Desde la más íntima como completa percepción
de su autor, esta obra define, vía música popular de raíz folklórica, una
mirada histórico-artística sobre los ancestros de esta tierra que hoy
habitamos. Y su noble temple. Avasallado.
Como lo han hecho en lo que va del
actual y todavía inicial milenio, destacados historiadores, antropólogos,
investigadores, novelistas, plásticos y de demás disciplinas, Jorge Miranda nos
sumerge ahora en ese universo –en su terreno musical y poético- amplio, diverso
y multicultural. Una afirmación dentro de la mencionada tendencia actual, de
anteriores convicciones personales ya claramente acentuadas y expuestas
finalizando los años setenta en discos propios: de cantautor como Abrojito y colectivo de su entera
producción -de cara a sus orígenes como buen lacazino- en la Cantata a Colonia, lograda como firme
antecedente de la actual.
Monumental trabajo éste que se
presenta. Intrincado puzzle sumamente creativo, armónicamente coronado con gran
riqueza, cuasi perfecta. La intensa búsqueda por la precisión histórica, un
texto versificado donde lo poético apenas viste con inspirada delicadeza el
hecho real, un abordaje melódico rítmico que rescata el ámbito de los buenos
tiempos del folklore más bien clásico (tan olvidado como necesario) y un
desarrollo narrativo general dinámico y atrapante.
No conforme con semejante esfuerzo,
Miranda invita numerosa concurrencia de trascendente relieve y prestigio
artístico a participar bajo su cuidada y vigilante dirección. De todas partes vienen cantores, instrumentistas
(mesomúsica en pura esencia) y decidores varios que por encima del habitual
enlace entre canciones son parte importante del todo.
Pararse, lejos ya de todo
revisionismo histórico, del lado mismo del excluido como lo hace el autor -acepción
ligeramente ubicable si tenemos en cuenta que también se trata de aquel que
fuera salvajemente reprimido, el exterminado más bien- advierte sobre el franco
lenguaje planteado sin concesiones: profundo nivel de condena más que denuncia.
Puesto en piel de charrúa y en lengua propia, impacta y conmueve, previo inclusive,
al significado literal de su traducción.
La impronta invasora como designio
primordial del europeo desde el inicio. Aquellos pueblos americanos hospitalarios arrasados por la inquisición, la horca, la hoguera en
pos del metal como indigna bandera.
Un paraíso que ya no es su suelo. Reclamo desde la misma tierra que es la que está
guerreando al blanco. Nuestro Dios
–le dicen- no usa cadenas. Niños, mujeres... ¿adónde irán los desplazados?, entre tantas desgarradoras preguntas.
La aparición del libertador del sur -en
tono épico y mesurado a la vez- como
continuador natural de la rebeldía al status quo que venía de siglos,
aglutinando indios, negros y gauchos como
verdaderos ¡confederados en sueños! (des)conforman
esta cantata a la altura de las mejores del género –tradicional y novedosa- en
manos de un sabio como arrojado labrador de las mismas.
Nelson
Caula
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