¡Oh, qué lejos llegó el viajero, pero el cielo no
está!
Roberto Sari Torres
Al Voyager
hoy el tiempo lo encuentra navegando a unos 18.450 millones de quilómetros de la Tierra; por la
patria cósmica de donde partió llevando en su vanguardia científica de los años
70, el multitudinario rumor de una esperanza y el sueño más grandioso de la
Humanidad. Como certificación de ese ensueño, el viajero estelar lleva un
mensaje grabado en disco de oro –por si a
algún lado llega- que dice: “saltamos de nuestro Sistema Solar hacia el Universo,
en busca de la paz y la amistad, para enseñar si así se nos demanda o para aprender si tenemos esa suerte”.
Hay una
poderosa belleza en esta oración, una sencilla y acertada prosodia y sintaxis
que logra en pocas palabras la más perfecta síntesis de un gran anhelo… tan
parecido este a la utopía que sólo la utopía misma debería ser su destino. Pro
no, porque sino no existirían las paradojas
que explican el materialismo inviolable
del Universo, y de todas las cosas que lo constituyen, incluida la vida de lo
que sea, interactuando en cualquier
lugar del gran cielo. El Voyager navega ahora n pleno Espacio Exterior a más
17 horas luz de casa (18450 millones de
quilómetros, o sea, más de tres veces la distancia que está Plutón del sol, el último planeta). La paradoja del
Espacio es que no tiene frontera, todo cambia
de forma, estado, lugar y magnitud. Viajando por la dimensión del Espacio
local, el Voyager asombró a la Humanidad haciéndoles conocer mejor el sistema
que su planeta integra en la tercera
órbita, dese haría tal vez 5.000 millones de años y contando aún, milenios de
ajuste a la teoría.
Como un
formidable atleta, usando como garrocha la gravedad de los mundos, fue saltando de uno a otro
para mostrarnos lo raro, singular y extraños que son ellos y sus lunas;
gobernados por leyes físicas iguales pero dando lugar a interacciones mortales
para nosotros.
Le queda
aún por recorrer (menos 17 horas luz) 4 a años luz, pavorosa lejura, hasta el
sistema triestelar Alfa Centauto, si acaso ese fuera el rumbo. Pero Alfa está a
unos 37 billones, 869.120 millones de
quilómetros (37.869.120.000.000 de quilómetros distante-estimado). Por la
distancia está prohibido llegar hasta allá y el Voyager no fue hecho para
alcanzar la eternidad, aunque si ha sido el más audaz viajero
El viajero
está más allá del cinturón de Oort, hogar de cometas helados y otros
insondables misterios. Lejos de los vientos solares y de cualquier interacción
del mag
netismo del sistema, el Voyager comprueba que por donde hay cien veces más partículas cargadas por centímetros cúbicos que las que había en
el ambiente espacial por donde iba navegando hasta hace pocos años. Tales partículas son protones (el
protón y el neutrón son componentes esenciales del núcleo atómico). Esta partícula
es el núcleo del Hidrógeno, el gas más liviano del Universo, que junto con el
Oxígeno constituye el agua (H2O). Es 14
veces más liviano que el aire y al parecer llena todo el espacio interestelar e intergaláctico, y es
probable que él haya sido y sea el catalizador esencial en la reacción
cuántica, singular formativa del Cosmo a partir de un “Big Bang”.
Todo induce
a creer que el Espacio parece no tener vacío, porque el Voyager constata todo
lo existente en un centímetro cúbico de cielo exterior (fluctuaciones
magnéticas, energéticas y materia atómica, como el protón). Así, tal vez un comienzo y final del Universo no
sería tal, solo habrían sido momentos singulares del estado y entropía de la
materia, un momento completo de incertidumbre y relatividad dimensional en la misma.
Pero si por ningún lado
pasa o llega, o “nadie” jamás, lo encuentra (que es casi cien por ciento lo más
probable) el Voyager igualmente habrá cumplido con las más épica exploración
científica encargada por la Humanidad y la ciencia del Siglo XX.
En todo este inmenso viaje
que lleva hecho, el Voyager fue dejando sin asunto a toda esa vocinglería insustentable de “platos
voladores” y “visitantes” extraterrestres (ovnis y alienígenas, tipos muñeco de
hule Roswell 1947). Los únicos “extraterrestres” conocidos son habladurías sin
sustento y horas pedidas en TV. Pero si algo vivo e inteligente existiera allá,
a decenas, cientos o millones de años luz de nosotros, nunca jamás lo sabremos
ni nos contactaremos. ¿Por qué? Porque más allá de dos años luz el ruido
espacial del Universo, magnetismo, radiación, etc. absorben toda señal radial o televisiva, desde o hacia la Tierra. Ni siquiera
con Alfa Centauro podremos comunicarnos, porque el tiempo y la distancia
sideral son barreras materiales instraspasables, objetivamente inviolables. ¡Ni
un tornillo, ni una bacteria de “tan más allá” ha llegado jamás al planeta! El
navegador libre del Voyager es la prueba de
que nadie extraño anda cerca. ¡No! ¡A ninguna “Humanidad” le da “la
nasta” para ir tan lejos, llegar a tiempo y además, intacto y vivo! Desde tan lejos el Viajero todavía nos seguirá
enseñando de lo singular del cielo de
protones por donde el hoy va.
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