“Este papel mi
vida”
Se editó Diario de juventud de la poeta uruguaya Idea
Vilariño (1920-2009)
Débora Quiring
“Pensar que uno corre, nada, hace el amor... Cómo debe estar
el corazón entonces. Cómo soporta. ¿Y eso es la vida? ¿Qué es? Por qué golpea.”
El año anterior a la muerte de Idea pasé a visitarla por un
residencial del Prado. La escena era definidamente triste. Al salir,
arrepentida del viaje, elogié un par de flores al pasar. Esos ojos idos se
animaron: “supieron estar mejor”, sentenció. Mínima anécdota que retrata esa
percepción vital que la acompañó su vida entera: “podés creer que nada / le
sirve nunca / a nadie / para nada”. La soledad, la tendencia al suicidio, su
desencanto diario, el fracaso del amor y lo inútil, a veces, de la existencia,
son constantes fácilmente identificables en su obra y en su vida.
Ya en el año 2007, con la edición de Idea Vilariño: la vida
escrita, se celebró el cincuentenario de Poemas de amor (1957), y a la autora
en su intimidad, a través de los numerosos retratos fotográficos, las
entrevistas, sus diarios y algunos testimonios. Aquella poeta triste, de cara
angulosa y mirada intensa, fue docente, traductora de inglés y francés (recurso
que muchas veces le permitió sobrevivir), fundadora de la revista Número, junto
a Emir Rodríguez Monegal y Manuel Claps; militante de izquierda activa que
compuso la letra de “Los Orientales”, escuchada en el estadio Centenario bajo
lluvia durante aquel regreso de Los Olimareños en 1984 (y también autora de “La
canción” –que don Alfredo Zitarrosa musicalizó en 1972); amante de Onetti (que
nunca dejó de estar casado); ensayista de diversos temas, incluyendo numerosos
estudios sobre el tango. Una intelectual del siglo XX por definición.
Se llamó Idea, como es sabido, por culpa de su padre Leandro
Vilariño, también poeta; a los hermanos les tocarían los nombres de Poema,
Azul, Alma y Numen (el único que aún vive). La vida de los Vilariño fue
compleja, rodeada de enfermedades y muertes tempranas, sucesos que
contribuyeron, tal vez, al desencanto existencialista que desde adolescente
expresó Idea, y que está particularmente presente en los textos recién
editados.
Sueño de juventud
Este primer Diario de juventud de Idea Vilariño publicado
por Cal y Canto es, por decirlo de algún modo, extraño. El estudio preliminar y
las notas fueron realizados por las editoras Ana Inés Larre Borges y Alicia
Torres (la organización del archivo por Virginia Friedman y la asistencia de
corrección por Deborah Rostán), a quienes la propia Idea había dejado por
testamento la salvaguardia de su archivo y la orden de que publicasen sus
diarios. En 1987, cuando piensa quemar las 17 libretas que integran la
totalidad de los diarios, decide pasarlas en limpio, ya que, como dice una de
las entradas mientras transcribía el año 1942, “quemarlo sería quemar mi vida.
Quemar a Azul, a papá, a Alma, a lo que fue [Manuel] Claps. El viento sacude
mis cipreses. Esto hice”.
Las editoras que recibieron estas libretas se encontraron
con la primera fechada en 1937, cuando Idea tenía 16 años, y con la última que
termina en 2007, antes de cumplir los 87. El libro, de casi 500 páginas, se
inicia con una “Memoria primera”, testimonio de su infancia: primeros
recuerdos, su casa, la calera, la memoria de sus padres y parientes cercanos o
perdidos. Luego el lector se enfrenta a trivialidades cotidianas, vivencias
adolescentes, el color del vestido nuevo, la lectura precoz de Simone de
Beauvoir y de Nietzsche, las idas y venidas de los dragoncitos, una enfermedad
temprana en la piel -que se le solía llagar-; datos acompasados por el clima
cultural de la época y un histeriqueo constante que alterna el sí y el no,
devaneo que nunca abandona. A medida que avanza el Diario se introducen poemas
que Idea escribe, a veces vinculados con lo que narra.
Como ya lo hizo notar más de uno, a partir del año 41, y de
la muerte de su madre, su tono cambia. Ha dejado atrás los pretendientes de la
esquina y los bailes y comienza a acercarse a lo que será Idea más adelante.
Ambivalencia ante el suicidio, reflexiones sobre la vida, el deseo de soledad,
su enfermedad: “La piel [palabra testada] cada vez peor. Cada mañana, cada
despertar, dolorosos, miserables: frío, ungüentos, fomentos fríos que dan tos.
Me sostuve varios días escribiendo ‘rosa dulce de mi mano’”.
