en leyendas, mitos, cuentos, y creencias supersticiosas de toda laya. Los objetos materiales que nos dejaron las generaciones precedentes, van a parar a los museos. Los restos de las costumbres, ideas, y aficiones de cada Nación o de cada pueblo, tienen cabida en los archivos de la historia que invariablemente pasan por el folklore,* donde se recogen las tradiciones históricas, cosmogónicas, o gentílicas conservadas en la mente vulgar y en hábitos y costumbres.
Raro es el cerro peñascoso desde la cordillera de los Andes hasta las comarcas del Uruguay, Paraná, y Paraguay, que no tenga su salamanca o cueva encantada que encierre considerables riquezas de oro y plata en sus entrañas, y en cuyas cumbres no aparezcan y desaparezcan algunos negrillos a ojos del curioso que se acerque. Luces y extraños resplandores que a veces iluminan una vasta extensión de territorio; o aullidos espeluznantes de un animal desconocido, son aprensiones de tradición europea que hallaron terreno fértil para crecer y desarrollarse en toda América.
Al tesoro escondido comúnmente se le llama entierro, y en la provincias argentinas situadas entre la cordillera de los Andes y los ríos Paraná y de la Plata, llevan el nombre castellanizado de huacas o guacas, y se refieren a los tesoros que durante las conquistas de Perú y Chile, se supone ocultaron las gentes de la tierra que rendían vasallaje al Inca.
Entre los indios del Perú, la voz huaca, tenía diversas acepciones, pero sobre todo era utilizada para referirse a cosa adorable o sagrada.
En Perú enterraban los caciques y personas importantes en cerros hechos a mano también llamados guacas. Con los cuerpos de los difuntos enterraban multitud de objetos que les habían servido en su primera existencia terrenal.
El hombre primitivo vagamente concibe el origen verdadero de las cosas. Las juzga del propio modo, las rodean de circunstancias misteriosas y las personifican formando de ellas un mito.
El calor, el movimiento, la luz, los bramidos, las llamaradas, y las más variadas transformaciones naturales, han sido para el vulgo causas y señales a interpretar.
La nomenclatura geográfica del Río de la Plata ofrece multitud de lagunas bravas. El origen de su nombre es el mismo que se da a los cerros bravos, sierras bravas, y pasos bravos de los que está sembrado el territorio y cuyo mayor número  aún no ha sido registrado en los mapas, diccionarios, y demás trabajos descriptivos del suelo rioplatense. Todo lugar bravo presenta fenómenos ígneos, acústicos, o dinámicos, producidos por causas misteriosas, que el vulgo atribuye a la acción de espíritus o seres fantásticos escondidos en los antros de la serranía, o en el fondo de las aguas.
Los cerros tienen sus gnomos, sus salamanqueros. En la lagunas y en los pasos (vados) de ríos y arroyos, moran –entre genios diversos- ninfas de formas varias, apareciendo en ocasiones llorosas mujeres vestidas de blanco que se dejan ver en las orillas, o bien deslizándose por la superficie del agua. La bravura de estos lugares está referida a las manos invisibles de traviesos negrillos que de pronto suelen agitar las aguas, pero que se sustraen a la vista del hombre tan pronto son descubiertos. Estos seres fantásticos de color azabache son conocidos como negros del agua.
 No lejos de Asunción del Paraguay, extiende sus orillas la vasta laguna Yuparacay, comúnmente conocida como Iparacaray. La porción de tierra que hoy le sirve de lecho fue en tiempos remotos (según la tradición originada en la conquista) asiento de un pueblo de indios que se entregaron desenfrenadamente al pecado nefando. Horrorizada, la naturaleza convirtió de repente en mar embravecido el recinto maculado por tal vicio, sepultándo bajo las aguas a todos los habitantes. Fue entonces que desde el fondo de la encantada laguna Ipacaray salieron lastimeros ayes y estremecedores alaridos de hombres, mujeres, y niños, que clamaban a los transeúntes por misericordia.
Sin embargo un día, un Obispo exorcizó la laguna, haciendo posible mediante el conjuro, que los caminantes pudieran acercase sin peligro despojándola además de todas las circunstancias que la hacían objeto de espanto. De ahí el nombre que lleva, Yupacaray: laguna bendecida.
Cuentan que sobrenadando en sus aguas apareció una imagen de la Madre de Dios, cuyo hallazgo se disputaron dos caciques. Un misionero decidió la contienda en favor del que moraba en el apartado valle de Caacupé, donde hoy hacen sus peregrinaciones los paraguayos devotos y agradecidos a una imagen obradora de infinitos y grandes milagros. El 8 de diciembre de cada año es el día de su festividad, lo que da lugar a grandes concentraciones de fieles.

*El erudito paremiólogo D. José María Sbarbi censura con justicia la introducción en nuestra lengua de la voz inglesa folk-lore (Folk: vulgo; Lore: leer) sustituyéndola con la expresión; saber tradicional popular, en un artículo de su Monografía sobre los Refranes, Adagios, y Proverbios Castellanos, premiada por la Biblioteca Nacional de Madrid.

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