Cuando no se sabe si un camino va,
o viene
Ángel Juárez Masares
Cuando
esta semana me senté frente a nuevo documento de Word en blanco para escribir
“Hablando de bueyes perdidos”, estaba –como siempre- tan perdido como los bueyes
que pretendo encontrar. Fue entonces cuando Graciela “cuelga” en Facebook uno
de mis cuadros; “La Espera ”.
Entonces
me quedé pensando, no tanto en el cuadro, sino en “la espera”.
¿Acaso la
vida misma no es una interminable espera?
¿Cuántas
veces esperamos –como el personaje de la obra- alguien o algo que aparecerá por
ese camino solitario que se pierde al horizonte?
¿Cuántas
veces –cansados de esperar- nos bebemos la copa destinada “al otro”?
No se en
realidad si “esperar” es una actitud o una circunstancia.
“Plazo
señalado para una cosa”, leo en mi desvencijado Larousse Ilustrado entre otros
significados de la palabra, e inmediatamente busco “esperanza”, que se define
como “confianza que se tiene de recibir una cosa”.
A esta
altura no puedo evitar pensar en la fe, palabra que mucha gente asocia con la
esperanza, y que el Larousse define como “virtud teologal que nos permite creer
–aún sin comprenderlas- las verdades que nos enseña la Iglesia ”.
“Acá solo
podemos esperar amanecer vivos mañana –había dicho mi Amigo una noche, hablando
de su docena de años en el Penal de Libertad- porque si la esperanza uno la
pone demasiado lejos en el tiempo, seguro se transforma en frustración”.
Por
aquellos días no terminaba de comprender algunos razonamientos de ese hombre,
pero lo escuchaba con atención, pues sentía una profunda curiosidad por saber
cómo algunos de estos tipos habían logrado salir mentalmente sanos después de
doce años “adentro”.
También
recuerdo que una noche en que terminaba unas ventanas que debía entregar
temprano al día siguiente, empezamos a hablar sobre la relatividad de algunas
cosas. Muchas veces mientras yo cebaba mate, solíamos tomar un tema y
“destrozarlo”, y ahora –aún después de años- puedo asociar algunas charlas –por
ejemplo- con la espera.
“Desde
acá (el ventanuco vertical del calabozo) veo el camino que llega al Penal, dijo
una vez.
“Preferimos
que “llegue”, porque no sabemos si alguna vez nos habremos de ir por ese
camino, y así acotamos “la espera” para que no se vuelva “frustración”.
“Lo mejor
para que no te decepciones de la gente, es no esperar demasiado de ella”. Solía
decir mi Padre, que no decepcionaba a nadie porque siempre estaba dispuesto a
“dar una mano”.
“El que
espera desespera y termina por llorar”, decía la letra de una canción que
cantaba una española allá por los años ´50.
“Esperá…y
vas a ver”, decía mi madre advirtiéndonos por las consecuencias de alguna
travesura.
La espera
y la esperanza siempre anduvieron juntas por la vida, muchas veces no supimos
si eran dos o una sola; en ocasiones funcionaron como aliciente para seguir en
la brecha, en otras fueron tan utópicas que solo sirvieron para estancarnos y
hacernos perder el tiempo.
Cada uno
las maneja a su leal saber y entender, pero ambas forman parte de la existencia
humana. Hoy espero que lo que escribo acerca de la espera sea comprensible para
quienes esperan que no los decepcione. Lo hago porque tengo esperanzas que así
sea, y sin embargo se que no será compartido por todos los lectores. Para
algunos esperar será el motivo de sus vidas, para otros será como la imagen
detenida en el tiempo que se desprende del cuadro que dio motivo a este
divague; un quedarse mirando un camino a través de una ventana. Un camino que
–como el que veía mi Amigo tras las rejas- nadie sabe “si va o viene”. Cruzarse
de brazos a esperar –o levantarse y andar- será la decisión de cada uno…
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