DIEGO VELÁZQUEZ,
SENSIBILIDAD Y TÉCNICA LLEVADAS AL EXTREMO
Diego
de Silva Velázquez nació en Sevilla el 5 de junio de 1599 y murió en Madrid el
6 de agosto de 1660. Además de ser la personalidad artística más destacada de
su tiempo, es también la figura culminante del arte español, sin rival hasta
los tiempos de Goya.
Velázquez
realizó su aprendizaje en Sevilla, en el taller de Pacheco, con cuya hija casó
en 1617. Cuando todavía era un adolescente, pintó algunas obras religiosas (La Inmaculada Concepción ,
La Adoración
de los Reyes Magos) con un realismo inusual y pronunciados efectos de
claroscuro. A la misma época pertenece una serie de obras de género con figuras
de prodigiosa intensidad y una veracidad intensísima en la reproducción tanto
de los tipos humanos como de los objetos inanimados; entre otros ejemplos se
pueden citar Vieja friendo huevos y El aguador de Sevilla.
También
por entonces pintó inusitados cuadros de temática religiosa ambientados en
escenarios cotidianos, como Cristo en casa de Marta o Cristo en Emaús; de
hecho, la capacidad de convertir las escenas religiosas en algo cercano y
realista constituye una característica del barroco sevillano que Velázquez legó
a otros artistas de su tiempo.
Estas
obras, de un estilo por lo demás muy distinto del de su época de madurez, le
valieron cierta reputación, que llegó hasta la corte, por lo que en 1623 Diego
Velázquez fue llamado a Madrid por el conde-duque de Olivares, valido de Felipe
IV, para que pintara un retrato del rey; tanto gustó que comenzó así para
Velázquez una larga y prestigiosa carrera cortesana, a lo largo de la cual
recibió destacados títulos, como los de ujier de cámara y caballero de la Orden de Santiago. Desde su
nombramiento oficial hasta el final de sus días pintó numerosos retratos de
Felipe IV y de diversos miembros de su familia, a pie o a caballo.
Se
trata de obras de gran realismo y excepcional sobriedad en las que el magistral
empleo de la luz sitúa los cuerpos en el espacio y hace vibrar a su alrededor
una atmósfera real que los envuelve. Los fondos, muy densos al principio, se
suavizan y aclaran luego, con el paso del tiempo. En los retratos femeninos (el
de Mariana de Austria, por ejemplo), el artista se recrea en los magníficos
vestidos, en los que muestra sus grandes cualidades como colorista.
La
culminación de su carrera como retratista es Las Meninas, considerada por
algunos como la obra pictórica más importante de todos los tiempos. Hay que
destacar igualmente las incomparables series de enanos y tullidos de la corte.
Velázquez realizó dos viajes a Italia, uno en 1629-1631 y otro en 1648-1651. En
ambos produjo obras importantes: La túnica de José y La fragua de Vulcano en el
primero; los retratos de Juan de Pareja y de Inocencio X en el segundo; el del
Papa es un retrato portentoso, dotado de una vivacidad, una intensidad y un colorismo
excepcionales.
Al
genio sevillano se debe también una obra maestra de la pintura histórica, La
rendición de Breda, pintada en 1634 para el Salón de Reinos del palacio del
Buen Retiro de Madrid. El mérito de la obra reside en la ausencia del engolamiento
habitual en los cuadros de temática histórica y en la plasmación de las facetas
más humanas del
acontecimiento; la composición admirablemente resuelta y la
atmósfera de extraordinario realismo han hecho de esta obra una de las más
conocidas del maestro.
Artista
prolífico, Diego Velázquez dejó también importantes creaciones de temática
religiosa (Crucificado) y algunas de tema mitológico en clave cotidiana, como
Los borrachos o Las hilanderas, ésta una de las obras capitales del artista por
la perfección que alcanza en ella la perspectiva aérea. El tono de
cotidianidad, de acontecimiento vivo, confiere a estas realizaciones un
particular atractivo.
De
temática mitológica es así mismo la magistral Venus del espejo, el único
desnudo femenino que pintó y uno de los pocos de la historia de la pintura
española. Poco conocido fuera de España hasta el siglo XIX, Diego Velázquez es
hoy considerado uno de los grandes genios de la pintura universal.
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