Pro y contras de las redes sociales
Ángel Juárez Masares
Mas de una vez hemos manifestado las ventajas de las redes
sociales en cuanto la facilidad con que permiten reencontrarnos con personas
con quienes tuvimos algún tipo de relación; ya sea laboral, o de amistad, y con
las cuales los avatares de la vida nos distanciaron. Cuando la dinámica de las
actividades del hombre consume su tiempo; cuando esos cambios nos distancian
geográficamente de los afectos, una simple búsqueda en facebok , nos pone al
alcance a aquel compañero de trabajo con el cual generamos una especial
relación, o al amigo que partió en procura de oportunidades y del cual no
tuvimos noticias.
Sin embargo, entre las cosas que más nos preocupan –sobre
todo a quienes ya no somos jóvenes- está la utilización que suelen hacer de las
redes sociales, precisamente algunos adolescentes.
Si bien es cierto que los adultos buscamos relacionarnos
con personas con las cuales tenemos alguna afinidad, ya sea por una cuestión
etaria, cultural, política, o simplemente de gustos particulares, no es difícil
ver –por el carácter público del sistema- muros donde se “cuelgan” fotos de niñas
que se esfuerzan por parecer mayores. Vemos entonces menores que no pasan los
doce años, no solamente en sugerentes poses y vestidas como mujeres, sino
aumentándose la edad, como si existiera una suerte de urgencia en dejar atrás
la niñez lo antes posible.
La reflexión sobre estos asuntos nos recuerda algunos
casos, como el ocurrido tiempo atrás en la República Argentina ,
donde una niña fue secuestrada, asesinada, y su cadáver arrojado a un basural.
La cobertura periodística de este caso abundó en fotografías familiares del
tenor que señalábamos más arriba.
¿Cuáles son los riesgos de esta exposición pública, que
además muchas veces incluye detalles de sus casas?
Si fácil es detectarlos para cualquier persona de hábitos
normales, que muchas veces pueden pensar en ello como una “travesura”, por qué
no pensar que esa exposición es campo fértil para quienes se ocupan de
contactar menores para sus redes de pedofilia.
¿Qué es esta una elaboración demasiado elucubrada del
asunto?
Quizá lo sea, pero nadie podrá negar que es real, que
existe, y que está en los noticieros con una frecuencia aterradora.
Como en otros temas que hemos abordado, debemos suponer
que la manera de evitar sucesos desagradables es la profilaxis, que
comenzaría con un adecuado control de
los padres sobre los “muros” de los hijos.
Naturalmente que lo antes dicho no significa una
generalización del tema, no estamos diciendo que ese control esté ausente, pero
nadie puede negar que muchas veces no existe.
Días atrás en un intercambio de comentarios entre adultos
surgido en Facebook, una madre expresaba su dolor e indignación ante el flagelo
de la droga, y lo hacía despotricando contra quienes la proveen. Personalmente
creemos que esa actitud –muy humana por otra parte- no tiene sentido práctico
alguno. Los cárteles y distribuidores no van dejar de hacerlo aún con el
rechazo de todos los padres del mundo. Que tal entonces si el esfuerzo se
concentra en fortalecer el carácter de nuestros hijos para que les permita
decir no cuando le ofrecen drogas.
¿Qué no es fácil?
No lo es…pero… ¿alguien conoce una fórmula mejor?
La sociedad clama por soluciones, el sistema político se
sacude ante el avance del comercio de estimulantes; las redes de prostitución,
y la pedofilia. Las Organizaciones Sociales realizan foros, perfeccionan
expertos, asistentes sociales, y buscan fórmulas innovadoras. Los Estados intercambian experiencias en
recuperación de adictos, y la policía en desarticular las redes de traficantes;
las cárceles se llenan de delincuentes a los que se debe “recuperar”, y gran
parte de las economías de esos Estados se van en tales menesteres.
Mientras tanto, nada de eso parece ser realmente efectivo.
La institución “familia” sigue el tema, opina, reclama soluciones, y está bien
que así sea, sin embargo ¿quien dice que la solución no parta de cada hogar?
¿Que lo antes dicho es una posición demasiado inocente
ante la dimensión gigante del asunto?
Es posible, pero, ¿no es mejor evitar la enfermedad a
tener que curarla?
Nadie ignora que las relaciones entre los jóvenes tienen
un alto componente imitativo. Si no haces tal cosa eres flojo, cobarde, o “te
lo pierdes”. También es verdad que esa conducta no es privativa de los tiempos
modernos, antes tuvimos que negarnos a tocar el timbre y salir corriendo, o
patear algún tacho de basura, o hacernos “la rata” en el liceo. Claro que
aquellas travesuras no dejaban más secuelas que algún insulto del vecino
afectado, o algún castigo propinado por “los viejos”; lejos todo eso de lo que
significa acceder a probar la droga.
En esos debates virtuales señalamos además algunos
episodios trágicos que llenaron las portadas de los noticieros por estos días,
como la muerte de una modelo argentina, y de la cantante Witney Houston, ambas
por sobredosis, y –curiosamente- con idéntico escenario.
Supimos además de la adicción al alcohol –teóricamente
superada- del actor Daniel Radcliffe, conocido mundialmente por encarnar al
personaje Harry Potter.
Esto pone en evidencia que nada tienen que ver la fama y
el dinero con la soledad en que muchas veces se encuentran los famosos y los
ricos. El fortalecimiento de la personalidad entonces, no sabría de posiciones
sociales, y sería aplicable a cualquier ser humano independientemente del lugar
que ocupe en el planeta.
Naturalmente que esta reflexión no contiene los elementos
técnicos que aportarían los estudiosos de los temas que hemos tocado de manera
tangencial y cuasi doméstica, pero si en principio centramos el asunto en su
propia domesticidad, quizá no estemos tan equivocados en nuestro pensamiento.
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