Todo
vuelve
Roberto Sari Torres
Es febrero, ¡Carnaval! Y en la esquina nocturna se dechavan sucesos del
lugar grabados en lo fácil de la
memoria, liviana como pompa de jabón; navegando en lo colorido de las tardes viejas, inspiran la
lengua de un poeta que traduce todo: lo bueno y lo malo, la emoción de los
amores nuevos o el adiós que se fue; lo rústico decente o lo demagógico del que
promete para trepar. El verano trae el cantar de las chicharras desde la copa
del paraíso donde “atraca” la culata un tablado
encendido en la nostalgia.
Por entonces las veredas y las casas no sabían de ochavas, todo era
inundación, barro y por las noches, oscuridad o resplandor del rayo partiendo
el cielo en una tormenta de verano.
Allá en la esquina del tablado resalta contra el oscuro mural de la
noche y un poco delante de un famoso piringundin de la media cuadra, está animada la reunión
bailable en la que oyes claritamente el fino kopé del violón y la dulce amarga
carencia de un bandoneón, liderando el lenguaje musical de los pentagramas ya
inscriptos en los oídos de los maestros músicos, en las inolvidables noches de
aquella juventud de calaveras que seguían de largo de la farra al laburo sin
chistar.
En la memoria nada se destruye, solo hay transformaciones. ¿Será que
tras una eternidad todo vuelve a ser automáticamente tal como era? ¿Será el futuro nada más que
recuerdos de los presentes?... Es Carnaval y el verano derrite hasta la lógica… ¿Qué? ¿Cuál lógica?
(*) Fotografías: Aldo Roque Difilippo
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