La sutil manera
de contar
La vida de
Rudyard Kipling se divide en dos actos: el primero, brevísimo, ocupa los
primeros seis años de su infancia; el segundo se extiende hasta su muerte, en
1936.
Alberto Manguel
La vida de
Rudyard Kipling se divide en dos actos: el primero, brevísimo, ocupa los
primeros seis años de su infancia; el segundo se extiende hasta su muerte, en
1936.
Kipling nació en
la ciudad de Bombay el 30 de diciembre de 1865. Su padre era el director de la
escuela de arte municipal; su madre pertenecía a una notable familia británica
de escritores y artistas. Su primer idioma fue el hindustani, y su nodriza (una
cristiana de Goa) debía recordarle a menudo que hablase en inglés a sus padres.
Durante ese período de su vida, Kipling, acompañado de su hermana menor, Trixie,
disfrutó de una libertad casi sin restricciones: libre de recorrer con su
nodriza los bazares de Bombay, libre de entrar en los templos de dioses y ritos
extraños, libre de descubrir el mundo mágico y multifacético de la India
colonial.
Tortura preconcebida.
Poco después de su sexto cumpleaños, su vida cambió por completo. Era habitual
que los niños de familias anglo-indias se educaran no en las colonias sino en
Inglaterra, en parte por el riesgo cierto de enfermedades tropicales, en parte
por temor a lo que llamaban "el contagio cultural". En un periódico
inglés apareció un anuncio proponiendo los servicios de un alojamiento para
niños anglo-indios en la ciudad de Southsea, en el sur de Inglaterra. Sin
preocuparse por averiguar más, los padres de Kipling se embarcaron con sus
hijos en la primavera de 1871 y, pocos meses después, dejaron a Kipling y a su
hermana en manos de dos desconocidos y regresaron a Bombay. No se despidieron
de ellos, la madre explicaría luego a un Kipling ya adulto, "para no entristecerlos".
Durante cinco años no volvieron a verlos. La dueña del alojamiento era una
mujer sádica y avara; su marido, un timorato marino jubilado. Kipling sufrió
innombrables vejaciones en ese lugar que más tarde, en el cuento "Baa Baa
Black Sheep" apodaría "La casa de la desolación". En su
autobiografía, Something of Myself, escribió: "Si uno interroga a un niño
de siete u ocho años sobre lo que ha hecho durante el día (sobre todo cuando
éste quiere irse a dormir), incurrirá de manera satisfactoria en varias
contradicciones. Si cada contradicción es tachada de mentira y presentada como
prueba de tal por la mañana, la vida se vuelve harto difícil. He tenido algunas
experiencias con matones, pero esto era una tortura preconcebida, tanto
religiosa como científica. Sin embargo, me hizo prestar atención a las mentiras
que muy pronto me vi obligado a decir: y esto, entiendo, es el fundamento de
todo esfuerzo literario".
Sólo cuando un
amigo de la familia visitó a los niños, cuando Kipling había cumplido ya once años,
y descubrió que el muchacho se estaba quedando ciego, los padres vinieron a
buscarlo. El primer gesto que hizo Kipling al ver a su madre, fue levantar el
brazo instintivamente para que no le pegaran.
Kipling
adolescente fue enviado a una escuela en el condado de Devon, llamada
curiosamente Westward Ho! ("¡Eh, hacia el oeste!") en homenaje a una
novela de Charles Kingsley. La escuela había sido fundada por Cornell Price,
amigo de los padres de Kipling, para educar a los hijos de militares ingleses.
A pesar de sufrir, durante los primeros años, los malos tratos habituales en
tales establecimientos, Kipling se impuso a sus compañeros por su inteligencia
y su humor, y en la biblioteca de Price pudo descubrir a autores como Carlyle,
Poe y Browning, cuya influencia sintió a lo largo de su vida literaria. La
crónica de aquellos años fue publicada bajo el título Stalky & Co.
En 1882,
terminada la escuela, regresó a la India para trabajar como periodista. No se
instaló en Bombay: su padre había sido nombrado director del museo de Lahore y
allí Kipling empezó a escribir para la Civil and Military Gazette. Algunas de
sus columnas tomaron la forma de relatos breves que al poco tiempo reunió bajo
el título Plain Tales from the Hills. Tenía entonces diecinueve años. Son
relatos de una calidad y madurez extraordinarias. Cuando Borges volvió a
escribir ficciones en 1970, confesó que su inspiración había sido esas
"lacónicas obras maestras". "Alguna vez pensé", escribió en
el prólogo de El Informe de Brodie, "que lo que ha concebido y ejecutado
un muchacho genial puede ser imitado sin inmodestia por un hombre en los lindes
de la vejez, que conoce el oficio".
