sábado, 29 de junio de 2013

Acerca de la necesidad que el arte deje de ser un instrumento de la economía para retornar a su verdadera esencia: la moral





                                                                                                                    Ángel Juárez Masares





Proponerse encontrar el momento histórico donde el arte se transforma en moneda de cambio para “inversionistas” quizá sea una tarea imposible de abordar. Ante la dificultad de hacerlo con certeza, ubiquemos tal circunstancia en el momento en que los Médicis comienzan su mecenazgo impulsando y protegiendo el trabajo de artistas de su época.
Recordemos que los Medici -o Médicis- fueron una poderosa e influyente familia de Florencia, a extremo tal que  “aportaron” tres Papas, León X, Clemente VII y León XI, además de numerosos dirigentes florentinos y miembros de la familia real de Francia e Inglaterra, contribuyendo además al despegue del Renacimiento. Los logros más significativos de los Medici fueron en el campo del arte y de la arquitectura, de tal manera que los artistas que ellos promovieron son hoy las referencias principales de ese período cultural en Italia y Europa.
El primer patrocinador financiero del arte fue Juan De Bicci de Médici, quien ordenó la reconstrucción de la iglesia de San Lorenzo en Florencia.
Por su parte, Cosme de Medici patrocinó a notables artistas como Donatello y Fra Angélico.
Pero sin duda la principal “inversión” de los Medici a través de la historia fue Miguel Ángel, considerado uno de los mejores en los campos de la arquitectura, la escultura, y la pintura, quien produjo una serie de obras para distintos miembros de la familia, comenzando con Lorenzo el Magnífico. Además de contratistas de obras de arquitectura y mecenas artísticos, los Medici fueron prolíficos coleccionistas, reuniendo multitud de obras que hoy forman la colección central de la Galería Uffizi en Florencia.
Si bien el mecenazgo es un tipo de patrocinio que se otorga a artistas, literatos o científicos a fin de permitirles desarrollar su obra, ese apoyo no es tan desinteresado como se presenta, pues mas allá de la remuneración de carácter íntimo que proporciona, ya sea el placer estético o intelectual, o la llana satisfacción de la vanidad, además trae consigo la expansión de las relaciones públicas que puede llegar a ser muy útil, por cuanto justifica su posición social y mejora su reputación.
Las transacciones comerciales con las obras de arte llegaron a convertirse en la base de un oficio muy lucrativo en la Baja Edad Media, impulsando incluso preferencias por determinados materiales, como tablas, tapices, y especialmente, la técnica más manejable y exitosa: la pintura al óleo sobre lienzo, y la más propicia para la difusión: el grabado.

El aumento del prestigio social del artista vino a partir del Renacimiento italiano, cuando los más afamados de entre ellos se llegaron a considerar humanistas al nivel de los poetas y filósofos, codeándose con príncipes y papas. Los pintores de corte llegaron a gozar de la confianza de los reyes, encargándoseles actividades diplomáticas o recibiendo títulos nobiliarios (Jan van Eyck, Rubens,Velázquez); además de tener un papel especial en la compra de objetos de arte, especialmente en sus viajes al extranjero.
Sin embargo el motivo de nuestra reflexión está centrado en otro punto, que trataremos de desarrollar tras la anterior –y por demás somera- recorrida por la historia.
En realidad a lo que planteamos al principio, acerca de “encontrar el momento histórico donde el arte se transforma en moneda de cambio para “inversionistas”, podríamos agregarle qué es una obra de arte, y cuales son los p
arámetros que se tienen en cuenta para que la misma se transforme en un elemento de interés económico. Interés que –por otra parte- probablemente estuvo lejos de la real intención del creador.
Si tenemos en cuenta que desde la filosofía del arte se niega que la obra sea física, ubicando su valor en un marco de estética u objeto de percepción en el cual se puede incluir una vasta diversidad de conceptos que nada tienen que ver con lo material, nos encontraremos en una encrucijada o laberinto que nos impedirá atisbar siquiera las razones de transformar la misma en un objeto económico.
Esa “mutación” de elemento estético en “moneda de cambio” nos lleva a recordar –solo por tomar un caso por todos conocidos- la vida miserable de Vincet Van Gogh, quien pintó sostenido por su hermano Theo; o del uruguayo Raúl Javiel Cabrera –de quien ya hemos hablado en Hum Bral- que en vida cambiaba sus acuarelas por un café con leche y hoy sus obras cotizan en las mas importantes galerías del mundo.
Asunto no menor es la pasividad de los Estados ante el mundo del arte pues todos los esfuerzos apuntan a la actividad económica, importante por cierto, pero no fundamental desde el punto vista moral. Los esfuerzos privados de promoción e incentivo a las diferentes disciplinas artísticas han demostrado claramente que las mismas pueden ser el camino mas directo hacia la convivencia entre los hombres, y por lo tanto hacia sociedades –por lo menos- menos violentas. De esta manera, continuaremos gastando recursos económicos en mas cárceles, sostenimiento de sectores carenciados, o planes de “inserción social” que poco o nada aportan a la génesis de los males que hoy nos abruman y que todos sabemos cuáles son.
Como profundizar en estos asuntos sería ingresar en una tarea de nunca acabar, y sobre todo, por demás compleja, dejaremos planteadas algunas interrogantes que –en realidad- forman parte del  verdadero motivo de nuestra reflexión inicial: ¿vale la pena insistir en la creación artística? ¿A dónde conduce tal actividad?... ¿No estarán los artistas acarreando agua con un canasto?.
Lanzar una mirada a la historia del arte a través de los tiempos lleva a pensar que tales dudas no pueden ser calificadas como descabelladas. La mayoría de los grandes Maestros tuvieron que luchar –no solo con sus propios fantasmas a la hora de crear- sino además con la incomprensión del entorno. Asunto que aún persiste hoy día y que no solo atañe a los genios, sino también al artista en ciernes que a esta hora da las primeras pinceladas en cualquier pueblo perdido en un rincón del mundo.
Solo cabe esperar que el entusiasmo por hacerlo no mengüe…tal vez el futuro le adjudique la razón.




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