Editorial
ACERCA DEL DÍA MUNDIAL DEL MEDIO
AMBIENTE
Ángel Juárez Masares
Establecido por la Asamblea General
de las Naciones Unidas en 1972, el 5 de junio de cada año se celebra el Día
Mundial del Medio Ambiente, mediante el cual la Organización de las
Naciones Unidas estimula la sensibilización mundial ac
erca del entorno e
intensifica la atención y la acción política.
Por medio ambiente se
entiende todo lo que rodea a un ser vivo, en cuanto el entorno afecta y
condiciona especialmente las circunstancias de vida de las personas o de la
sociedad en su conjunto, y abarca el conjunto de valores naturales, sociales y
culturales existentes en un lugar y en un momento determinado, que influyen en
la vida del ser humano y en las generaciones venideras. No se trata sólo del
espacio en el que se desarrolla la vida, sino que también comprende seres
vivos, objetos, agua, suelo, aire y las relaciones entre ellos, así como
elementos tan intangibles como la cultura medio ambiental.
Una de las primeras
manifestaciones de atención acerca de la importancia del cuidado del entorno
fue expresada por Hipócrates (460-375
años antes de Cristo), en su obra Aires, aguas y lugares, donde resalta la
importancia del ambiente como causa de enfermedad.
Thomas Sydenham
(1624-1689) y Giovanni Maria Lancisi (1654-1720) formulan la teoría miasmática,
en la que el miasma es un conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras
que son causa de enfermedad.
En el siglo XIX, John Snow
(1813-1858) con obra: "Sobre el modo de transmisión del cólera", se
consolida la importancia del ambiente en epidemiología y la necesidad de
utilizar métodos numéricos.
No abundaremos hoy en detalles
acerca de los factores que en la actualidad causan el deterioro del medio
ambiente pues son por todos conocidos. El avance de las comunicaciones y la
información a la que sobre el tema se tiene acceso por tal razón, exime de
mayores precisiones. Podemos en todo caso señalar brevemente en ese sentido a
la industrialización y la desforestación como factores primordiales, por la
incidencia indiscutible que tales actividades tienen en el calentamiento
global; la merma en la masa de los casquetes polares y el consiguiente aumento
de nivel de los océanos. Sí queremos reflexionar acerca de la tendencia a
llevar el tema a los extremos. Desde hace ya algunos años estamos asistiendo a
una suerte de “moda ambientalista” que nos hace estar en contra de todo proyecto
o emprendimiento industrial aún antes de conocer sus efectos sobre el entorno.
Creemos que adoptar
posiciones radicales antes de poseer información, muchas veces nos impide ver
“otras realidades”. Quizá uno de los ejemplos mas claros sea la utilización
política que se hizo de la instalación de una importante fábrica de celulosa
sobre el Río Uruguay en nombre del medio ambiente.
Sin embargo la idea no es
detenerse en un episodio puntual, sino establecer un punto de vista más
abarcativo. Por supuesto que nos adherimos a la defensa del medio ambiente,
cuya práctica aprendimos y ejercemos como premisa fundamental, pero tal
convencimiento no nos debe impedir buscar el equilibrio necesario para convivir
con todo aquello que redunde en beneficio de una mejor calidad de vida.
Ante la imposibilidad de
encontrar un punto de partida al deterioro o agresión al medio ambiente -pues
si hilamos fino quizá lo encontremos en la prehistoria- nos ubicaremos en el
periodo histórico comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y
principios del XIX, en el que, en Gran Bretaña en primer lugar, y luego en el
resto de Europa continental surge la llamada “Revolución industrial”. Allí está génesis del mayor conjunto de
transformaciones socioeconómicas, tecnológicas y culturales de la historia de
la humanidad, donde
la economía basada en el
trabajo manual es reemplazada por otra dominada por la industria y la
manufactura. La Revolución
comenzó con la mecanización de las industrias textiles y el desarrollo de los
procesos del hierro. La expansión del comercio fue favorecida por la mejora de
las rutas de transportes y posteriormente por el nacimiento del ferrocarril.
Tales transformaciones
tuvieron como consecuencia una diversidad de contrastes –por todos
conocidos- como el nacimiento de la
burguesía y el proletariado industrial, el fortalecimiento del poder económico
y social de los grandes empresarios, afianzando de este modo el sist
ema
económico capitalista, caracterizado por la propiedad privada de los medios de
producción y la regulación de los precios por el mercado, de acuerdo con la
oferta y la demanda.