La selva en
Vermont. El éxito de sus escritos hizo que otro periódico, el Pioneer de
Allahabad decidiese enviar al joven prodigio a Inglaterra. Kipling partió sin
saber que nunca más regresaría a la India, la tierra en la que su imaginación
había echado tan poderosas raíces. Al desembarcar, descubrió que, gracias a la
lectura entusiasmada que el crítico Andrew Lang había hecho de su obra, el
autor de veintitrés años se había transformado en una figura célebre y a la
moda. A pesar de la fama, vivió modestamente. En Londres, conoció a un agente
literario americano, Wolcott Balestier, con quien escribiría una novela mediocre,
The Naulahka, y a su hermana, Caroline Balestier, que poco tiempo después se
convertiría en su mujer. Carrie, como siempre se llamó, tenía un carácter
fuerte y agresivo. "Carrie Balestier es un buen macho aguado", fue el
juicio del padre de Kipling.
Kipling y Carrie
planearon un largo viaje de bodas, primero a Vermont, en los Estados Unidos,
para que el nuevo marido pudiese conocer a la familia de su mujer, y luego a
Samoa, para encontrarse con Robert Louis Stevenson, a quien Kipling tanto
admiraba. Pero al llegar a Japón supieron que el banco en el que había
depositado sus ganancias había quebrado, y la pareja tuvo que resignarse a
volver a Vermont sin un centavo en los bolsillos. La estadía en Vermont fue
productiva: allí nacieron sus dos hijas y allí Kipling compuso El libro de la
selva. Pero una pelea con su cuñado puso fin a la estadía, y en 1897 Kipling
volvió con su familia a Inglaterra, donde nació su hijo. Ese año fue el jubileo
de la reina Victoria y Kipling, considerado por el Times como "el poeta
del pueblo", escribió para la ocasión uno de sus poemas más famosos,
"Fin de oficio" ("Recessional"), que, más que un canto de
elogio al Imperio, es una elocuente advertencia contra el peligro de creerse
omnipotente. Su estribillo reza: "¡Dios, Señor de los Ejércitos, permanece
a nuestro lado/ Por temor a que olvidemos, por temor a que olvidemos!".
Siguieron años de
éxito literario y tragedias personale
s. Su hija mayor murió de gripe durante una visita a Nueva York; su hijo John, ya adulto, durante la Primera Guerra Mundial. Para purgar su sentimiento de culpa (Kipling había hecho presión para que John entrara en el ejército) se comprometió a escribir la larga y tediosa historia de los Irish Guards, el regimiento de su hijo. En 1907, obtuvo el Premio Nobel. Murió el 18 de diciembre de 1936, en el aniversario de su casamiento. Después de la ceremonia en la Abadía de Westminster, durante la cual la muchedumbre entonó los versos de "Fin de oficio", Carrie quemó todos sus papeles personales.
s. Su hija mayor murió de gripe durante una visita a Nueva York; su hijo John, ya adulto, durante la Primera Guerra Mundial. Para purgar su sentimiento de culpa (Kipling había hecho presión para que John entrara en el ejército) se comprometió a escribir la larga y tediosa historia de los Irish Guards, el regimiento de su hijo. En 1907, obtuvo el Premio Nobel. Murió el 18 de diciembre de 1936, en el aniversario de su casamiento. Después de la ceremonia en la Abadía de Westminster, durante la cual la muchedumbre entonó los versos de "Fin de oficio", Carrie quemó todos sus papeles personales.
