Cuentito
medieval
De la visita del
humilde a la morada del hijo de los bereberes, y de las diferencias y acuerdos
que tal industria dejaron en viva carne
Escriba
Medieval
Amados
Cofrades: no es un secreto para vosotros que –a pesar de nuestras diferencias-
suelo visitar al hijo de los bereberes, quien me recibe en su morada (por lo
general de mal talante) pero cuyos encuentros no facen otra cosa que
enriquecernos.
Fuese así entonces que
una destas noches nos sentamos frente a frente con una botella de vino que su
tacañería se avino a compartir, y discurrimos por los intrincados caminos de la
dialéctica.
Debo confesaros que al
principio el innombrable estaba un tanto
reticente a tocar tema alguno, de modo
que hube de armarme de paciencia y relatéle en pocas palabras el paso de los
nuevos reyes que acerté a ver desde la ventana de mi scriptorium.
-He visto por estos días
pasar bajo mi ventana una fanfarria precediendo el desfile de los Reyes- comencé diciéndole con la esperanza de sacar
al homúnculo de su marasmo grave y circunspecto.
-Las gentes del pueblo
acompañaban vivando a viva voz el paso de los nuevos monarcas- continué-
mientras seis caballos ricamente enjaezados arrastraban al paso la carroza custodiada
por seis palafreneros, y sesenta soldados de la Corte impedían con su presencia
que la turba transgrediese la frontera entre el vulgo y la realeza.
Apoyado en la piedra
blanquecina por el estiércol de las palomas que diariamente llegan a mi
alféizar en busca de alimento, vide como pueblo y perros seguían con algazara
aquel suceso. Por un instante percibí la mano del Rey ensayando un saludo con su
cetro (¿o acaso lo mostraba para que no quedaran dudas de quién manda?) y por
otro fue el blanquísimo antebrazo de la Reina que dejó caer un saludo hacia la
calle.
Pronto la comitiva
perdióse en la ciudad -seguramente buscando la seguridad del trono de palacio-
tras una breve incursión por ese mundo ajeno, polvoriento y sucio donde mora la
gente sin estirpe-
A esta altura de mi
soliloquio fice un momento de silencio que aproveché para beber un buen vaso de
vino y morder un trozo de queso, por cierto muy diferentes ambos productos al
vino agrio de 1513 y al queso de cabra que acostumbro consumir cuando puedo
comprarlo.
Fue entonces qu´el sujeto
astilló el silencio y dijo:
-No suele haber hombre
mas sometido que un rey, ni mujer mas hueca que una reina. No quiero su trono,
ni su cetro, ni su capa, tampoco el oropel que los rodea. Si de realeza
hablamos te advierto, viejo Escriba, que mi “trono” es esta silla que armara para mi un
amigo carpintero. Creo además que tu tienes el tuyo, así como tu cetro es la
pluma de ganso con que escribes, y seguro que tienes también tu capa real, así
sea el trozo de lana que cubre tus espaldas en los días invernales-
Escuchándole atentamente
esperé entonces qu´el hombre ficiera un acto de silencio y díjele:
-Intuyo que te quedas
solo con la cáscara de la fruta , pues el hueso de la misma vendría a ser qué
cosas ficieren y pensaren los reyes cuando en el interior de sus aposentos fungen
como hombre y mujer, despojados del ropaje que diferéncialos del resto. Además,
no olvidéis las intrigas de palacio, pues donde reina la envidia no prospera la
virtud, de modo que alguna buena intención que asomar pueda desde la monarquía
es asesinada por la cohorte de alcahuetes que los rodea-
-¡Caramba!- dijo el hijo
de los bereberes- ¡qué coincidencia!...hay por estas regiones gobernantes que
están convencidos de ser reyes, aún cuando sus comarcas llámanse repúblicas,
pero eso es asunto de tan complejo abordaje que mejor lo dejamos para tu
próxima visita-
-Debo entender que tienes
razones para fablar de ese modo, mas te aseguro que no existirían dictadores ni
monarcas si los pueblos no fueran obsecuentes. En este año de 1513 es posible
ver al vulgo marchando por las calles al grito de: “el pueblo unido jamás será
vencido”, mas hasta ahora no he visto que tal consigna se haga realidad.
Recuerda qu´estas comarcas estuvieron 500 años bajo la dominación morisca, y
que tal industria logró hacer llegar la sangre al río-
Muchos destos asuntos
fablamos esa noche con el hijo de lo bereberes, mas, igual cantidad quedó fuera
pues fablar de reyes es facerlo del Poder por el Poder mismo. Si bien la
madrugada nos encontró bastante borrachos y con las mismas dudas y certezas que
al principio, nos quedó el contento de haber intentado comprender lo
incomprensible, y no quedarnos viendo pasar a los reyes aplaudidos por el
pueblo como si en realidad hubiere en eso razón alguna.
Moraleja:
Oj Alá alguien
convenciese a los monarcas, que al final de los días habrá un Caronte, y para cada
uno de ellos habrá una barca.
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