viernes, 17 de febrero de 2012

Pro y contras de las redes sociales


Ángel Juárez Masares



Mas de una vez hemos manifestado las ventajas de las redes sociales en cuanto la facilidad con que permiten reencontrarnos con personas con quienes tuvimos algún tipo de relación; ya sea laboral, o de amistad, y con las cuales los avatares de la vida nos distanciaron. Cuando la dinámica de las actividades del hombre consume su tiempo; cuando esos cambios nos distancian geográficamente de los afectos, una simple búsqueda en facebok , nos pone al alcance a aquel compañero de trabajo con el cual generamos una especial relación, o al amigo que partió en procura de oportunidades y del cual no tuvimos noticias.
Sin embargo, entre las cosas que más nos preocupan –sobre todo a quienes ya no somos jóvenes- está la utilización que suelen hacer de las redes sociales, precisamente algunos adolescentes.
Si bien es cierto que los adultos buscamos relacionarnos con personas con las cuales tenemos alguna afinidad, ya sea por una cuestión etaria, cultural, política, o simplemente de gustos particulares, no es difícil ver –por el carácter público del sistema- muros donde se “cuelgan” fotos de niñas que se esfuerzan por parecer mayores. Vemos entonces menores que no pasan los doce años, no solamente en sugerentes poses y vestidas como mujeres, sino aumentándose la edad, como si existiera una suerte de urgencia en dejar atrás la niñez lo antes posible.
La reflexión sobre estos asuntos nos recuerda algunos casos, como el ocurrido tiempo atrás en la República Argentina, donde una niña fue secuestrada, asesinada, y su cadáver arrojado a un basural. La cobertura periodística de este caso abundó en fotografías familiares del tenor que señalábamos más arriba.
¿Cuáles son los riesgos de esta exposición pública, que además muchas veces incluye detalles de sus casas?
Si fácil es detectarlos para cualquier persona de hábitos normales, que muchas veces pueden pensar en ello como una “travesura”, por qué no pensar que esa exposición es campo fértil para quienes se ocupan de contactar menores para sus redes de pedofilia.
¿Qué es esta una elaboración demasiado elucubrada del asunto?
Quizá lo sea, pero nadie podrá negar que es real, que existe, y que está en los noticieros con una frecuencia aterradora.
Como en otros temas que hemos abordado, debemos suponer que la manera de evitar sucesos desagradables es la profilaxis, que comenzaría  con un adecuado control de los padres sobre los “muros” de los hijos.
Naturalmente que lo antes dicho no significa una generalización del tema, no estamos diciendo que ese control esté ausente, pero nadie puede negar que muchas veces no existe.
Días atrás en un intercambio de comentarios entre adultos surgido en Facebook, una madre expresaba su dolor e indignación ante el flagelo de la droga, y lo hacía despotricando contra quienes la proveen. Personalmente creemos que esa actitud –muy humana por otra parte- no tiene sentido práctico alguno. Los cárteles y distribuidores no van dejar de hacerlo aún con el rechazo de todos los padres del mundo. Que tal entonces si el esfuerzo se concentra en fortalecer el carácter de nuestros hijos para que les permita decir no cuando le ofrecen drogas.
¿Qué no es fácil?
No lo es…pero… ¿alguien conoce una fórmula mejor?
La sociedad clama por soluciones, el sistema político se sacude ante el avance del comercio de estimulantes; las redes de prostitución, y la pedofilia. Las Organizaciones Sociales realizan foros, perfeccionan expertos, asistentes sociales, y buscan fórmulas innovadoras.  Los Estados intercambian experiencias en recuperación de adictos, y la policía en desarticular las redes de traficantes; las cárceles se llenan de delincuentes a los que se debe “recuperar”, y gran parte de las economías de esos Estados se van en tales menesteres.
Mientras tanto, nada de eso parece ser realmente efectivo. La institución “familia” sigue el tema, opina, reclama soluciones, y está bien que así sea, sin embargo ¿quien dice que la solución no parta de cada hogar?
¿Que lo antes dicho es una posición demasiado inocente ante la dimensión gigante del asunto?
Es posible, pero, ¿no es mejor evitar la enfermedad a tener que curarla?
Nadie ignora que las relaciones entre los jóvenes tienen un alto componente imitativo. Si no haces tal cosa eres flojo, cobarde, o “te lo pierdes”. También es verdad que esa conducta no es privativa de los tiempos modernos, antes tuvimos que negarnos a tocar el timbre y salir corriendo, o patear algún tacho de basura, o hacernos “la rata” en el liceo. Claro que aquellas travesuras no dejaban más secuelas que algún insulto del vecino afectado, o algún castigo propinado por “los viejos”; lejos todo eso de lo que significa acceder a probar la droga.
En esos debates virtuales señalamos además algunos episodios trágicos que llenaron las portadas de los noticieros por estos días, como la muerte de una modelo argentina, y de la cantante Witney Houston, ambas por sobredosis, y –curiosamente- con idéntico escenario.
Supimos además de la adicción al alcohol –teóricamente superada- del actor Daniel Radcliffe, conocido mundialmente por encarnar al personaje Harry Potter.
Esto pone en evidencia que nada tienen que ver la fama y el dinero con la soledad en que muchas veces se encuentran los famosos y los ricos. El fortalecimiento de la personalidad entonces, no sabría de posiciones sociales, y sería aplicable a cualquier ser humano independientemente del lugar que ocupe en el planeta.
Naturalmente que esta reflexión no contiene los elementos técnicos que aportarían los estudiosos de los temas que hemos tocado de manera tangencial y cuasi doméstica, pero si en principio centramos el asunto en su propia domesticidad, quizá no estemos tan equivocados en nuestro pensamiento.

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