La importancia de
tener un lápiz
Ángel Juárez Masares
El lápiz quizá sea la herramienta de escritura más
elemental que exista en los tiempos actuales. Sin embargo su valor y utilidad
se aprecia cuando no se tiene. Metido en un cubo sobre un escritorio, el viejo
lápiz de grafito permanece casi ignorado ante soberbios bolígrafos o marcadores
de diferente graduación de trazo, pero cómo se potencia cuando necesitamos
anotar ese número de teléfono o esa dirección, ¡ya!, y no hay otra cosa que un
trozo de lápiz con la punta quebrada.
Cuenta Paul Auster, que
cuando tenía ocho años, su padre –fanático del beisbol- lo llevó con unos
amigos a ver el primer partido por la gran Liga entre el New York Giants contra
los Milwaukee Braves. Ellos tenían asientos preferenciales, y Auster recuerda
que una vez terminado el partido los hombres se quedaron sentados hablando
hasta que el estadio quedó vacío. Dice que se hizo tan tarde que tuvieron que
atravesar el “diamante” de la cancha y salir por la puerta del campo central
que –casualmente- daba a los vestuarios de los jugadores.
-Allí me encontré de
pronto con Willie Mays- recuerda Auster-el As de mi equipo estaba parado en ropa de calle a menos de tres metros.
Logré hacer que mis piernas se movieran hacia él, y recogiendo hasta el último
gramo de coraje, le dije: Señor Mays, ¿podría tener su autógrafo?-
La respuesta fue brusca
pero amistosa : -Por supuesto chico, ¿tienes un lápiz?-
Yo no tenía un lápiz, de
modo que le pedí a mi padre que me prestara el suyo, pero él tampoco tenía. Ni
los amigos. El gran Willie estaba ahí, mirándome en silencio. Cuando fue
evidente que nadie del grupo tenía nada con qué escribir, se volvió hacia mi,
se encogió de hombros, y dijo:
-Lo siento chico, si no
tienes lápiz no puedo darte un autógrafo- Luego cruzó el campo y se perdió en
la noche.
Auster asegura que
después de esa noche comenzaría a llevar un lápiz donde quiera que fuese. No es
que tuviera algún plan especial para ese lápiz, pero no quería estar
desprevenido.
-En todo caso –dice- los
años me enseñaron que si llevas un lápiz en el bolsillo existe la posibilidad
que un día te sientas tentado a usarlo.
Años mas tarde, Paul
Auster contaría a sus hijos esa anécdota a raíz de la cual –sostiene- se hizo
escritor.
Podemos quizá relativizar
esa circunstancia, pues no siempre el tener un lápiz en el bolsillo nos
convierte en escritores, como tampoco poseer un serrucho nos convierte en
carpinteros.
Sin embargo –y amparados
en que estamos hablando bueyes perdidos- ¿quién puede asegurar que el más
insignificante elemento no sea el disparador de grandes cosas?
Personalmente puedo dar
testimonio que mi pasión por los libros nació porque mi padre solía leer
siempre, aún cuando no hubo terminado la escuela primaria. Así como mi
megalomanía tuvo su génesis en aquella antigua radio “capilla” de mi casa
paterna que funcionaba a válvulas y batería.
Indudablemente los
factores introductorios a determinadas disciplinas, como la música, la escritura,
la pintura, y las artes escénicas, pueden ser múltiples y provenir de
circunstancias diversas. Quizá algunas personas estén condicionadas
genéticamente para ello; otras encontrarán el camino a través de experiencias
vividas en la primera infancia, a veces tan pequeñas como la de Paul Auster
(aunque no menos condicionantes, como ya lo vimos).
De todas maneras la
aparente nimiedad de no tener un lápiz en el momento oportuno, dejó a aquel
niño de ocho años sin el autógrafo del crack de su equipo.
Quizá sería bueno que
cada hombre tuviera siempre a mano un lápiz que nos permita recordar una idea
tonta, un poema cursi, o dibujar una paloma. Mas no sea por la cantidad de
veces que otros hombres nos mataron ideas tontas, se burlaron de poemas cursis,
o nos prohibieron dibujar una paloma.
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