"Busco el encanto personal en
la historia"
Historiadora,
investigadora y docente se ganó un nombre entre Artigas, las lealtades a la
corona y las revoluciones. Y se hizo un tiempo para novelar su propio duelo
familiar.
Ana era Carmencita. Y también
era el blanco de los rezongos de sus tías, que tenían un raro concepto de la
salud. "Carmencita, salí a tomar aire que te vas a enfermar de tanto
leer". Es que Carmencita, Ana, leía mucho. Leía demasiado. Leía todo lo
que caía en sus manos. Leía y retenía. A los diez años y en la escuela 172 de
Las Piedras, le tocó pasar al frente y tirar todo su conocimiento sobre Colón.
Y era mucho. "¿Y no sabe que comía la tripulación?", quiso cortar la
maestra, abrumada ante tanto dato que capaz ni ella sabía. "Sí... embarcaron
cuarenta bolsas de pan, cuarenta de aceitunas, veinticinco toneles de...".
La docente se tomó la cara y gritó que era suficiente. Ana María del Carmen
Ribeiro (57) cree que ahí ya estaba en ella la futura historiadora.
"Yo me he ocupado,
todo lo posible, de buscar y encontrar el olor a carne humana. De los grandes
personajes, lo que más me intriga es lo que se nos escapa a todos los
historiadores: el encanto personal. Se te escurre porque no lo ves, no lo
escuchás, no lo observás caminar. No sabés qué hizo para que lo
siguieran...", afirma hoy esta licenciada en Historia, escritora, docente
de Teoría de la
Comunicación en la Universidad Católica
y exprofesora de Secundaria, ganadora de tres premios de la Academia Nacional
de Letras, dos Bartolomé Hidalgo, un Morosoli y un Ariel, solo por mencionar
parte de su currículum. "La historia, como el amor, es producto de una
concentración. Si te acercás, un personaje siempre es una época. Y a la larga,
la época siempre te termina encantando". Así se terminó enamorando, por
ejemplo, de Aparicio Saravia, una figura que al principio no le atraía.
Los seis tomos de Los
tiempos de Artigas, publicados por El País en 1999, fueron su carta de
presentación, podría decirse, masiva. Justamente, significó -gracias a una documentación
de época cuyo tamaño asustaba- una mirada más aggiornada, fáctica y política
sí, pero que también apuntaba a la persona atrás del marmóleo prócer de frases
para el bronce. Luego volvería a él con 200 cartas y papeles del tiempo de
Artigas (2000) y El caudillo y el dictador (2003). Ana se casó tres veces; por
eso, no parece bromear cuando afirma: "José Artigas ha sido el hombre más
permanente en mi vida".
Si de carne humana se
habla, de Artigas le sorprendió que fuera "tan afectuoso y previsor con
sus hijos más pequeños", Santiago y María, durante los meses previos a su
exilio en Paraguay. "No le tenía mucha confianza a la madre, Melchora
Cuenca". Otra arista fue su obcecación de levantarse una y otra vez, tras
las cada vez más frecuentes derrotas que significaban cada vez más sangre de
cientos de sus hombres. Metida de lleno en la investigación recuerda haberse
despertado de noche preguntándose y preguntándole: "¿Por qué no se
rindió?". También le sorprendió su apego a la vida: "Solo así se justifica
que haya sobrevivido 30 años fuera de su país, de sus hijos, de su mujer legal
y de las otras, y de sus padres, que todavía estaban vivos".
CONCEPTUAL. El mundo académico la encuentra hoy sumergida en
la historia conceptual, en un equipo dirigido por el vasco Javier Fernández
Sebastián y el uruguayo Gerardo Caetano, dos eminencias. "Se trata de la
evolución de los conceptos, su fuerza semántica, como retrato del entorno. ¿Un
ejemplo? Libertad. En el proceso revolucionario podía significar independencia,
autodeterminación, ruptura con la corona. En la década de 1970 podía ser
acortarse la falda o tomar una pastilla anticonceptiva".
Su tesis de Doctorado en
Historia, la que defenderá el 24 de junio en la Universidad de
Salamanca, se ubica en este campo. El concepto estudiado es la lealtad.
"Trata de quienes siguieron fieles a la corona durante la época de la
revolución". Esto le llevó seis años de revisar archivos en Uruguay,
Paraguay y España. Son 700 páginas en dos tomos de historia conceptual, en torno
a la lealtad a la corona en la época de la revolución. Los últimos ocho meses
fueron jornadas de 14 horas de escribir a cal y canto. Cuando ella habla de
zambullirse en el trabajo, habla en serio. "Cuanto sentía que me volvía
loca me iba al jardín, a mi huerta. Es mi alivio. ¡No sabés los tomates cherry
y los zapallos que saqué!".
Su jardín es su remanso.
Lo gobierna la perra labradora Frida, y un gato ladino que obliga a que Beto,
el loro amazónico, esté encerrado con candado debido a su extraña habilidad
para abrir su jaulita y desconocer los peligros. Si en la familia antes la
llamaban Carmencita, hoy le dicen "radiador": "¡Se me pegan
todos los bichos!". Su amor con los pájaros nació hace siete años cuando
compró una urraca solo para liberarla, hasta que un veterinario le dijo que eso
equivalía a matarla. Lo bautizó Antonio, y así quedó hasta que un día puso un
huevo; desde entonces es Antonia.
