viernes, 29 de abril de 2011

EDITORIAL

Don Frutos, el chivo expiatorio

Aldo Roque  Difilippo


No tengo dudas que si Fructuoso Rivera hubiera nacido en Estados Unidos hoy todos conoceríamos su historia a través del cine. Que Oliver Stone, o Francis Ford Cóppola, o Martín Scorcese se hubieran encargado de contarnos su historia porque la vida y los avatares de Don Frutos sirven para más de una docena de películas de Hollywood: desde el caudillo de la revolución artiguista, al gaucho mujeriego y amigo de los indios, al exterminador de indios y esposo de doña Bernardina Fragoso. Desde sus fidelidades  a la causa artiguista a sus traiciones al jefe de los orientales. Desde tener el honor de haber sido el primer Presidente del naciente Estado uruguayo, cargo que también ocupó por la fuerza de las circunstancias o sus ambiciones en un segundo período y que repitió en un triunvirato con Lavalleja y Venancio Flores, para morir y que su cadáver fuera transportado dentro de una barrica con caña para que no se pudriera.
Quizá por eso es que cada tanto, su figura y trayectoria vuelven cíclicamente a instalarse en la discusión pública, más por sus aristas oscuras que por sus virtudes.
En los últimos años se han conocido documentos donde don Frutos Rivera, fundador del Partido Colorado, ese personaje adusto que todos los que pasamos por la Escuela Pública conocimos en esa suerte de trinidad de cuadros colgados en todas las direcciones escolares, junto a Artigas y Lavalleja, convocó a ultimar al prócer José Gervasio Artigas. Catalogándolo de  “monstruo”, “déspota”, “anarquista” y “tirano”. Uno de esos documentos es una carta  enviada por Fructuoso Rivera a Francisco Ramírez el 13 de junio de 1820. En la misma Rivera afirma sin pudor: “Todos los hombres, todos los Patriotas, deben sacrificarse hasta lograr destruir enteramente a Don José Artigas; los males que ha causado al sistema de Libertad e independencia, son demasiado conocidos para nuestra desgracia y parece escusado detenerse en comentarlos, cuando nombrando al monstruo parece que se horripilan”.

Los documentos son irrebatibles

Evidentemente que la difusión masiva de esta carta levantó polvareda, aunque a decir verdad para los historiadores y los asiduos lectores de la historia este tema no era novedad.  Solamente por citar un ejemplo local en 1996 el profesor Washington Lockhart publicó un pequeño libro “Rivera tal cual era”. Donde en forma por demás contundente enumera las “Traiciones cometidas por Rivera”: “1-Traicionó a Artigas en 1820, poniéndose al servicio de los portugueses y del traidor Ramírez. 2-Traicionó a Lavalleja en 1825, después de Sarandí, dejándolo escapar y buscando pactar con los brasileños. (...) 3- Para no perder la costumbre, en 1825 traicionó a Lecor. 4-Traicionó en 1845 al gobierno colorado de Joaquín Suárez, debiendo ser expulsado del país cuando buscó el apoyo de Oribe. Fue desterrado al Brasil. 5-Traicionó a los charrúas en 1831, a quienes hizo propuestas, logrando que se juntaran y matando a todos los que pudo. 6-Y traicionó a la Constitución, a la que trató de LIBRITO, haciendo lo que se le antojaba durante dos Presidencias (...)”.
Sin dudas que al prof. Lockhart la figura de Fructuoso Rivera no le caía muy en gracia que digamos, pero tenemos que coincidir con sus palabras “los documentos son irrebatibles”.
Quizá Rivera sea el chivo expiatorio de nuestra historia nacional, pero podríamos aprovechar esta coyuntura que nos presenta la celebración del Bicentenario de la Revolución Oriental para hacer una sincera revisión histórica. No revanchista ni tendenciosa, pero poniendo en el centro del debate las luces y las sombras de nuestra Historia Patria y sus personajes.  “Entonces, ojo cuando se juzga a Rivera. Es un personaje en claroscuro. Si no se lo entiende a ciencia cabal no se entiende al país”  expresó la historiadora Ana Ribeiro. “Pero para que quede claro cuán complejo era el personaje, este mismo Fructuoso Rivera que escribe esta carta fue el que mandó a buscar a Artigas cuando era presidente de la República para rendirle honores, se empeñó en que Artigas regresara. Artigas no le contestó. Nunca le contestó. No sólo no vino sino que no le contestó, porque estaba ofendido. Rivera amparó a los hijos de Artigas y los crió. José María, el hijo legal de Artigas con su prima y esposa Rafaela Villagrán, fue criado por Rivera. Fue soldado de su ejército,  cuando el ejército de Rivera iba a Asunción iba a visitar a su padre. Y también protegió, lo tuvo como soldado en su ejército y lo crió desde muy pequeño en su casa (lo crió Bernardina), al hijo que tuvo con Melchora Cuenca, Santiago. Y Bernardina fue al campo a hablar con Melchora para que también le diera la hija para criar, a María, pero Melchora le dijo que no, que se quedaba con la hija porque era lo único que le quedaba en la vida”. Agregando la historiadora: “¿Cómo se juzga un personaje así? No lo sé. Nunca supe hacerlo. He confesado muchas veces la fascinación que ejerce sobre mí un personaje con tantos claroscuros... La fascinación en términos históricos. Me gusta mucho ese personaje lleno de contradicciones. Me gusta mucho más que un personaje sólo bueno o sólo malo, porque descreo que exista gente sólo buena o sólo mala”.

