ISADORA DUNCAN
Ángela Isadora Duncan nació
en San Francisco el 27 de mayo de 1878 y murió en Niza el 14 de setiembre de
1927. Hija de un matrimonio desunido y finalmente divorciado, su instinto la
inclinó hacia el baile desde niña. En su autobiografía, titulada Mi
vida, escribió: "Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del
movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas..."
A los diez años abandonó la escuela para dedicarse a su pasión y a los
diecisiete se dirigió a Nueva York, donde se incorporó a la compañía de Agustin
Daly.
Al actor y
empresario no acabaron de convencerlo los experimentos e innovaciones que
Isadora le proponía continuamente, deseosa de llevar a la práctica un nuevo
método de interpretar plásticamente poemas por medio de la improvisación, que
había concebido ya por aquel entonces. Sintiéndose infeliz, la Duncan abandonó
la compañía dos años más tarde y partió con su familia hacia Inglaterra, donde
se proponía estudiar los movimientos de la danza antigua en los jarrones
griegos del Museo Británico. Fue una época de formación, de lecturas
entusiastas y de ensayo de nuevas danzas; en busca, sobre todo, de nuevos
cauces para la expresión coreográfica y de sendas alternativas para profundizar
cada día más en su arte.
Los éxitos
comenzaron a llegar de forma inmediata. Con un estilo basado en la danza de la
Antigua Grecia, dio una serie de recitales en Londres que despertaron el
entusiasmo hacia su persona. La prensa declaraba: "En esta época actual de
elaboración y artificialidad, el arte de la señorita Duncan es como un soplo de
aire puro procedente de la parte más alta de una montaña poblada de pinos, refrescante
como el ozono, bello y verdadero como el cielo azul, natural y genuino. Es una
imagen de belleza, alegría y abandono, tal como debió ser cuando el mundo era
joven y hombres y mujeres bailaban al sol movidos por la simple felicidad de
existir."
Efectivamente,
Isadora Duncan afirmaba que el baile debía ser una prolongación de los
movimientos naturales del cuerpo, que ella consideraba hermosos y bastante más
bellos que los que efectuaban los bailarines clásicos, a los que tildaba de
forzados y antinaturales; por ello, se negaba a constreñir los pies en las
zapatillas de baile. Sentía una admiración estética por la belleza del cuerpo
humano, influida por los cánones de las estatuas y pinturas de la Grecia
clásica. Su método coreográfico era una especie de filosofía basada en el
convencimiento de que el baile ponía al individuo en comunicación armónica con
el ritmo intrínseco de la naturaleza y los cuerpos celestes.
A partir de ese
momento, Isadora no dejó de viajar, reclamada por los mejores teatros de Europa.
En París se imbuyó del espíritu de Rodin y de Bourdelle. Más tarde descubrió
Italia y el Renacimiento, y se embelesó con el leve y sutil Botticelli, cuya
influencia en su arte es palmaria a partir de aquellos años. Por fin, en 1902,
realizó uno de sus sueños: viajar a Grecia y peregrinar a las fuentes del arte
de Occidente. Cerca de Atenas, en la colina de Kopanos, comenzó a construir un
templo consagrado a la danza, pero los ingresos percibidos por sus giras se
revelaron insuficientes para cubrir los gastos y la empresa hubo de
abandonarse.
Con motivo de
su primer viaje a San Petersburgo, en 1905, la ya entonces famosa Isadora fue
invitada por la no menos célebre bailarina rusa Anna Pavlova a visitar su
estudio. Allí tuvo el privilegio de contemplar a la gran diva realizando sus
ejercicios. La propia Isadora lo relata en sus memorias: "Encontré a
Pavlova de pie con su vestido de tul practicando en la barra, sometiéndose a la
gimnasia más rigurosa, mientras que un viejo caballero con un violín marcaba el
tiempo y la exhortaba a realizar mayores esfuerzos; era el legendario maestro
Petipa. Me senté y durante tres horas observé tensa y perpleja los
sorprendentes ejercicios de Pavlova, que parecía ser de acero elástico. Su
hermoso rostro adoptó las líneas severas del mártir. No paró ni un solo
instante. Todo su entrenamiento parecía estar destinado a separar por completo
la mente de los movimientos gimnásticos del cuerpo. La mente debía alejarse de
esa rigurosa disciplina muscular. Esto era justamente todo lo contrario de las
teorías sobre las que yo había fundado mi escuela un año antes. Lo que yo
pretendía es que mente y espíritu fuesen los motores del cuerpo y lo elevasen
sin esfuerzo aparente hacia la luz."
No debe
sorprender este completo desacuerdo con las más antiguas normas del ballet por
parte de quien concebía la danza como un sacerdocio, como una forma sublime de
emoción espiritual y como una liturgia en la que alma y cuerpo debían ser
arrastrados por la música para transformarse en puro arte.
Para Isadora,
era el amor a la naturaleza y a la vida lo que había de transmitirse a través
del movimiento, siguiendo el ejemplo de las nubes, el mar o las copas de los
árboles mecidas por el viento. Enemiga del ballet, al que consideraba un género
falso y absurdo, manifestó que la danza debe establecer una armonía calurosa
entre los seres y la vida y no ser tan sólo una diversión agradable y frívola.
Danzaba descalza, con una simple túnica griega de seda transparente sobre su
cuerpo desnudo, como una sacerdotisa pagana transportada por el ritmo. Hoy es
considerada la iniciadora de la modern dance norteamericana y su
figura es evocada con fervor en todos los escenarios del mundo.
