De como este escriba fue vencido por la
propia arma que utiliza: la palabra
Escriba medieval
Amados Cofrades: Cuentan que Lorenzo de Médicis, mas conocido como “El Magnífico”, mandaba colgar a sus enemigos políticos del balcón de su palacio. Los caídos en desgracia pendían de los tobillos hasta que morían, mientras que el pintor Andrea del Castagno aprovechaba para plasmar sus agonías en una tela.
El buen Lorenzo no había tenido mejor ocurrencia que coleccionar
aquellos gestos, tan agradables para su odio, en una clara muestra que la
venganza es dulce, como suelen asegurar algunas gentes sinceras en sus
expresiones.
Sin embargo ese episodio llevóme a recordar que siempre la historia
se repite, pues en la comarca de nuestros desvelos pululan los “Magníficos” que
–teniendo algún poder sobre sus semejantes- también cuelgan a sus enemigos del
balcón, aunque no sea literalmente, pues varias son las formas para hacerlo.
Esto sucede cuando los hombres no están conformes con su condición de
ciudadanos y quieren sobresalir del vulgo a no importa cómo. A veces el
argumento empleado es que “desean servir a la comunidad” (asunto que en
realidad nadie cree), y en otras ocasiones ni siquiera se molestan en dar
explicaciones de sus actitudes para con el prójimo. Vistas y comprobadas estas
prácticas, que por lo general van dirigidas a conseguir un lugar en la Junta de Notables, en algún
scriptorium de palacio, o directamente a ocupar el sillón del Señor feudal, vemos
que en realidad el hombre destos años de 1512 no tiene otros ideales que lo
impulsen a metas mas altas. Mientras tanto se afana en corregir a los demás,
como si su posición frente a la vida fuese “el fiel” de balanza por el cual
todos deben medirse ( o pesarse). El hombre acostumbra, además, pavonearse ante
cualquier mérito, título, o victoria obtenidos, por minúsculos que ellos sean,
pues la falta de ideales superiores lo aleja de los méritos, títulos, o
victorias verdaderos.
Se que no faltará el Cofrade que a esta altura se pregunte: ¿Acaso
Escriba quieres emular a Lorenzo “El Magnífico”, colgando de tu balcón a quien
no piense como tú?
Nada mas remoto, aunque no cuestiono su metodología. Quien diga que
no lo haría es un hipócrita. Lo que pretendo decir es que cada uno debería
tratar de mejorar lo que la vida le dio como tarea, y como la deste anciano
escribidor es escribir, simplemente usa la palabra.
La palabra puede tener variadas definiciones, pero como todas ellas
serán palabras, prefiero decir que la palabra puede subyugar, traicionar, o
lastimar. Todo depende como se use. Suele suceder que el pensamiento (impulso
que genera la palabra) a veces es tan avasallante que el hombre no encuentra la
palabra para expresarlo; otras, el sujeto se empeña en usar la palabra, pero
fracasa si el pensamiento es mezquino.
La literatura es el arte de la palabra escrita, la oratoria el arte
de la expresión oral, pero de nada sirve empeñarse en ambas lides si el hombre
no es capaz de usar el pensamiento. La misión del escritor es poner sensaciones
al alcance de otros hombres. Pueden ser éstas de una contundente realidad, o de
una sublime fantasía. La tarea del orador es convencer al auditorio, pero eso
lo determina siempre la palabra.
El escritor que no ponga sensaciones al alcance de otros hombres,
habrá fracasado, como también fracasará el orador que no logre convencer al
auditorio. Sin embargo la realidad no está en el lenguaje en que se expresa,
éste es solo un instrumento para que la realidad se manifieste.
Pobre de Lorenzo “El Magnífico”, que creyó deshacerse de sus enemigos
colgándolos de los tobillos, en lugar de usar la palabra. Seguro no sabía que
la palabra puesta en tiempo y forma adecuada, mas daño causa que colgar al
adversario del balcón.
Destas razones y otras muchas se apaña este Escriba para no tener
temor a que alguien lo cuelgue del balcón; mas, no quisiera ser asesinado por
palabra, aunque sabe muy bien que pese a tantos años procurando dominarlas no
le otorgan derechos sobre dellas.
Dicen que la misión del escritor es abrir en el monte una picada a
machetazos, para que por ella pasen otros hombres a cumplir otras misiones. El
anciano solo pide que su pensamiento no mengüe sus impulsos, y pueda continuar
marcando apenas un camino de hormigas, mas no sea usando –como esta noche- la
palabra atada con los invisibles hilos de la fantasía.
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