Los
otros disparos
Instantánea de la Tregua de Navidad de 1914, entre los soldados alemanes y británicos en Ploegsteert (Bélgica) / IMPERIAL WAR MUSEUM (Q11745) |
Prendieron velas, entonaron canciones y los soldados
alemanes invitaron a los británicos de las trincheras enemigas a acercarse. El
combate se detuvo un día. En tierra de nadie, los adversarios intercambiaron
felicitaciones y tabaco, se sacaron fotos. Esas imágenes, ni heroicas ni
triunfali
Aquel fue un gran momento en la historia de la
fotografía de guerra, pero ni mucho menos el único en el conflicto de 1914. La
revolución técnica en la captación de imágenes no había hecho más que empezar y
las nuevas herramientas fueron empleadas para la inteligencia militar, pero
también provocaron una incontrolable y fascinante explosión popular, con
millones de soldados armados con objetivos, dispuestos a capturar su
experiencia íntima de la Gran Guerra. Los millones de imágenes que dejaron tras
de sí conforman una historia tan diversa, personal y compleja como la guerra
misma, un relato que todavía hoy se sigue revelando e investigando. Por
ejemplo, en el Art Gallery de Ontario, donde en 2004 recibieron el legado de un
coleccionista que prefiere mantenerse en el anonimato y que donó 495 álbumes de
soldados británicos, franceses, alemanes, estadounidenses, rusos, polacos,
checos y australianos. En total, más de 52.000 fotos que aún se están
catalogando, algunas de las cuales serán expuestas en la muestra The Great War:
The persuasive power of photography, que se celebrará este verano en la National
Gallery de Canadá. “La mezcla es increíble, con fotos de bases militares,
cabarés, aviones o retratos turísticos de soldados paseando entre ruinas en sus
días libres”, apunta Sophie Hackett, desde el Art Gallery de Ontario.
El enfoque que cada país dio a las regulaciones
fotográficas a las que estaban sujetos los soldados varió enormemente, pero lo
que se mantuvo como una constante en ambos bandos fue la presencia de cámaras
entre los combatientes. Lo cierto es que la mecanización de la guerra en aquel
brutal conflicto pasa no sólo por las ametralladoras, sino también por los casi
dos millones de cámaras
de bolsillo que Kodak había vendido en 1918. La Vest
Pocket Camera, pronto conocida como “la cámara de los soldados”, fue el modelo
que el astuto George Eastman lanzó al mercado
y cuyas ventas se multiplicaron por cinco en tres años. De tamaño
reducido y con un estuche ajustable al cinturón, la variante Autograph permitía
escribir directamente en el negativo y se anunciaba como el “mejor regalo de
partida” que un soldado podía recibir, una herramienta que les permitiría
aliviar el tedio de la rutina y, en el futuro, “tener el libro más interesante
de todos: su álbum Kodak”. Otros modelos de la competencia como la Ansco Vest
Pocket Camera animaban a los soldados a mantener “la puerta de la memoria
abierta”, y la Ensignette se publicitaba como “fuerte, fácil de cargar y útil
en cualquier circunstancia”.
Anuncio comercial de la cámara Kodak Vest Pocket Camera |
Los soldados de ambos frentes se lanzaron con
entusiasmo a la fotografía, como prueban los millones de instantáneas que
capturaron, mandaron a casa, y en muchos casos guardaron en álbumes. En esas
páginas se encuentra la incómoda yuxtaposición entre la confraternización de la
tropa, y la destrucción y muerte en las trincheras. “Los álbumes reunían fotos
de distinta procedencia, no sólo las que ellos habían sacado, sino también
otras que compraban o les regalaban”, explica Roberts, coautora junto a Mark
Holborn del libro fotográfico sobre el conflicto elaborado con los fondos del
museo, The Great War. A Photographic Narrative (Random House). El Imperial War
Museum, creado en 1917 para homenajear el esfuerzo de guerra cuando el
conflicto aún se libraba, hizo un llamamiento a los aliados para que mandaran
imágenes sin importar su calidad. Llegó un aluvión que no ha cesado desde
entonces e incluye en la actualidad fotos desde 1850 hasta las tomadas hace
apenas 24 horas en Afganistán, según Roberts. “El documento gráfico de los
soldados se planteaba como una experiencia personal, ellos no pretendían crear
un informe sistemático, sino registrar la gente y los sitios que conocieron”,
apunta.
