Acerca
de la necesidad que el arte deje de ser un instrumento de la economía para
retornar a su verdadera esencia: la moral
Ángel Juárez Masares
Proponerse encontrar el
momento histórico donde el arte se transforma en moneda de cambio para
“inversionistas” quizá sea una tarea imposible de abordar. Ante la dificultad
de hacerlo con certeza, ubiquemos tal circunstancia en el momento en que los
Médicis comienzan su mecenazgo impulsando y protegiendo el trabajo de artistas
de su época.
Recordemos que los Medici
-o Médicis- fueron una poderosa e influyente familia de Florencia, a extremo
tal que “aportaron” tres Papas, León X,
Clemente VII y León XI, además de numerosos dirigentes florentinos y miembros
de la familia real de Francia e Inglaterra, contribuyendo además al despegue
del Renacimiento. Los logros más significativos de los Medici fueron en el
campo del arte y de la arquitectura, de tal manera que los artistas que ellos
promovieron son hoy las referencias principales de ese período cultural en
Italia y Europa.
El primer patrocinador
financiero del arte fue Juan De Bicci de Médici, quien ordenó la reconstrucción
de la iglesia de San Lorenzo en Florencia.
Por su parte, Cosme de
Medici patrocinó a notables artistas como Donatello y Fra Angélico.
Pero sin duda la principal
“inversión” de los Medici a través de la historia fue Miguel Ángel, considerado
uno de los mejores en los campos de la arquitectura, la escultura, y la
pintura, quien produjo una serie de obras para distintos miembros de la
familia, comenzando con Lorenzo el Magnífico. Además de contratistas de obras
de arquitectura y mecenas artísticos, los Medici fueron prolíficos
coleccionistas, reuniendo multitud de obras que hoy forman la colección central
de la Galería Uffizi en Florencia.
Si bien el mecenazgo es un
tipo de patrocinio que se otorga a artistas, literatos o científicos a fin de
permitirles desarrollar su obra, ese apoyo no es tan desinteresado como se
presenta, pues mas allá de la remuneración de carácter íntimo que proporciona,
ya sea el placer estético o intelectual, o la llana satisfacción de la vanidad,
además trae consigo la expansión de las relaciones públicas que puede llegar a
ser muy útil, por cuanto justifica su posición social y mejora su reputación.
Las transacciones
comerciales con las obras de arte llegaron a convertirse en la base de un
oficio muy lucrativo en la Baja Edad Media, impulsando incluso preferencias por
determinados materiales, como tablas, tapices, y especialmente, la técnica más
manejable y exitosa: la pintura al óleo sobre lienzo, y la más propicia para la
difusión: el grabado.
El aumento del prestigio
social del artista vino a partir del Renacimiento italiano, cuando los más
afamados de entre ellos se llegaron a considerar humanistas al nivel de los
poetas y filósofos, codeándose con príncipes y papas. Los pintores de corte
llegaron a gozar de la confianza de los reyes, encargándoseles actividades
diplomáticas o recibiendo títulos nobiliarios (Jan van Eyck, Rubens,Velázquez);
además de tener un papel especial en la compra de objetos de arte,
especialmente en sus viajes al extranjero.
Sin embargo el motivo de
nuestra reflexión está centrado en otro punto, que trataremos de desarrollar
tras la anterior –y por demás somera- recorrida por la historia.
En realidad a lo que
planteamos al principio, acerca de “encontrar el momento histórico donde el
arte se transforma en moneda de cambio para “inversionistas”, podríamos
agregarle qué es una obra de arte, y cuales son los p
arámetros que se tienen en
cuenta para que la misma se transforme en un elemento de interés económico.
Interés que –por otra parte- probablemente estuvo lejos de la real intención
del creador.
Si tenemos en cuenta que
desde la filosofía del arte se niega que la obra sea física, ubicando su valor
en un marco de estética u objeto de percepción en el cual se puede incluir una
vasta diversidad de conceptos que nada tienen que ver con lo material, nos
encontraremos en una encrucijada o laberinto que nos impedirá atisbar siquiera
las razones de transformar la misma en un objeto económico.
Esa “mutación” de elemento
estético en “moneda de cambio” nos lleva a recordar –solo por tomar un caso por
todos conocidos- la vida miserable de Vincet Van Gogh, quien pintó sostenido
por su hermano Theo; o del uruguayo Raúl Javiel Cabrera –de quien ya hemos
hablado en Hum Bral- que en vida cambiaba sus acuarelas por un café con leche y
hoy sus obras cotizan en las mas importantes galerías del mundo.
Asunto no menor es la
pasividad de los Estados ante el mundo del arte pues todos los esfuerzos
apuntan a la actividad económica, importante por cierto, pero no fundamental
desde el punto vista moral. Los esfuerzos privados de promoción e incentivo a
las diferentes disciplinas artísticas han demostrado claramente que las mismas
pueden ser el camino mas directo hacia la convivencia entre los hombres, y por
lo tanto hacia sociedades –por lo menos- menos violentas. De esta manera,
continuaremos gastando recursos económicos en mas cárceles, sostenimiento de
sectores carenciados, o planes de “inserción social” que poco o nada aportan a
la génesis de los males que hoy nos abruman y que todos sabemos cuáles son.
Como profundizar en estos
asuntos sería ingresar en una tarea de nunca acabar, y sobre todo, por demás
compleja, dejaremos planteadas algunas interrogantes que –en realidad- forman
parte del verdadero motivo de nuestra
reflexión inicial: ¿vale la pena insistir en la creación artística? ¿A dónde
conduce tal actividad?... ¿No estarán los artistas acarreando agua con un
canasto?.
Lanzar una mirada a la
historia del arte a través de los tiempos lleva a pensar que tales dudas no
pueden ser calificadas como descabelladas. La mayoría de los grandes Maestros
tuvieron que luchar –no solo con sus propios fantasmas a la hora de crear- sino
además con la incomprensión del entorno. Asunto que aún persiste hoy día y que
no solo atañe a los genios, sino también al artista en ciernes que a esta hora
da las primeras pinceladas en cualquier pueblo perdido en un rincón del mundo.
Solo cabe esperar que el
entusiasmo por hacerlo no mengüe…tal vez el futuro le adjudique la razón.
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