Vida y obra de un
autor no son a menudo complementarios. La historia ha querido que recordemos a
un Kipling imperialista, autor de cuentos para niños. Olvidamos que el suyo fue
un imperialismo crítico, menos nacionalista que ecuménico, y que su literatura
infantil es (como la mejor de su género) para todas las edades. Versos como
"Alza la carga del hombre blanco" y "Razas inferiores sin la
Ley" son leídos fuera del contexto que les otorga una feroz ironía, y en
la acusación contra Kipling nunca son citadas obras como el poema
"Nosotros y ellos" (que termina "¿Puedes creerlo? ¡Ellos nos
consideran a Nosotros/ Como otra especie de Ellos!") y el cuento
"Mary Postgate" en el que la insensibilidad de los ingleses es
desnudada implacablemente, con una crueldad casi insoportable. A un siglo de
distancia condenamos sus prejuicios (por cierto condenables) porque creemos
estar libres de ellos. Kipling fue más humilde. Escribió:
"Durante el
corto, corto
/plazo
Que un muerto es
recordado
No busquéis otra
respuesta
Que en los libros
que he
/dejado".
Todos los
hombres. Esos libros contienen algunos de los cuentos más perfectos en lengua
inglesa. Su mérito está en la concisión, la sutil manera de contar, la
generosidad que permite al lector sentirse más inteligente que el autor. Un
gesto discreto, un detalle nimio, una palabra que parece ser casual, revela la
verdad sobre un personaje y brinda la clave de la historia. Los ojos de la
señora Castorley volviéndose hacia el médico al final de "Dayspring
Mishandled", el cáncer que corroe la pierna de la señora Ashcroft como
prueba de su devoción amorosa en "The Wish House", la primera
pregunta que hace la mujer ciega al visitante en "They" y que
retrospectivamente aclara todo el cuento, son ejemplos de tal maestría. No
necesitamos recordar el Evangelio de Juan 20:15 para entender la oculta
relación de Helen con su "sobrino" en "The Gardener", ni
conocer la teoría de la transmigración de almas para sentir, como Charlie Mears
en "The Finest Story in the World" o el centurión romano en "The
Church that Was in Antioch", que podemos ser, que tal vez hemos sido,
todos los hombres en todas las edades. Incluso en ciertos cuentos complejos,
ambiguos, difíciles de entender por completo -uno de los más maduros,
"Unprofessional" o uno de los primeros, "The Strange Ride of
Morrowbie Jukes"- el lector acaba la última página con la agradecida
impresión de que algo, quizás innombrable, maravilloso o terrible, le ha sido
revelado.
La selección que
he hecho responde sólo a mis gustos personales. Otros lectores de Kipling
elegirían seguramente cuentos diferentes. En mi selección, me doy cuenta ahora,
tienen preeminencia los relatos fantásticos, quizás porque me deleita la manera
en la que Kipling logra hacernos creer en una realidad que sabemos imposible y
que, sin embargo, nos parece la única convincente. También los relatos de amor
(aunque a veces ambos géneros se confunden) en los que priman la devoción
erótica y una persistente fidelidad hacia la persona amada, expresadas con una
pasión que en ciertos casos se parece a la locura.
Otros rasgos de
sus cuentos que me atraen: la honestidad con que retrata la crueldad y el odio,
el respeto por la inteligencia de sus lectores, la eficacia de los detalles, de
las descripciones minuciosas pero nunca sobrecargadas, de casi cada palabra en
el texto sin parecer ni exquisito ni ostentoso. Finalmente me gusta la
diversidad y la riqueza de su mundo: gente de Europa y de la India, de América
y de África, animales domésticos y fieras salvajes, soldados, artesanos,
habitantes de las aldeas y de las ciudades, ingenieros, escritores y artistas,
madres desoladas o insensibles, hijos rapaces o fieles, maestros, monjes,
marinos, aventureros... Después de leer a Kipling tengo la impresión de que
toda historia es universal.
La obra de
Kipling ha tenido fortuna variada. Exaltada en su juventud, criticada después
de su muerte, ignorada durante varias décadas, espera pacientemente que nuevos
lectores la descubran. La historia personal, la trayectoria política de un
escritor suele otorgarle al personaje cierta calidad infame o heroica; por lo
general, sus libros no merecen compartir esa suerte. La literatura es
despiadada: el sufrimiento o la gloria personal no le interesa, sólo la mágica
combinación de palabras que, cuando las estrellas son auspiciosas, permiten a
un lector la experiencia profunda del mundo.
"Dicen que
una tela, según su extensión, su forma, su solidez, sus trampas, su hermosura,
teje en todo momento la araña que necesita. Las obras inventan al autor que
requieren y construyen la biografía que les conviene".
Pascal Quignard,
Villa Amalia
Extraído de:
http://www.elpais.com.uy
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