La experiencia bélica, entonces y ahora, incluye
también el horror y la brutalidad convertidos en rutina: crudas fotos posando
con enemigos muertos. En las imágenes de la I Guerra Mundial de ejecuciones de
espías o de cadáveres rodeados de soldados sonrientes en las trincheras
enemigas se encuentra un claro antecedente de las instantáneas de la soldado
Lynndie England en la prisión iraquí de Abu Ghraib en 2004. Todas ellas entran
en la categoría de las llamadas “fotos trofeo”, tan viejas como la presencia de
cámaras en el frente. En la Gran Guerra gozaron de una increíble popularidad,
convirtiéndose en algo parecido a lo que en el ciberespacio se conoce como un
fenómeno viral. "La idea de sacar fotos para degradar y humillar al
enemigo no es nueva", apunta Janina Struk, autora de Private pictures:
Soldier’s Inside View of War (I. B. Tauris, 2010). “La búsqueda de una visión
desde dentro de la guerra no es un fenómeno de la cultura de la realidad del
siglo XXI. Pero la cruda brutalidad de la guerra, tan frecuentemente descrita
en las fotos captadas por soldados, rara vez ha cruzado el umbral y ha entrado
en la conciencia pública”.
Desde el arranque de la Gran Guerra, las autoridades británicas
no tuvieron dudas sobre el potencial peligro que implicaban tantos obturadores
sueltos. Bajo amenaza de arresto, no se permitía sacar fotos, ni mandar copias
a casa ni, por supuesto, carretes. Pero las cámaras estaban ahí y los soldados
también; y en casa, la prensa —sujeta a un estricto control gubernamental
gracias al Official Press Bureau que fundó Churchill— esperaba ansiosa imágenes
del frente. En 1915 arrancaron los concursos de fotografía amateur de guerra en
el Daily Mirror, dispuesto a pagar mil libras de entonces por la mejor foto que
mandara un soldado; su nombre no se haría público y el periódico correría con
los gastos de revelado.
La controvertida propuesta no pretendía ensalzar el
arte fotográfico sino obtener las mejores fotos posibles, y pronto fue copiada
por la competencia. “Nuestro esquema es simple y directo. Queremos fotos sobre
el tema de la guerra y las queremos todos los días”, explicaba el Daily Sketch
en sus páginas. Esta carrera por hacerse con las fotos de los protagonistas del
combate no se detuvo ni siquiera con la llegada al frente de los dos fotógrafos
oficiales, Ernest Brooks y John Warwick Brooke. Miles de instantáneas inundaron
las redacciones. “La prohibición de sacar fotos fue ignorada, porque esas
imágenes eran el vínculo entre el frente y el hogar y mantenían la moral alta”,
dice Struk.
Foto postal de la ejecución del patrita italiano Cesare Battisti el 16 de junio de 1916 en Trento. /COLECCIÓN DR. BODO VON DEWITZ |
En Alemania, por el contrario, se animó desde el
principio tanto a soldados como a civiles a que documentaran gráficamente el
conflicto. “Había un sentimiento eufórico y entusiasta por parte de los
combatientes y de sus familias. Todos coleccionaban fotos porque querían
conservar recuerdos de ese momento que pensaban que sería único y triunfal”,
explica el doctor Bodo von Dewitz, coleccionista y experto en el legado
fotográfico de esta guerra. “No había censura y hasta 1916 los alemanes tenían
una actitud casi naíf respecto de la fotografía. Había un elemento turístico en
torno al nuevo hobby y eso se mantuvo, porque muchos soldados apenas habían
viajado y en sus diarios e instantáneas resuena ese eco entusiasta. Los
británicos, sin embargo, tenían muy presente el valor propagandístico desde el
principio, y eran conscientes de que podían ser una fuente para el espionaje
enemigo”.