Ana vivió 42 años en Las
Piedras. Durante 25 años también dio clase en el Instituto San Juan Bosco, un
preuniversitario pedrense. Si bien aquel sigue siendo su "pueblo del
corazón", el presente la encuentra en Altos de la Tahona , cerca del
Aeropuerto de Carrasco. Fue un cambio grande: de una ciudad con todos los
ómnibus en la puerta de su casa, pasó a un barrio privado y a depender de que
la lleven y traigan para movilizarse, ya que nunca aprendió a manejar. Por
suerte, el complejo cuenta con una camioneta para sus residentes, que la deja
en Portones. "Me volví a casar y la casa en la que vivía en Las Piedras no
era apropiada para una familia. Los estudios de mis hijos también requerían
mudarme. Para escribir, acá es ideal. Si me sale mal, es mi culpa".
TODO PASA. Conocedora de la postmodernidad y con experiencia
en radio y televisión, Ana da clases de Teoría de la Comunicación en la Católica , donde es
docente desde 1987. "Siempre le digo a mis alumnos que paso de Lavalleja a
Lipovetsky como quien va de la sala al comedor". Así como sus lectores se
sorprenden con su faceta de comunicadora, no son pocos los alumnos que se
desayunan que su profesora es historiadora. Es que la mayoría de ellos, dice,
no llegan acostumbrados a leer libros. "Están viniendo muy rápidos en el
manejo de tecnología, muy imbuidos de cultura popular, pero con agujeros negros
de desconocimiento de cosas y, lo que es peor, sin ningún sentimiento de
vergüenza por ello. ¡Qué querés que te diga...! No tienen idea de historia,
literatura y tienen unas faltas de ortografía garrafales, pero hacen cosas
geniales con la informática y te discuten sobre Tarantino a muerte, aunque no
tengan acumulación de saberes formales. Aún así, me encanta trabajar con los
jóvenes".
Y un día la docente de
Comunicación, la reescritora de Artigas, la del costumbrismo histórico de
Montevideo, la malbienquerida, se animó con una novela. Se había ido a
Salamanca en 2007, a
cursar todo el primer año de su Doctorado. En Las Piedras habían quedado su
madre y sus tres hijos; la primera noche la pasó en un llanto solo. Internet
-mediante la cual ayudaba a su hija menor, entonces en el liceo, con los
deberes- acercaba mucho y alejaba al instante. Para peor, hacía un frío
increíble y los cursos eran menos cargados de lo que pensaba. Había mucho
tiempo libre...
"Mi familia es un
enorme matriarcado y yo estaba en España, la tierra de las mujeres de mi
familia. Entonces, el estar sola, con tiempo libre y con nostalgia, el estar
lejos de la gente sobre la que escribía, el verla con un océano de por
medio...". Ana hace una pausa y sigue. "... Lo más importante es que
mi madre tenía un párkinson en proceso avanzado, sabía que no iba a estar mucho
tiempo más. Yo siempre fui muy amiga de mi madre, mi novela cuenta mi duelo.
Por eso no están mis hermanos, sino yo, mis padres y mis abuelos. Es muy
personal". De nuevo calla. Ana deja de ser Carmencita para transformarse
en Carmen, la protagonista principal de Todo se pasa, la que le manda un
mensaje sin palabras a su madre: "No te preocupes, voy a sobrevivir".
Todo se pasa se publicó en
2008; al año siguiente, sin poderlo leer, falleció Victoria Gutiérrez, la madre
de Carmencita, de Carmen y de Ana Ribeiro. "Ese fue el sentido de mi
novela, prepararme para lo que venía". Y la profesora vuelve a quedar en
silencio.
HASTA LOS DIENTES. Los inicios de Ana como investigadora estuvieron en
la historiografía, a la que le agregó una veta literaria para evitar producir
textos escandalosamente aburridos o, al decir de ella, "guías telefónicas
ampliadas". Un buen ejemplo de esta etapa es su Montevideo, la
malbienquerida (1997). Luego le siguió el sumergirse en Artigas, lo regional en
El caudillo y el dictador, donde indagó en el vínculo entre el prócer en el
exilio y el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia y actualmente está
interesada en la historia conceptual. Pero sus aplicaciones en esta ciencia
llegan hasta los aspectos más cotidianos y bastante más distantes a lo
académico.
En la casa de Ana Ribeiro
hay una caja llena de pequeños dientes. Cada uno de ellos está enrollado en un
papel con información anotada por una madre. "Victoria, 5 años, agosto de
1991, luego del cumpleaños del primo". Son los dientes de leche de sus
tres hijos, hoy mayores de edad, con el registro de lo que estaban haciendo o
hicieron el día en el que se cayeron. "¡Es como una suerte de historia
familiar contada desde la dentición (se ríe)! Siempre les digo que si hay un
incendio en casa es lo primero que tienen que salvar del fuego".
SUS COSAS
Su objeto material
Ana es agnóstica. Pero en
su mesa de luz está siempre un niño Jesús flourescente, que es lo primero que
pone en la valija cuando viaja. Se lo dio una vecina a sus padres, para que lo
bendijeran, la curara y la protegiera. Es que a los seis meses la bebé
Carmencita se tragó un prendedor y una medalla prendidos al babero. Un médico
llegó a desahuciarla.
Su música
"¡Caetano Veloso,
siempre!". Ana no duda a la hora de nombrar a su músico favorito.
"Caetano tiene la voz más dulce del planeta, la mayor musicalidad que una
persona puede guardar en su cuerpo. Me encanta...". Sus preferencias
estéticas están bien definidas, su película favorita es Cinema Paradiso (1988).
Personaje histórico
La historiadora dice que
todavía no le hincó el diente a Fructuoso Rivera, y le encantaría hacerlo
"por sus contradicciones". "No es un personaje en blanco o en
negro. Y además, Uruguay está hecho más a imagen y semejanza de Rivera que a
otro. Invocamos siempre a Artigas, pero nos parecemos más a Rivera que a
cualquier otra figura histórica".
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