viernes, 6 de diciembre de 2013




Iggdrasil, el del bien y del mal


Arturo Madrid Linday



La voz formó un lugar de paisaje imposible y se lo colocó en la bruma despertuosa de los tiempos: luego lo quiso simetrar señalando su centro. Así nació el árbol.
La voz había repetido del lugar, por seis días, que era lindo, que era hermoso, que asentía, que consentía, que solazaba…
Entonces llegó el momento en que, preanunciando disentimientos y libertades, inauguró inhibiciones marcando el fruto central como prohibido.
Pero el árbol, que, aún con la ingenuidad de los generosos, era sabio, con generosa ingenuidad inventó la Muerte.
Entonces el lugar de paisaje imposible, como anuncio pregonero de la Atlántida, fue retemblando hasta encontrarse en asentado dentro del pasado, del presente, y del futuro…y vio enriquecerse su fauna con un binomio hermanado de indisolubles acoplamientos; vinieron el Bien y el Mal brindando escaramuzas picaronas e infantiles.
Mientras estas cosas sucedían, la Voz meditaba, porque en omnipotencia ejercía la postura de los grandes; antes que los holocaustos sacrificantes, la instrumentación de las misericordias.
Revestido su sonido de voluntades ágiles y sutiles, buscó las brumas de los soles largos, y, saliendo por las conciencias del norte, cultivó en mentalidades guerreras una sub-tierra de muertos, un pasaje por los tiempos, y un cielo donde una sombra cobijaría a muertos heroicos.
Entonces, desde necrófagas raíces se elevó un coloso que sombreó la Walhalla de los heroicos.
Fue como un regreso a la bruma despertuosa de los tiempos.
Fue como un reequilibrio.

Fue así como nació Iggdrasil del Bien y del Mal.

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