viernes, 19 de abril de 2013


"Busco el encanto personal en la historia"




Historiadora, investigadora y docente se ganó un nombre entre Artigas, las lealtades a la corona y las revoluciones. Y se hizo un tiempo para novelar su propio duelo familiar.



Ana era Carmencita. Y también era el blanco de los rezongos de sus tías, que tenían un raro concepto de la salud. "Carmencita, salí a tomar aire que te vas a enfermar de tanto leer". Es que Carmencita, Ana, leía mucho. Leía demasiado. Leía todo lo que caía en sus manos. Leía y retenía. A los diez años y en la escuela 172 de Las Piedras, le tocó pasar al frente y tirar todo su conocimiento sobre Colón. Y era mucho. "¿Y no sabe que comía la tripulación?", quiso cortar la maestra, abrumada ante tanto dato que capaz ni ella sabía. "Sí... embarcaron cuarenta bolsas de pan, cuarenta de aceitunas, veinticinco toneles de...". La docente se tomó la cara y gritó que era suficiente. Ana María del Carmen Ribeiro (57) cree que ahí ya estaba en ella la futura historiadora.

"Yo me he ocupado, todo lo posible, de buscar y encontrar el olor a carne humana. De los grandes personajes, lo que más me intriga es lo que se nos escapa a todos los historiadores: el encanto personal. Se te escurre porque no lo ves, no lo escuchás, no lo observás caminar. No sabés qué hizo para que lo siguieran...", afirma hoy esta licenciada en Historia, escritora, docente de Teoría de la Comunicación en la Universidad Católica y exprofesora de Secundaria, ganadora de tres premios de la Academia Nacional de Letras, dos Bartolomé Hidalgo, un Morosoli y un Ariel, solo por mencionar parte de su currículum. "La historia, como el amor, es producto de una concentración. Si te acercás, un personaje siempre es una época. Y a la larga, la época siempre te termina encantando". Así se terminó enamorando, por ejemplo, de Aparicio Saravia, una figura que al principio no le atraía.

Los seis tomos de Los tiempos de Artigas, publicados por El País en 1999, fueron su carta de presentación, podría decirse, masiva. Justamente, significó -gracias a una documentación de época cuyo tamaño asustaba- una mirada más aggiornada, fáctica y política sí, pero que también apuntaba a la persona atrás del marmóleo prócer de frases para el bronce. Luego volvería a él con 200 cartas y papeles del tiempo de Artigas (2000) y El caudillo y el dictador (2003). Ana se casó tres veces; por eso, no parece bromear cuando afirma: "José Artigas ha sido el hombre más permanente en mi vida".

Si de carne humana se habla, de Artigas le sorprendió que fuera "tan afectuoso y previsor con sus hijos más pequeños", Santiago y María, durante los meses previos a su exilio en Paraguay. "No le tenía mucha confianza a la madre, Melchora Cuenca". Otra arista fue su obcecación de levantarse una y otra vez, tras las cada vez más frecuentes derrotas que significaban cada vez más sangre de cientos de sus hombres. Metida de lleno en la investigación recuerda haberse despertado de noche preguntándose y preguntándole: "¿Por qué no se rindió?". También le sorprendió su apego a la vida: "Solo así se justifica que haya sobrevivido 30 años fuera de su país, de sus hijos, de su mujer legal y de las otras, y de sus padres, que todavía estaban vivos".

CONCEPTUAL. El mundo académico la encuentra hoy sumergida en la historia conceptual, en un equipo dirigido por el vasco Javier Fernández Sebastián y el uruguayo Gerardo Caetano, dos eminencias. "Se trata de la evolución de los conceptos, su fuerza semántica, como retrato del entorno. ¿Un ejemplo? Libertad. En el proceso revolucionario podía significar independencia, autodeterminación, ruptura con la corona. En la década de 1970 podía ser acortarse la falda o tomar una pastilla anticonceptiva".

Su tesis de Doctorado en Historia, la que defenderá el 24 de junio en la Universidad de Salamanca, se ubica en este campo. El concepto estudiado es la lealtad. "Trata de quienes siguieron fieles a la corona durante la época de la revolución". Esto le llevó seis años de revisar archivos en Uruguay, Paraguay y España. Son 700 páginas en dos tomos de historia conceptual, en torno a la lealtad a la corona en la época de la revolución. Los últimos ocho meses fueron jornadas de 14 horas de escribir a cal y canto. Cuando ella habla de zambullirse en el trabajo, habla en serio. "Cuanto sentía que me volvía loca me iba al jardín, a mi huerta. Es mi alivio. ¡No sabés los tomates cherry y los zapallos que saqué!".


Su jardín es su remanso. Lo gobierna la perra labradora Frida, y un gato ladino que obliga a que Beto, el loro amazónico, esté encerrado con candado debido a su extraña habilidad para abrir su jaulita y desconocer los peligros. Si en la familia antes la llamaban Carmencita, hoy le dicen "radiador": "¡Se me pegan todos los bichos!". Su amor con los pájaros nació hace siete años cuando compró una urraca solo para liberarla, hasta que un veterinario le dijo que eso equivalía a matarla. Lo bautizó Antonio, y así quedó hasta que un día puso un huevo; desde entonces es Antonia.