Von Dewitz comenzó su increíble colección en los años setenta
rebuscando en mercadillos y escribió su tesis sobre el tema. Cuenta que cerca
de doscientas instituciones oficiales en Alemania tienen estas instantáneas en
sus fondos, muchas de ellas desde poco después de que terminara la guerra. Y
fue en esos años inmediatamente posteriores cuando las imágenes adquirieron un
nuevo significado. “En la década de los años veinte, tanto la derecha como la
izquierda echaron mano de las fotos sacadas por los soldados para explicar por
qué se perdió la guerra”, dice el especialista. Los nazis difundían las
imágenes heroicas; la izquierda mostraba las atrocidades y la destrucción.
En el frente alemán, la mayoría de las instantáneas se
hicieron en placas de cristal y había una gran infraestructura en el mismo
frente para poder imprimirlas, hacer postales y mandarlas a casa. Los cuartos
oscuros estaban mucho más controlados en el bando aliado, y así, el uso del que
se montó en el buque Queen Elizabeth, por ejemplo, estaba circunscrito a las
fotos oficiales. De las clásicas fotos posadas se pasó a las trincheras, al
enfrentamiento cara a cara con la muerte. En ellas encuentra Von Dewitz un tono
voyerista muy acorde con los valores victorianos que marcaban la moral de la
época. También una funesta premonición de las imágenes de cuerpos apilados que
llegarían con la Segunda Guerra Mundial. Cuando ese conflicto estalló ya
estaban en el mercado las cámaras de 35 milímetros y las revistas ilustradas.
La fotografía había avanzado y también la forma en que se contaban las
historias a través de ella.
Aunque fue en la guerra de los bóers la primera vez que
los soldados llevaron cámaras al frente, la Gran Guerra fue “la primera gran
guerra fotográfica”, como apunta Janina Struk. La conservadora del Museum of
Fine Arts de Houston, Anne Wilkes Tucker, que rescató varios álbumes para la
enorme muestra War/Photograhy el año pasado, añade que aquel fue el primer
conflicto con una dimensión global. “En aquella guerra había soldados
profesionales, se hizo una cobertura extensa del conflicto. Las imágenes
llegaban con celeridad a los medios. Las fotos no tardaban tres semanas como
ocurrió con las de James Fenton en Crimea”. Las instantáneas además muestran la
vida normal de los soldados, no la de los oficiales como era costumbre en el
siglo XIX, cuando los cuerpos y cadáveres eran retirados antes de retratar el
campo de batalla. La experiencia real de lo que es una guerra iba colándose en
las imágenes de quienes la combatían. “Aquella fue la primera guerra de medios
de comunicación de masas, y aunque la técnica era rudimentaria, en ese momento
quedaron establecidos los principios y las dificultades a los que los
fotógrafos de guerra han hecho frente desde entonces”, añade Hilary Roberts.
Por encima de las diferencias entre un paisaje y otro,
entre un tiempo y el siguiente, Janina Struk señala en su libro los temas
recurrentes a los que apuntan las cámaras de los soldados, las narrativas
extremadamente personales que construyen en sus álbumes, que, como los
familiares, no están pensados para el escrutinio público. En el transcurso de
su investigación, un tío suyo rescató su álbum de la I Guerra del fondo de un
armario, y esas fotos le cortaron el aliento. Más allá de la imagen idealizada
de la guerra que a menudo nos llega, en las instantáneas de los soldados se
encuentra una cara cruda, real, insólita y humana de una guerra. Concluye Struk
que si fueran vistas, podrían poner en tela de juicio la visión autorizada y
aceptada que se tiene de las guerras.
Extraído de: http://cultura.elpais.com/
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