Luces y sombras

Quizá podamos usar esta coyuntura y a don Frutos Rivera como excusa para de una vez por todas revisar sinceramente nuestra historia. La reciente y la fundacional. Donde los malos no solamente están en un solo bando y los buenos no son todos de ojos celestes y montan caballos blancos. Si, es verdad, don José Artigas tenía ojos azules y quizá tenía la mirada profunda que todos conocemos de esa imagen que lo idealizó parado frente a la puerta de  la ciudadela, pero también tomaba ginebra en guampa, y en cada pago había una china esperándolo, tenía hijos “legales” e “ilegales”, le gustaba las ruedas de guitarra, o como lo recuerda un asombrado viajero inglés,  J.P.Robertson que lo visitó en el campamento de Purificación: “¡El Excelentísimo Señor Protector de la mitad del nuevo mundo estaba sentado en una cabeza de buey, junto al fogón encendido en el suelo fangoso de su rancho, comiendo carne del asador y bebiendo ginebra en un cuerno de vaca! Lo rodeaba una docena de oficiales andrajosos, en posición parecida y ocupados en la misma tarea de su jefe. Todos fumaban y charlaban ruidosamente”.
Y eso no lo hace ni peor ni mejor, diría que por el contrario lo ubica como un hombre producto de su tiempo histórico y le quitan todo el bronce con que lo han cargado para despersonalizarlo.
Por eso sería bueno revisar de una buena vez por todas nuestra historia, sinceramente, poniendo en el centro del debate al Ser Humano con sus luces y sus sombras. Nosotros no somos ni santos, ni inmaculados: ¿Cómo pretender que quienes nos precedieron lo sean?


1 comentario:

Alfredo Saez Santos (Charo) dijo...

Comparto el enfoque editorial en su conclusión de último párrafo.Creo que el asunto radica en que a veces nos empeñamos en juzgar antes que en comprender.¡Ahí radica, supongo, la diferencia1 Para cada documento acusador existe otro, o hechos que según casuísticas balancean aseveraciones. Siempre me pregunto que haríamos hoy , cada cual de nosotros,frente a las alternativas que otros prójimos de muy viejos almanaques distintos hubieron de enfrentar.Verbigracia en el caso de la "traición" de Rivera a Montevideo colorado durante la Guerra Grande, fue porque quería terminarla "entre orientales", y los "orientales" de entre muros que lo mandaron al ostracismo pretendìan, tal ocurrió, finalizarla con la violencia y pertrecos de fuerzas imperiales auxiliadoras. Hubo que pagar alto precio por la alianza en octubre de 1851. He escuchado en nuestros días gente que quiere "gatillos fáciles y ràpidos" para el punto final a la inseguridad y se horrorizan si gente de antes usó salvajemente ese mismo procedimiento.Por eso: Comprender antes que juzgar con toga livianita.