Durante esos
años, las más importantes ciudades europeas pudieron extasiarse ante la nueva
estrella, a la que llamaron "la ninfa". En todos lados tuvo amigos
pintores, poetas e intelectuales y estuvo rodeada de admiradores que deseaban
conocerla. Apasionada, bellísima y maravillosa, ejercía un poder de seducción
irresistible entre cuantos la rodeaban. Se comenzó a asociar muchos nombres
masculinos con el de Isadora, y pronto nacería la leyenda de un maleficio que
parecía emanar de su persona y abatirse sobre todos los seres a los que
entregaba su amor, un maleficio que acabaría de forma terrible con su propia
vida.
La primera
"víctima" fue el polaco Iván Miroski, consumido por unas fiebres
malignas poco después de separarse de Isadora. Luego, extraños percances y
desapariciones salpicaron sus relaciones con sus amantes, fuesen ocasionales o
duraderos. En 1913, la oscura influencia se cebó en sus propios hijos, Deirdre
y Patrick, cuando Isadora estaba triunfando en París.
Un día,
agobiada por los ensayos, confió los niños a la institutriz para que los
llevara en automóvil a Versalles. Ella misma relata que quizás tuvo un presagio
del drama: "Al dejarlos en el coche, mi Deirdre colocó los labios contra
los cristales de la ventanilla; yo me incliné y besé el vidrio en el sitio
mismo donde ella tenía puesta la boca. Entonces, el frío del cristal me produjo
una rara impresión e hizo que me recorriese un estremecimiento". Minutos
después, el auto bordeaba el Sena y, al girar para cruzar uno de sus puentes,
los frenos no respondieron a la voluntad del chófer.
El coche se
precipitó en las oscuras aguas y los dos niños perecieron ahogados. Isadora
declaró: "Si esta desgracia hubiera ocurrido antes, yo hubiese podido
vencerla; si más tarde, no habría sido tan terrible, pero en aquel momento, en
plena madurez de mi vida, me aniquiló". En efecto, la bailarina anuló
todos sus compromisos y decidió interrumpir su carrera, dedicándose por entero
a la enseñanza y tratando de olvidar su desgracia sumergiéndose en un trabajo
agotador.
Varias veces
pensó en quitarse la vida, pero siempre la disuadió la idea de que otros niños,
empezando por los alumnos de la escuela que había creado en 1904, estaban
necesitados de ella. Comenzó a participar en campañas benéficas y trató de
llevar sus enseñanzas a diferentes países, lo que la condujo hasta Moscú en
1921, después de que el gobierno soviético mostrase su interés por recibirla.
Con el inicio
de nuevas peregrinaciones volvieron los romances. En la Unión Soviética conoció
a Sergei Esenin, poeta y cantor oficial de la Revolución de 1917, y se
entusiasmó con el ambiente pletórico de ilusiones que se respiraba en el país y
que Sergei encarnaba a la perfección. Esenin se enamoró locamente de Isadora y
consiguió que ésta renunciara a su propósito, repetidamente afirmado, de no
contraer matrimonio.
Pero su unión
resultó catastrófica. Después de viajar por Europa y Estados Unidos, Sergei se
hundió en una profunda apatía originada por una fase de infecundidad creativa
que achacaba al hecho de vivir lejos de su patria. Lo cierto es que cuando el
matrimonio regresó a Moscú, el poeta continuó en el mismo estado y se sumergió
de forma imparable en la misantropía y el alcoholismo.
Medio loco, su
comportamiento empezó a ser escandaloso hasta para la propia Isadora. Esenin
acostumbraba a desaparecer dejando tras de sí un rastro de botellas vacías y
muebles rotos. La paciencia de "la ninfa" llegó al límite. A finales
de 1924, Isadora, ya divorciada, abandonó la Unión Soviética. Un año más tarde
supo, por la noticia publicada en los periódicos, que su ex marido se había
quitado la vida.
La aventura
rusa de la Duncan no sólo terminó en fracaso desde el punto de vista
sentimental. Si bien al principio se había compenetrado a la perfección con sus
interlocutores, entusiasmados con la idea de poner en marcha su Escuela de
Danza Futura, más tarde esta iniciativa no fue bien acogida por ciertos
dirigentes soviéticos que ya empezaban a mostrar los síntomas del
anquilosamiento burocrático que luego sería proverbial en el sistema comunista.
De regreso a
Europa, tampoco los empresarios capitalistas parecieron entusiasmarse con sus
proyectos. Además, sus opiniones ateas, su actitud favorable hacia la
Revolución Rusa y su evidente aceptación del amor libre no eran cualidades que
la opinión pública occidental, a la defensiva después de la eclosión comunista,
valorase positivamente.
Isadora decidió
volver a los escenarios y ofreció una serie de recitales que resultaron un
fracaso; el público fidelísimo que hasta la muerte de sus hijos la había
llevado en volandas comenzó a fallarle; las salas la recibieron semivacías,
silenciosas y heladas. Isadora se refugió en Niza, donde terminó su
autobiografía y preparó El arte de la danza, libro en el que
pretendía ofrecer una síntesis de sus enseñanzas.
Se encontraba
absorbida por esta tarea cuando, el miércoles l4 de septiembre de 1927, decidió
tomarse un respiro y dar un paseo en su Bugatti. El dramático accidente tuvo
lugar cuando el automóvil recorría veloz la Promenade des Anglais: su largo
chal rojo, el mismo que había agitado ante la multitud que la esperaba a su regreso
de la Unión Soviética, se enredó en los radios de una de las ruedas posteriores
del automóvil; Isadora no pudo liberarse del abrazo homicida y murió
estrangulada. Ni siquiera ella hubiera podido imaginar un final más acorde con
su existencia extravagante y romántica.
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