Aldo Roque
Difilippo
En el año
1871 la ciudad de Mercedes padecía, al igual que diferentes puntos del país,
los azotes de la epidemia de Viruela. Aunque no muy significativa, ésta tendría
un rebrote en los primeros años de la década de 1880, que ha quedado en los
anales de la historia por su devastadora secuela. A 141 años de distancia
resulta atractivo recorrer los hechos a través de un periódico, “El
Mercedario”. Aunque su discurso resulte parcial, y por momentos
tendencioso, es más que atractivo descubrir cómo pensaban y cómo vivían
aquellos mercedarios del siglo pasado.
En 1857
Mercedes fue elevada al rango de ciudad y capital del Departamento, editándose también
el primer periódico del interior del país: “El Río Negro”, dirigido por los
hermanos Dermidio y Alcides De María (hijos del historiador Isidoro), por lo
cual el 3 de setiembre de 1871, día que aparece el primer número de “El
Mercedario”, Mercedes no solo vivía su decimocuarto año como ciudad
capital del departamento, sino que había visto nacer y morir a por lo menos 14 periódicos
de vida efímera, que ayudaron a la comunicación entre los habitantes de la
floreciente ciudad, mediante un lenguaje tan rudimentario como los elementos técnicos
utilizados en la impresión de los mismo: tipos de madera y metal que una vez
armados en planchas, imprimían estos periódicos primitivos que en su mayoría no
superaban una hoja.
Fortunato Gigena |
Llenar el vacío
El primer
número de “El Mercedario” (una hoja escrita a doble faz que luego se transformaría
en ocho páginas), comienza expresando: “Comprendiendo
la falta que hace un periódico en esta ciudad aunque sea de avisos nos hemos
propuesto dar EL MERCEDARIO, para llenar ese vacío que lo creemos de necesidad,
(…)”, advirtiendo que “dará a luz ocho números
al mes los Jueves y Domingos de cada semana”.
Dirigido
por Fortunato Gigena, primer tipógrafo mercedario, iniciado en “El Río
Negro” y que ya había dirigido “La Patria ” (1866), “El Eco de Mercedes”
(1868), “El Río Negro” (1869), y posteriormente dirigiría “El Oriental” (1876-1883), “El
Progreso” (1879-1880), “La Nueva
Era ” (1884-1885), y “El Amigo del Pueblo”
(1885-1887). Este último se editó diariamente durante todo 1886, dejando de
salir en abril de 1887, al morir Gigena.
La policía, los perros y la curia
“La Viruela ”,
se titula un pequeño artículo de ese primer numero, temática que abordaría
repetidas veces y con acaloramiento. “Todavía
existen muchos que no se han vacunado”, denunciaba en una de sus páginas, “debido a la incuria de los padres y a
ciertas creencias, de algunos, que miran a la
vacuna como la mayor plaga prefiriendo ver sucumbir a sus hijos antes de
ceder de (sic) esas ideas ridículas
que se ven a cada paso desmedidas”.
Mas
adelante agrega que podrían vacunarse “en
casa del Sr. Dr. D. Serafín Rivas” donde “hay todos los jueves y domingos, suministrada por el inteligente
flebotomista D. Ermenijildo Aramendi, recomendamos a lo padres de familia,
lleven a sus hijos para ser vacunados (…)”.
Al tiempo
que apuntaba sus primeras criticas hacia la policía: “Nos ha sorprendido la medida tomada por la Policía , sobre la matanza
de perros, sin haber dado antes un aviso para que las personas, en cuyo poder
existen animales de estimación, tomasen las medidas de precaución, que en tales
casos, la autoridad esta en el deber de iniciar; y doblemente nos ha disgustado
el modo con que los encargados de la operación arrojan las píldoras de
estrignina, sin preocuparse de las malas consecuencias que pueden traer a la
población , el abandono de las píldoras que no tomasen los perros y que a
merced de cualquiera otro animal quede en la calle. Preocupación, mucha
preocupación, Sres. Encargados de suministrar la estrignina, no haya (sic) a
suceder que paguen justos por pecadores”.
(…) “Hemos visto en algunas calles, perros
muertos, que según nos dicen con estrignina , arrojada por la policía, bueno
seria que también lo hicieran sacar, pues resultaría si no lo hacen, que
corrompidos, causaría su putrefacción , un resultado malo para la población,
pues esos mismo se esparcirían por toda la ciudad contribuyendo mas a la propagación
de la viruela, que sigue con furor haciendo estragos (…)”. Agregando más
adelante que “esta repugnante enfermedad
que afije a la humanidad, va tomando cuerpo entre nosotros, merced al desaseo,
a la poca vigilancia de la policía que hasta ahora hemos tenido y mas que todo
al escandaloso procedimiento del Sr. Cura que en su deseo de hacer pesos, ha
estado admitiendo hasta hoy cuerpos de los fallecidos de la epidemia a las
puertas de la Iglesia
para hacerles responso atacando así, disposiciones superiores, que le han sido
comunicadas por la comisión de salubridad como también la salud del pueblo que
contagia impunemente (…) parece desconocer el Sr. Cura en su propósito,
repetimos de hacer pesos, sin importarle la salud del pueblo que esta más
arriba de todo (…)”.