Aunque, paradójicamente, su poema más antiguo nada tiene que
ver con juegos frívolos -esa otra Idea, desconocida, es la que el lector
descubre leyendo el Diario-, sino más bien todo lo contrario: “Sola / sola y
triste, lejos / de todas las almas, / de todo lo tierno, / de todo lo suave, /
Silencio, Tristeza. / La muerte más cerca / en el marco triste y sin luz de la
tarde”.
Lecturas varias
La escritura del Diario no es definitiva, hay continuas
tachaduras, reescrituras de anotaciones o de poemas [algunos de ellos
inéditos]. Hugo Achugar, que junto a Soledad Platero presentó el Diario en la Mediateca Idea
Vilariño del MEC, plantea que “si le pensara un título para escribir un ensayo
sería ‘Testado’, y el subtítulo ‘Hojas arrancadas’. Son las palabras más
reiteradas en este diario”. El silencio es uno de los pilares de esta obra que
se sabe diario, pero no logra entrar en clasificaciones claras. Hay una
construcción paulatina de esta
Idea convirtiéndose en mujer y descubriendo la
vida. Como sigue diciendo Achugar, “de algún modo es una novela. Idea se fue
autoconstruyendo como mujer, como poeta, como Idea, y eso se ve en el Diario.
Hay un crecimiento del personaje que la va liberando […]. La construcción de
identidad es consciente y explícita”. Sin embargo, a Soledad Platero le da la
impresión de estar frente a un drama. Dice que no es extraño que alguien
escriba un diario, sino editarlo, corregirlo y, mientras lo hace, anotar qué
música escucha, qué sensaciones le produce la relectura.
Con el lector se entabla una especie de relación lúdica, en
la cual se debe leer la “memoria primera” escrita años después, notas al pie o
al margen -a veces “con la letra temblorosa de su vejez”, como anotan las
editoras-, mientras lo transcribe. Y por otro lado esa imagen de Idea que
cargamos, tan vinculada a un Onetti que en estos años no conoce, a la
generación del 45, que en estos años no integra.
Su relación con Claps, que viaja a estudiar a Buenos Aires,
marca una dinámica distinta en el diario. Si bien antes se transcribían cartas
de amigas, como Silvia Campodónico –que luego será la pareja definitiva de
Claps-, a partir de aquí esto se hará de manera continua, tanto las cartas que
envía como las que recibe. Incluso aquí, el vaivén histérico se expone a
menudo. El 19 de octubre de 1941 dirá: “Claps no me alcanza […] Yo preferiría
estar sola […] Será enfermizo, pero así he sido realmente siempre”. Y al tiempo
escribirá: “¿Qué hago sin él?”.
Su romance, a veces paralelo, con Emilio Oribe -admirado
desde el 39, cuando era su profesor de filosofía- atravesará los mismos
devaneos. Ella, que nació en el 20, en su condición de mujer compartida, dirá:
“Sin embargo pienso que no tengo de qué avergonzarme, que es el amor, que uno
es mi esposo queridísimo y el otro es el amor de toda mi vida. Y que, si está
establecido que cada mujer debe ser de un solo hombre, yo no puedo, no puedo”.
Si bien nunca se declaró feminista, reivindicó la voz de la mujer y se equiparó
con el hombre, actitud de vida que nunca caducó.
Vanidades… ¿póstumas?
“El saquito blanco muy entallado. El vestido floreado, sin
espalda pero de cuello alto. El peinado adelante como siempre, atrás recogido
en bucles en lo alto. Dicen que parezco mayor. Yo me encuentro muy yo”. En una
nota las editoras amplían: “Sobre lo escrito Idea esboza a lápiz una cabeza de
mujer, realza los bucles del peinado” (luego hará lo mismo describiendo a Oribe
y sus partes íntimas, contrastado con una escena erótica bellísima).
la diaria consultó a las profesoras Alicia Torres y Ana Inés
Larre Borges sobre cómo les resultó el encuentro con esta otra Idea,
escribiéndose. Torres lo definió como un trabajo arduo, delicado, complejo.
“Fue una mujer que se ganó el derecho a decirse a
sí misma sin reservas -dice-, con un lenguaje que casi parece no
diferir del cotidiano y, sin embargo, es excepcional”. Confiesa que,
si bien había escuchado sobre las
misteriosas “libretas negras”,
la escritura secreta era parte
de su leyenda; muchos años pensó que su autobiografía radicaba
en su poesía, sobre todo en aquellos inolvidables Poemas de amor y Nocturnos,
en los que “manifiesta en palabras el deseo desde una experiencia de mujer, y a
la vez cuenta sus inquietudes existenciales”.
Para Torres este Diario de juventud “muestra a una Idea que
se dice a sí misma desde un lugar otro que combina tonos y registros
heterogéneos: transcribe cartas y ensaya poemas, comenta lecturas y reflexiona
sobre el arte y la ciencia. Fija instantáneas domésticas, a veces sosas,
triviales, que pueden fastidiar al lector, junto a largas tiradas reflexivas
que ahondan en los grandes temas de siempre”.