En este escenario, la
burguesía desplaza definitivamente a la aristocracia terrateniente y su
situación de privilegio social se basa fundamentalmente en la fortuna y no en
el origen o la sangre. Avalados por una doctrina que defendía la libertad
económica, los empresarios obtenían grandes riquezas, no sólo vendiendo y
compitiendo, sino que además pagando bajos salarios por la fuerza de trabajo
aportada por los obreros.
Pero volvamos al tema que
nos hoy nos convoca, es decir, al deterioro del medio ambiente. En ese sentido
imaginemos la creación de grandes movimientos destinados a impedir la
construcción de vías férreas aduciendo la destrucción de los hábitats naturales
por donde luego se desplazaría el ferrocarril, o manifestando en contra de la
construcción de inmensas factorías “contaminantes”.
Imaginemos también el
triunfo de esa postura contraria a la industrialización y el regreso a la
economía basada en el trabajo manual, y tendremos frente a nosotros un gran
signo de interrogación.
Veamos ahora algunas
consideraciones que surgen de la “teoría de Olduvai”, donde se asegura que la civilización industrial actual tendría
una duración máxima de cien años, contados a partir de 1930. De 2030 en
adelante, la humanidad iría poco a poco regresando a niveles de civilización
comparables a otros anteriormente vividos, culminando dentro de unos mil años
(3000 d. C.) en una cultura basada en la caza, tal y como existía en la Tierra hace tres millones
de años, cuando se desarrolló la industria olduvayense; teoría que fue planteada por Richard C.
Duncan basándose en su experiencia en el manejo de fuentes de energía y por su
afición por la arqueología.
Originalmente, la teoría
fue propuesta en 1989 con el nombre de «teoría de pulso-transitorio», pero en
1996, adoptó su actual denominación inspirándose en el famoso sitio
arqueológico. Pero la teoría no depende en forma alguna de datos recopilados en
ese sitio. Richard C. Duncan ha publicado varias versiones desde la aparición
de su primer artículo con distintos parámetros y pronósticos, lo que ha sido
motivo de críticas y controversias.
Se estima que las ciudades
con más de veinte mil habitantes serían muy inestables, teniendo mejor expectativa
de vida en primer lugar aquellas sociedades de cazadores y recolectores en la Amazonia , las selvas
centroafricanas, las del sudeste asiático, las de bosquimanos y los aborígenes
en Australia. En segundo lugar de supervivencia seguirían los núcleos bastante
homogéneos de trescientos a dos mil habitantes con un estilo de vida
agropecuario próximos a lugares con recursos hídricos no contaminados,
inaccesibles y a centenares de kilómetros de las grandes urbes y de las hordas
de hambrientos que exudarían estas urbes o de las fuerzas militares en
descomposición que se dedicarían al pillaje.
Al final también podría
existir una enorme cantidad de pequeños pueblos agrícolas que se disputasen los
pocos lugares privilegiados, sobreviviendo sólo aquellos pueblos que la
capacidad de carga terrestre permitiese.
Internarnos en tal teoría
nos llevaría inevitablemente a regiones muy cercanas a la “futurología”, por lo
tanto preferimos que cada lector haga uso de su libre albedrío acerca de la
verosimilitud –o no- que la misma posea. Sí que
remos retomar el párrafo donde
decimos que “la idea inicial no es detenerse en un episodio puntual, sino
establecer un punto de vista mas abarcativo”, en ese sentido dejaremos
planteadas algunas interrogantes que pasan por la tendencia a estar en contra
de todo proyecto o emprendimiento que agreda el medio ambiente, aún antes de
conocer el grado de incidencia que los mismos puedan tener en el entorno.
¿Estamos dispuestos a
abandonar el uso del automóvil en pos de la calidad del aire?
¿Renunciaremos al fuego
para evitar la tala de los árboles?
¿Seremos capaces de
renunciar al confort que trae la tecnología en aras de la conservación del
medio ambiente llevada al extremo?
Admitimos que las
preguntas puedan ser calificadas como el “extremo” que cuestionamos al
referirnos al cuidado del medio ambiente, pero sin duda deberíamos plantearnos
si somos capaces de responderlas con sinceridad.
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