La guerra de Vietnam continúa matando
civiles cuarenta años después
Unas
500 personas fueron víctimas el año pasado en Indochina de bombas que quedaron
sin detonar tras la guerra de Vietnam.
En
la actualidad hay unos 150.000 niños con malformaciones provocadas por el
"agente naranja" que el ejército estadounidense lanzó en algunas
regiones rurales de Vietnam hace más de cuatro decenios.
El pasado 15 de agosto
se cumplió el cuadragésimo aniversario de la última misión de bombardeo
ejecutada por los Estados Unidos en el Sudeste Asiático en el contexto de la
guerra de Vietnam. Las tropas estadounidenses no se retirarían definitivamente
de Saigón, la capital de Vietnam del Sur, hasta dos años más tarde. Tras haber
librado la guerra con una brutalidad escalofriante, el ejército más poderoso
del mundo había sido derrotado por un enemigo mucho peor equipado y, en
principio, infinitamente más débil, que llevaba 30 años combatiendo, primero
contra los franceses y después, sobre todo a partir de mediados de los años
sesenta, contra Estados Unidos. A día de hoy las consecuencias del conflicto
continúan materializandose en muertes de civiles: al menos 500 personas
murieron o resultaron gravemente heridas en Vietnam, Camboya y Laos por culpa
de las detonaciones de bombas y minas que quedaron desperdigadas por la zona.
Pero la guerra no sólo
dejó un elevado número de víctimas civiles en la región (diferentes cálculos
sitúan la cifra entre un millón y tres millones de muertos) e hizo posible el
régimen genocida de los jemeres rojos de Pol Pot en Camboya (que se cobró las
vidas de casi dos millones de camboyanos entre 1975 y 1979), los “bombardeos de
desaturación” o las “operaciones de búsqueda y destrucción” de Estados Unidos
dejaron un rastro de devastación en Indochina (Vietnam, Camboya y Laos) con el
que han tenido que lidiar en solitario los vencedores desde entonces.
Cuarenta años más
tarde, aquella guerra sigue cobrándose víctimas entre la población civil de
Indochina. Según activistas y las bases de datos de los gobiernos de Vietnam,
Camboya y Laos, durante el último año al menos 500 personas murieron o
resultaron gravemente heridas en los tres países como consecuencia de las
detonaciones de bombas y minas que quedaron desperdigadas en extensas zonas de
la región. En Vietnam, muchas de las víctimas son niños que juegan en el campo
o campesinos empobrecidos que se dedican a buscar y vender la chatarra que dejó
la guerra.
Para hacerse una idea
de la magnitud de los bombardeos, basta con observar una cifra: entre 1965 y
1973, el ejército de Estados Unidos lanzó sólo sobre el territorio de Camboya
(cuya superficie de 181.000 kilómetros cuadrados equivale aproximadamente a la
suma de las de Castilla y León y Castilla la Mancha) poco más de 2.750.000
toneladas de bombas. Para poner esa cifra en perspectiva, hay que tener en
cuenta que es superior a la de algo más de dos millones de toneladas que los
Aliados lanzaron a lo largo de toda la Segunda Guerra Mundial tanto en Europa
como en el norte de África y Asia, incluyendo las bombas nucleares de Hiroshima
y Nagasaki. La mayor parte de los bombardeos tuvieron lugar en la zona oriental
del país, lo que probablemente convierta esa región en la más bombardeada de la
historia.
En Vietnam, Estados
Unidos lanzó 7,8 millones de toneladas de bombas durante la guerra, y se
calcula que quedaron sin detonar unas 800,000 toneladas. Según el Gobierno
vietnamita, esas bombas que quedaron en su territorio han matado o herido de
gravedad a más de cien mil personas desde que la guerra acabó definitivamente
en 1975, aunque es probable que la cifra sea más alta, ya que muchas víctimas
nunca llegan a quedar registradas en los archivos.
Las bombas sin detonar
y minas antipersonales no son los únicos legados de la intervención
estadounidense en Indochina que se siguen cobrando víctimas en Vietnam. En los
diez años comprendidos entre 1961 y 1971, Estados Unidos vertió en el campo
vietnamita 43 millones de litros del famoso “agente naranja”, un potente
herbicida y defoliante fabricado por la empresa Monsanto en los años sesenta.
Aquella campaña formaba parte de una guerra química diseñada con un doble
objetivo: por un lado, arrasar zonas boscosas para que los guerrilleros del
Vietcong no pudieran refugiarse de las bombas y, por otro, destruir tierras de
cultivo para empujar a la población rural a emigrar a las ciudades controladas
por el régimen de Vietnam del Sur, aliado de Estados Unidos, y que las
guerrillas no pudieran obtener alimentos.
El “agente naranja”
contiene una toxina llamada TCDD que se ha mantenido en el medio ambiente y la
cadena alimentaria durante años y provoca que cada año nazcan miles de niños
con malformaciones en el país del Sudeste Asiático. Cruz Roja calcula que hay unos
150.000 niños vietnamitas aquejados de malformaciones congénitas relacionadas
con el “agente naranja”.
El Gobierno
estadounidense no comenzó a ayudar a Vietnam a retirar el material explosivo
que había dejado durante la guerra hasta 1998, y afirma que, desde entonces, ha
gastado 65 millones de dólares en tratar de eliminar el peligro de las bombas
sin detonar. Mientras tanto, año pasado, el Gobierno estadounidense se
comprometió por primera vez a limpiar los restos del “agente naranja” en los
alrededores de la base de Danang, en el centro de Vietnam. Estos programas se
producen en el contexto de un lento proceso de acercamiento entre los antiguos
contendientes en el que priman más las consideraciones geoestratégicas que el
humanitarismo: ambos países desean contener la creciente influencia de China,
enemigo secular de Vietnam y la única superpotencia que amenaza con hacerle
sombra a Estados Unidos. Pese a que la enemistad entre ambas naciones parece
estar en cierto modo olvidada, desde un punto de vista político, aún habrán de
transcurrir varios años hasta que deje de morir gente como consecuencia de una
guerra que finalizó hace mucho tiempo.
Extraído de: http://www.eldiario.es
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