Larre Borges se refirió a la dificultad que implicó la
transcripción y edición de las libretas: “Se está horas sobre la letra, de
manera obsesiva, hasta lograr descifrar y establecer el texto. Esto también
ocurre con las anot
aciones, la minucia de buscar un dato, un nombre, resolver
si un poema sin título es inédito, o si hay otros originales manuscritos en el
archivo que trascriban ese mismo poema”. Puntualiza que su amistad con la
diarista, la duración del proceso y el intento de no juzgarla, fue una relación
compleja que varió. “Muchas veces pasamos por alto la vanidad de los escritores
-confiesa-, su insaciable necesidad de reconocimiento y de admiración”, y la
relaciona con sus investigaciones sobre Paco Espínola, que presentaron
similares problemas.
El narcisismo está presente en Vilariño tanto como sus
confesiones diarias. Es difícil pensar el diario como una unidad en sí misma.
La imagen de la diarista corrigiendo y anotando está presente de manera
constante a lo largo del relato. Tal vez lo más acertado sea concebirlo como
una totalidad móvil, que varía con las lecturas y los propios lectores que las
ejecutan. Una obra literaria provisoria, siempre sin acabarse.
A diario
Metafísica para algunos -y temprana discípula de Nietzsche-,
escéptica para otros, Idea Vilariño sorprendió con un narcisismo insospechado
al pedir en forma expresa que se publiquen estas libretas póstumas. Un diario
mantiene una clara relación con el género epistolar y la autobiografía (tal vez
a la que no quiso enfrentarse en vida), ya que nace de las vivencias y
sentimientos que registra, de manera periódica, el autor. Estas reflexiones
vinculadas a hechos tan banales, como los que se vive a diario, se vuelve
sugerente de una lectura cómplice entre el escritor y el lector.
“Un diario interesa siempre, al ser a la vez un documento y
un testimonio”, diría el filósofo Mircea Eliade. Este Diario de juventud
retrata no sólo su vida y su obra, sino también el momento histórico en el que
transcurre. Más aun, releído desde la perspectiva de su propia autora, en 1987.
Uno no sólo se vuelve cómplice sino que, en ciertos momentos, antropomorfosea
el Diario con la imagen de la
Idea adulta (ese fantasma que parece perseguir a la
adolescente que sueña: “No recuerdo que nos interesara mirar la calle por los
balcones. Era más atractivo mirar a las palomas, ver a los peones -gallegos,
italianos- trabajando”.)
Respecto de esto, Larre Borges nos dice que “así como hay
una ambivalencia en la Idea
que atesora y ama sus diarios y también los rechaza y abjura, y quiere y no
quiere que se publiquen (tampoco Kafka quemó su diario), también hay una
ambivalencia en el lector del Diario que quiere conocer el secreto y al mismo
tiempo quiere que, como una heroína altiva, la escritora no lo revele”. Cuenta
que Idea en vida fue una persona difícil, y no deja de serlo en el Diario.
“Si bien publicamos sólo estos años de juventud, nosotras
leímos todos. Aunque personalmente -dice Larre Borges-, mis problemas están más
bien vinculados a los diarios de la mujer adulta, madura. En este Diario de
juventud encuentro mucha intensidad, mucho dolor y pasión verdadera, que genera
que no me pesen ciertas formas del narcisismo, algunas puerilidades candorosas.
Me resulta interesante, en muchos sentidos jugado y hondo, y,en muchísimas
páginas, fascinante”.
Torres, por su parte, aclaró a la diaria que en este libro
Idea
recién había cumplido los 25 años, no era la mujer cuya imagen comienza a
ser popular en los 80, después de la dictadura. “No es la profesora de
literatura, ni la militante política, ni la crítica literaria que fundó
revistas culturales junto a sus compañeros más próximos de
El pobre mundo
Los poemas de estos años (1938-1945) -presentes a lo largo
del Diario-, si bien pertenecen a la etapa anterior de los ya citados Poemas de
amor y Nocturnos, comparten con éstos el nihilismo y el sinsentido. Ya sea la
frustración del amor o la vida que se le impone involuntaria, encontramos en
éstos el tono anticipativo de los que seguirán después. Hacia 1938 se anota un
poema presumiblemente inédito: “Y tan sola y tan lejos del amor de las almas, /
del calor de las manos, del temblor de los besos. / ver que se va la vida,
esperando, y si llega, / dejarlo que se aleje y se pierda a lo lejos”.
Esta continuidad se puede corroborar citando “Por ahora”, de
1977: “Por ahora /en lo oscuro / como un perro despierto. / Por ahora. / Después
/ igual/ sin mí / seguirá hacia su fin / la larga historia”. Algunos se empeñan
en distinguir etapas, pero es posible reconocer desde el principio esta
elección vital -sí, es una elección- de su poesía austera, rioplatense,
despojada de lirismos modernistas, con destinatarios
inalcanzables.
