Iggdrasil, el del bien y del mal
Arturo Madrid Linday
La
voz formó un lugar de paisaje imposible y se lo colocó en la bruma despertuosa
de los tiempos: luego lo quiso simetrar señalando su centro. Así nació el
árbol.
La
voz había repetido del lugar, por seis días, que era lindo, que era hermoso,
que asentía, que consentía, que solazaba…
Entonces
llegó el momento en que, preanunciando disentimientos y libertades, inauguró
inhibiciones marcando el fruto central como prohibido.
Pero
el árbol, que, aún con la ingenuidad de los generosos, era sabio, con generosa
ingenuidad inventó la Muerte.
Entonces
el lugar de paisaje imposible, como anuncio pregonero de la Atlántida, fue
retemblando hasta encontrarse en asentado dentro del pasado, del presente, y
del futuro…y vio enriquecerse su fauna con un binomio hermanado de indisolubles
acoplamientos; vinieron el Bien y el Mal brindando escaramuzas picaronas e
infantiles.
Mientras
estas cosas sucedían, la Voz meditaba, porque en omnipotencia ejercía la
postura de los grandes; antes que los holocaustos sacrificantes, la
instrumentación de las misericordias.
Revestido
su sonido de voluntades ágiles y sutiles, buscó las brumas de los soles largos,
y, saliendo por las conciencias del norte, cultivó en mentalidades guerreras
una sub-tierra de muertos, un pasaje por los tiempos, y un cielo donde una
sombra cobijaría a muertos heroicos.
Entonces,
desde necrófagas raíces se elevó un coloso que sombreó la Walhalla de los
heroicos.
Fue
como un regreso a la bruma despertuosa de los tiempos.
Fue
como un reequilibrio.
Fue
así como nació Iggdrasil del Bien y del Mal.
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