Sepultureros sui-generis y los boticarios
Las “disposiciones superiores” correspondían
a una “Orden Policial”, por la cual
se establecían los procedimientos para la sepultura de los cuerpos. “Todos los cadáveres al ser sepultados deben
ser cubiertos con una capa de cal viva” el blanqueo externo e intenso de
las cosas, la prohibición de velorios el barrido de la basura y el combate de
las aguas servidas. Denunciándose una semana después que “en el Cementerio se sigue una forma desconocida sui géneris por su invención
inmoral, una verdadera epidemia cual es la apertura de los fosos que abren en línea
recta o mejor explicado (sic) una zanja de tres cuartas a lo mas de profundidad
dentro de la cual e va colocando los féretros uno en pos de otro
continuadamente y los cuales se cubren en parte, pues mientras no llega al
anterior queda como todo el cotado a donde debe arrimarse el vecino sin
cubrirse por tierra.
Excusamos expresas las consecuencias de tan villana invención,
que si nos ha causado pavos no se iguala al que produce al indiferentismo a la
criminalidad de las autoridades que han procedido y consentido tal escándalo
(…) Entre tanto, el sepulturero que tiene por costumbre desnudar a los muertos
para negociar sus vestidos que los hacia meses atrás ¿Quién nos garante que no
haga lo mismo con los fallecidos de viruela?” reclamándole el Jefe Político
“mandar al Cementerio una buena cantidad de cal viva, para empezar a cubrirse
los cadáveres y que debe a todo trance, colocar un encargado del Cementerio que
responda a la confianza que ese puesto merece, y no profane los cadáveres que
cumpla exactamente su misión de otra manera todo será inútil y nuestros
esfuerzos como el de la autoridad se estrellaran”
Reiterando
una semana después las medidas policiales “han
caído en ridículo” ya que no solo no se enterraban las personas de la forma
indicada sino que “hasta ayer flotaban en
la superficie de la tierra, las ropas de los fallecidos acompañados de una
pierda o un brazo salido del cajón, que se cubra, una cuarta de tierra”. Agregando
que “ahora, se nos denuncia que las ropas
de los fallecidos de viruela, no solo no se queman, sino que en la cama donde
acaba de morir, se acuestan otros vivientes o criaturas, cubriéndose con las
mismas ropas del que momentos antes ha expirado”. Al parecer, todos en
alguna medida, tenían su parte de culpa para que la epidemia se propagara: “¡Sres. Farmacéuticos! – Más caridad, más filantropía
con los pobres que van a comprar alguna medicinas para enfermos. Es preciso
Sres. Botánicos que seáis más caritativos y humanitarios con las personas
proletarias. Esperaremos que modifiquéis los precios de vuestras medicinas, haciéndose
dignos de los encomios del pueblo”
A divertirse
“Los carros de limpieza – Estos vehículos cuyo destino
es puramente para conducir las basuras que se extraen
(sic) de las casas, han sido estos días
ocupados, para la conducción al cementerio de unos infelices que sucumbieron de
la viruela.. Por lo repugnante, lo inmortal es, que esos cadáveres han sido
echados en el carro de basuras, envueltos en los trapos que les sirvió de cama
en su enfermedad, llevando así, el contagio por las calles por donde ha cruzado
a la vez que el espectáculo horripilante que de ello se desprende (…) Pues que ¿la Policía no puede
proporcionar carro y cajón a esos infelices? ¿Puede permitirse que se repita el
cuadro escandaloso y repugnante que a grandes rasgos describimos?”.
Llegando con el verano la esperanza de que la epidemia retrocediera. El
Carnaval prometía diversión, pese a todo en un febrero caluroso. “¡Divertirse queridos lectores y lectoras,
mucho muchísimo! Pero os recomiendo que no gastéis muchos pesos, porque en
estas circunstancias de guerra, epidemia y otras yerbas es indispensable el
sistema económico”, ya que “este
pobre cronista se abstendrá de gastar, pues sepa uds. que había reunido algunos
regalitos, pero la época y el estado anormal por que atravesamos, me hace que
apriete la chusma donde están los pobrecitos”
Aunque en
marzo de 1872, todavía se seguían informando sobre “este terrible azote” que “no
nos quiere dejar en paz; sufrimos aun sus fatales consecuencias, habiendo
algunos casos todavía. Parece que esta inhumana enfermedad, no nos dejara hasta
el invierno y antes de desparecer del
todo nos dará algunas victimas, causadas por su furia infernal”
En aquel convulsionado
1872 donde 420.000 personas habitaban nuestro país, el Ferrocarril llegaría a
la ciudad de Florida, una vez construido el puente Santa Lucía.
Nota: Nuestro agradecimiento al
Esc. Alfonso Arias quien nos proporcionó una colección del periódico “El
Mercedario” del 3/9/1871, con el cual confeccionamos el presente
trabajo.
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