RECUERDOS DE UNA VISITA
A LA BODEGA
Ángel Juárez Masares
Una noche –dijo mi Amigo tirando unos
tacos de madera al fuego donde se asaba un pedazo de borrego- unos amigos
fueron a buscarme para llevarme a conocer una bodega.
Estaban apurados, pero aunque no
encontré razones para ello, los vi tan entusiasmados que no quise
contradecirlos y dejé lo que estaba haciendo para acompañarlos.
Al poco rato descendíamos por una
escalera de piedras desprovista de pasamanos. Ya en la mitad del tramo percibí
la frescura del lugar y el olor a humedad característico. Una sola lamparita colgaba
en medio del recinto, y un aroma del queso me llegó hasta la pituitaria,
enroscándose allí y llenándome la boca de saliva.
Una mesa de madera presidía el lugar,
prometiendo una degustación digna del gourmet más exquisito; algunos cuchillos y otros elementos de faena
se veían colgados de las paredes, y los toneles donde el vino esperaba paciente
la acción del tiempo estaban allí, tan al alcance de nuestra sed que daba ganas
de estirar ese momento para hacerlo aún mas placentero. Y eso fue precisamente
lo que hicieron los muchachos. Me mostraron todo sin permitirme tocar nada.
Detalladamente me ilustraron acerca de la utilidad de cada artilugio; éste
sirve para mover la cuajada, éste para quitar las impurezas, éste para colar, y
éste molde para prensar “la forma” hasta que tome su punto. Eso sí –dijo uno
ellos- el secreto consiste en apretar en la justa medida. Si uno se pasa de
fuerza sacará todo el aire, y entonces… el trabajo será en vano-
-Lo mismo pasa con el vino- dijo otro de
mis amigos- la cata debe ser moderada. Uno buscará sumergirse primero en los
aromas, separando con el olfato los diferentes componentes contenidos en el
vino. Hallará entonces la química presencia de la tierra que dio vida a la
planta; el agua que le permitió crecer, el sol del mediodía y el frío de la
noche que maduraron los racimos.
-¿Y como saben tanto?- dice mi Amigo que
les preguntó a los hombres.
-Porque llevamos mucho tiempo trabajando
en esto –respondió uno de ellos.
-También es verdad –agregó otro- que
antes no sabíamos nada, pero un día vino un técnico a enseñarnos. Sabía mucho
el hombre, por eso su Jefe lo mandó hasta acá, y de él fue que aprendimos
cuando el vino está en su punto-
Mi Amigo toma un “pincho” y da vuelta el
trozo de borrego rociándolo con una mezcla de sal y ajo que tenía en una
botella. Con el mismo elemento, apaga el pequeño fuego que comienza a crecer
sobre las brasas al derretirse la grasa de la carne, y llena otra vez los vasos
de éste vino.
-Ahá- dice como tomando impulsos para
reanudar el relato- se conoce que el técnico sabía mucho, porque los muchachos
hacían muy bien su trabajo.
Usaban la cuchilla previamente
humedecida, y en la tabla de trabajo bien podía caber un hombre encima. Para
probar el vino tenían las copas adecuadas, y cada vez que escanciaban en ellas
uno sentía sensaciones diferentes; al principio era como asomarse a un mundo
inexplorado, luego daba la impresión de estar en un lugar ya conocido, y
esperabas que de alguna parte surgiera la figura de tu hermano. Después…
sentías que tu único vínculo con el mundo era la tabla…te aferrabas a ella con
la esperanza de continuar en la bodega. De pronto eras un polizón descubierto
en un barco pirata, caminabas la tabla sintiendo en tu espalda la punta del
sable…cuando ibas saltar te quedabas sin aliento y volvías al tonel. Tosías, y
la risa de los muchachos te llegaba como ajena, o desde muy lejos, casi como si
no los conocieras.
Pero cuando ya te habías emborrachado, a
los muy turros se les antojaba preguntarte cosas, sin tener en cuenta que entre
tanto vino te habías olvidado hasta de tu nombre. Y ellos seguían…!dale que
dale con el vino!...y vos terminabas vomitando mientras ellos reían con las
copas vacías en las manos. ¡Hasta alguno se daba el lujo enojarse contigo
porque habías perdido la memoria con tanta juerga!-
Al final te hacían probar “el blanco”…un
tonel de blanco tenían allí…pero uno estaba tan borracho a esa altura del
partido que apretaba la boca para no beber más. Además, ese vino era asqueroso,
si tragabas un poco te raspaba la garganta y te hacía arder los ojos mientras
los muchachos se divertían de lo lindo.
Mi Amigo hace una pausa y corta un trozo
de carne que me alcanza en la punta del cuchillo.
-Mirá… a punto. Un golpecito más de
brasas para “crocantearlo”, y comemos.
-Fuimos muchos los que visitamos la
bodega, aunque no para todos fue bodega. Para algunos era un parque de
diversiones, de esos que los juegos se parecen más a una tortura que a un
divertimento. Por eso preferían el parque. Había quienes bajaban fascinados por
un tobogán hasta caer en un lago de agua limpia llena de peces y mujeres
desnudas; otros optaban por la montaña rusa, otros por el tren fantasma.
Todas esas locuras protegieron la
cordura.
Quienes bajaron a la bodega y no dejaron
su mente en el perchero, enloquecieron.
Una noche en la que me arrastraban
totalmente ebrio escaleras arriba, me dio por preguntarle a los muchachos quien
era el técnico que les había enseñado tanto del asunto.
Primero se hicieron “los cosos”, como si
a mi me interesara aprender algo, pero un día uno de ellos me dijo por lo bajo:
-El hombre que nos enseñó como hacer
este trabajo, se llama Dan Mitrione.
No hay comentarios:
Publicar un comentario