Ana vivió 42 años en Las Piedras. Durante 25 años también dio clase en el Instituto San Juan Bosco, un preuniversitario pedrense. Si bien aquel sigue siendo su "pueblo del corazón", el presente la encuentra en Altos de la Tahona, cerca del Aeropuerto de Carrasco. Fue un cambio grande: de una ciudad con todos los ómnibus en la puerta de su casa, pasó a un barrio privado y a depender de que la lleven y traigan para movilizarse, ya que nunca aprendió a manejar. Por suerte, el complejo cuenta con una camioneta para sus residentes, que la deja en Portones. "Me volví a casar y la casa en la que vivía en Las Piedras no era apropiada para una familia. Los estudios de mis hijos también requerían mudarme. Para escribir, acá es ideal. Si me sale mal, es mi culpa".

TODO PASA. Conocedora de la postmodernidad y con experiencia en radio y televisión, Ana da clases de Teoría de la Comunicación en la Católica, donde es docente desde 1987. "Siempre le digo a mis alumnos que paso de Lavalleja a Lipovetsky como quien va de la sala al comedor". Así como sus lectores se sorprenden con su faceta de comunicadora, no son pocos los alumnos que se desayunan que su profesora es historiadora. Es que la mayoría de ellos, dice, no llegan acostumbrados a leer libros. "Están viniendo muy rápidos en el manejo de tecnología, muy imbuidos de cultura popular, pero con agujeros negros de desconocimiento de cosas y, lo que es peor, sin ningún sentimiento de vergüenza por ello. ¡Qué querés que te diga...! No tienen idea de historia, literatura y tienen unas faltas de ortografía garrafales, pero hacen cosas geniales con la informática y te discuten sobre Tarantino a muerte, aunque no tengan acumulación de saberes formales. Aún así, me encanta trabajar con los jóvenes".

Y un día la docente de Comunicación, la reescritora de Artigas, la del costumbrismo histórico de Montevideo, la malbienquerida, se animó con una novela. Se había ido a Salamanca en 2007, a cursar todo el primer año de su Doctorado. En Las Piedras habían quedado su madre y sus tres hijos; la primera noche la pasó en un llanto solo. Internet -mediante la cual ayudaba a su hija menor, entonces en el liceo, con los deberes- acercaba mucho y alejaba al instante. Para peor, hacía un frío increíble y los cursos eran menos cargados de lo que pensaba. Había mucho tiempo libre...

"Mi familia es un enorme matriarcado y yo estaba en España, la tierra de las mujeres de mi familia. Entonces, el estar sola, con tiempo libre y con nostalgia, el estar lejos de la gente sobre la que escribía, el verla con un océano de por medio...". Ana hace una pausa y sigue. "... Lo más importante es que mi madre tenía un párkinson en proceso avanzado, sabía que no iba a estar mucho tiempo más. Yo siempre fui muy amiga de mi madre, mi novela cuenta mi duelo. Por eso no están mis hermanos, sino yo, mis padres y mis abuelos. Es muy personal". De nuevo calla. Ana deja de ser Carmencita para transformarse en Carmen, la protagonista principal de Todo se pasa, la que le manda un mensaje sin palabras a su madre: "No te preocupes, voy a sobrevivir".

Todo se pasa se publicó en 2008; al año siguiente, sin poderlo leer, falleció Victoria Gutiérrez, la madre de Carmencita, de Carmen y de Ana Ribeiro. "Ese fue el sentido de mi novela, prepararme para lo que venía". Y la profesora vuelve a quedar en silencio.

HASTA LOS DIENTES. Los inicios de Ana como investigadora estuvieron en la historiografía, a la que le agregó una veta literaria para evitar producir textos escandalosamente aburridos o, al decir de ella, "guías telefónicas ampliadas". Un buen ejemplo de esta etapa es su Montevideo, la malbienquerida (1997). Luego le siguió el sumergirse en Artigas, lo regional en El caudillo y el dictador, donde indagó en el vínculo entre el prócer en el exilio y el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia y actualmente está interesada en la historia conceptual. Pero sus aplicaciones en esta ciencia llegan hasta los aspectos más cotidianos y bastante más distantes a lo académico.

En la casa de Ana Ribeiro hay una caja llena de pequeños dientes. Cada uno de ellos está enrollado en un papel con información anotada por una madre. "Victoria, 5 años, agosto de 1991, luego del cumpleaños del primo". Son los dientes de leche de sus tres hijos, hoy mayores de edad, con el registro de lo que estaban haciendo o hicieron el día en el que se cayeron. "¡Es como una suerte de historia familiar contada desde la dentición (se ríe)! Siempre les digo que si hay un incendio en casa es lo primero que tienen que salvar del fuego".

SUS COSAS
Su objeto material
Ana es agnóstica. Pero en su mesa de luz está siempre un niño Jesús flourescente, que es lo primero que pone en la valija cuando viaja. Se lo dio una vecina a sus padres, para que lo bendijeran, la curara y la protegiera. Es que a los seis meses la bebé Carmencita se tragó un prendedor y una medalla prendidos al babero. Un médico llegó a desahuciarla.

Su música
"¡Caetano Veloso, siempre!". Ana no duda a la hora de nombrar a su músico favorito. "Caetano tiene la voz más dulce del planeta, la mayor musicalidad que una persona puede guardar en su cuerpo. Me encanta...". Sus preferencias estéticas están bien definidas, su película favorita es Cinema Paradiso (1988).

Personaje histórico
La historiadora dice que todavía no le hincó el diente a Fructuoso Rivera, y le encantaría hacerlo "por sus contradicciones". "No es un personaje en blanco o en negro. Y además, Uruguay está hecho más a imagen y semejanza de Rivera que a otro. Invocamos siempre a Artigas, pero nos parecemos más a Rivera que a cualquier otra figura histórica".




Extraído de: http://www.elpais.com.uy

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