La escritura de este diario por momentos transita los mismos
caminos de su obra. Alicia Torres define esta escritura como desbordada de
paradojas, “donde vacilan la aspiración al secreto y la demanda de escucha. Un
‘sí-no, sí-no’ obsesivo y tenaz”. Dice que el lector recibe de distintas
maneras la imagen de ese yo contradictorio y, en cambio, permanente”. Para
Torres Idea se cuenta a sí misma y es lícito preguntarnos qué parte de sí nos
cuenta, qué pasa con aquello que queda afuera del relato. De este modo el
Diario instala un sinnúmero de interrogantes y problemas que el lector debe
enfrentar.
La editora comenta que muchas veces se preguntó por qué
alguien querría que cualquiera pudiera leer sobre su vida privada, la historia
de su intimidad, ya que “lo abarca todo, desde el color de su ropa interior a
cómo hace el amor, desde su opinión intransigente sobre la poética de los
demás, al codiciado estreno de un vestido nuevo. Y los detalles terribles sobre
la larguísima y agraviante enfermedad que laceró su cuerpo bello y joven,
dejándolo en llaga viva y llevándola al borde de la muerte.”
Comenta que el libro integra un buen número de fotografías
inéditas que pertenecen al Archivo Idea Vilariño. “Ella aprendió temprano a
‘verse’ -dice- también fotográficamente [claro ejemplo son los múltiples
retratos que integran La vida escrita], a decirse a sí misma proyectándose
hacia el exterior con un lenguaje adaptado a las circunstancias”. Concluye
esbozando una línea sugerente de lectura: “Creo que es interesante preguntarnos
si leeríamos este Diario de juventud de Idea Vilariño si no fuera la gran poeta
que es”.
¿Ya no?
“No puedo dormir. Estoy completamente lúcida,
desesperadamente despierta. Difícil de resistir[…] Tengo la impresión de que
abuso de mi pobre cabeza que anda mal. Siento unos dolores que me corren como
por venas dentro de la cabeza. A veces es como una aguja que se clava y se
clava en el mismo lugar. Lo más posible es que todo sea consecuencia de mi
fuerte resfrío pero me alarma hasta tal punto que ayer escribí lo que sigue”.
Ésta es la última entrada del diario, fichada en noviembre de 1945. Luego
transcribe una especie de mandato, como “no publicar los poemas tachados”
(algunos fácilmente legibles), “quemarlos” y “destruir estos cuadernos”; junto
a otras reflexiones como “el mundo me pareció maravilloso, la vida
incomprensible”.
Las editoras seleccionaron esta entrada por considerarla una
despedida, a partir de lo que podemos identificar una reiteración de adioses
constantes. Hay una construcción de identidad-personaje constante, tal vez para
leerse más tarde y reencontrarse, o tal vez para autoconfeccionar su propio
mito. Posiblemente en las lecturas de los diarios se busque una “falsa
autenticidad” en la que se registran testimonios y se vuelve vívido el
transcurso del tiempo.
Así como Mircea Eliade escribía su diario para salvar el
tiempo perdido, rememorándolo, Idea parece escribir su diario para salvarse del
naufragio de la muerte. Era consciente de que su obra ocupaba un lugar
primordial en la poesía latinoamericana, pero la gestación de ese mito, que
ella misma ayudó a construir, podría perderse en el olvido. Esta preocupación
se repite en su obsesión por registrar fotográficamente su apariencia a lo largo
de estos años.
Frente a este cúmulo de archivos, Larre Borges comentó que
una primera idea fue publicar una antología con todo aquello que tuviese
“calidad literaria” (antología de todo el Diario). Propuesta que fue
rápidamente descartada, ya que “debían publicar todo. No queríamos ocupar el
triste lugar de censoras al estilo Max Brod [editor de
Kafka].
Cuando el diarista es un artista en serio, la obligación es
publicar el diario completo y no arrogarse autoridad de elección que,
inevitablemente, implica una forma de censura” De este modo nos enfrentamos a
un Diario de juventud íntegro a través de esta cuidada edición -el diseño
estuvo a cargo de Pablo Uribe-, y un proyecto que fue seleccionado por los
Fondos Concursables del MEC.
En una conversación con Mario Benedetti -amigo de añares de
Idea- hacia 1971 sobre los cambios que habían padecido, aún antes de que
llegara la dictadura militar del 73, la poeta dice: “¿Quién se suicida, quién
se retira del mundo, quién lleva un diario íntimo, quién, ahora?”. La respuesta
estaría en la continuación de estos diarios, que aún esperan su publicación próxima.
Extraído de: http://ladiaria.com.uy/
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