El violinista en
la estación
Ángel
Juárez Masares
La
semana pasada un famoso violinista tomó su Stradivarius de tres millones y
medio de dólares y se fue a interpretar una de las composiciones más difíciles
escritas para ese instrumento, pero no lo hizo en un teatro, sino en el hall
del metro de Nueva York.
Pocas
personas se detuvieron a escuchar, y las que lo hicieron no le dedicaron mas de
tres minutos de atención; solo algunos niños pequeños tuvieron que ser
“arrastrados” por sus padres al pretender detenerse frente al artista. Al cabo
de 45 minutos, el hombre recogió unas monedas y se fue.
No
recuerdo quien instrumentó la experiencia, pero sí que hace algunos años el
brasileño Hermeto Pascoal hizo algo similar; se sentó sobre una alfombra en una
plaza pública a tocar la flauta traversa, quizá con mas fortuna que el
violinista de marras si la medimos en cantidad de monedas.
Esto
nos conduce a preguntarnos por qué razón los seres humanos somos tan
dependientes del “contexto” en que “deben” encontrarse determinadas expresiones
del arte. Por qué razón un músico, un cuadro, una escultura, alguien leyendo un
poema, no producen el mismo efecto fuera de los lugares “adecuados” para cada
caso.
El
violinista que tocaba en el Metro había agotado días antes las entradas en una
lujosa Sala a precios astronómicos. El público le había aplaudido de pié,
solicitado “bises”, y la crítica abundado en elogios.
Lo
curioso es que esta humana actitud puede trasladarse a diferentes disciplinas,
incluso más allá de los artístico. ¿Cuántos “Messi” habrá diseminados en las
favelas de Brasil, en la campiña irlandesa, o en los pastizales de Nigeria?
Solo que a esos no les llegó la oportunidad, pero dibujan los mismos arabescos
en canchas imaginarias (“fuera de contexto”) que el crack en los mejores
estadios del mundo.
¿Cuantas
veces la prensa especializada nos muestra una pintura horrible que se vendió en
varios millones, y que nosotros no se la mostraríamos a nadie? ¿Solo porque
llegó a una importante Galería?
¿Por
qué razón aplaudimos a rabiar a ese cantante popular que está de moda, si en
realidad nos consta que es espantosamente malo? Será por el entorno donde está
inserto, por las luces, los equipos de audio, el marketing…el “contexto” del
que hablábamos antes.
Pero
hagamos esta reflexión más doméstica tomando como ejemplo algo que sucede con
frecuencia y de lo que ya hemos hablado en alguna oportunidad. ¿Cuántas veces
escuchamos que ese hombre, o esa mujer, no pueden ser artistas porque “viven a
la vuelta de casa”?
Por
qué razón cuando ese hombre o esa mujer salen de su entorno (ciudad,
departamento, país) el trato que reciben es diferente. Es decir: son tratados
como artistas.
Dice
Aldrich en su obra “Filosofía del Arte”: “…el chofer de un camión de mudanza ve
una obra de arte en términos de tiempo y espacio, que parecen no ser
compatibles con sus propiedades de objeto de experiencia estética”.
Entonces,
¿esa obra de arte deja de serlo mientras no esté colgada en la sala de
exposiciones o en la residencia de su dueño?
El
violinista del metro de Nueva York, ¿dejó de ser un artista al estar actuando
“fuera de contexto”?
La
prudencia indica que no debemos ahondar en la multiplicidad de aristas e
interpretaciones que pueden encontrarse en estos temas, pero el estar “hablando de bueyes perdidos” nos permite
trasladarle la palabra a nuestros lectores. En definitiva, de eso se trata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario