Joan Jara estoica
La tenaz guardiana de la memoria de Víctor Jara ya tiene 85 años, ha dejado de hacer clases de Danza y, aunque admite estar cansada, no se permite flaquear. En el año en que se cumplen 40 años de la muerte del cantautor, este es el relato de su viuda en primera persona.
Por Bárbara Riedemann /
Fotografía: Alejandro Araya
“Tengo 85 años y medio. Cuatro nietos hombres. Todavía falta la mujer y los bisnietos, pero bueno, están medio lentos los nietos.
Vivo sola en la misma casa que viví con Víctor. Nunca me he casado ni he pinchado desde que él murió. Ser viuda al principio fue terrible, estaba como zombie. Sobre todo porque tuve que salir de Chile. Entonces, no era solo la soledad, era también echar de menos a Víctor y todo lo que lo rodeaba.
He sido la representante de Víctor por 40 años. No ha sido una mochila pesada, al contrario, fue lo que marcó mi vida antes y después del Golpe. Agradezco haber tenido que seguir este legado, porque me hizo salir del duelo, seguir adelante. Ha sido mi razón de vivir.
Hoy me siento cansada, pero no puedo estarlo cuando tengo tanto apoyo y solidaridad de la gente, más de lo que merezco. Ellos me transmiten su cariño por Víctor, me dan besos, me abrazan. Entonces, no puedo permitirme el cansancio y trato de salir adelante.
Mis canciones favoritas de Víctor Jara son Paloma quiero contarte y Deja la vida volar, con las que me siento más cercana. Sin embargo, yo no escucho sus canciones en mi casa: una, porque me da pena escucharlo sola, y dos, porque ahora estoy media sorda.
Su mano. Ese es mi recuerdo más repetitivo de Víctor. Jamás olvidaré la primera vez que me tomó la mano tentativamente, de a poquito, porque no sabía si yo lo iba a corresponder. Y, por supuesto, yo respondí. Desde ese momento no nos separamos más.
La última vez que lo vi fue la mañana del 11 de septiembre. Me dijo ‘vuelvo en cuando pueda’. Antes, habíamos escuchado el discurso de Allende por radio Magallanes. Él llamó a la universidad y decidió ir, a pesar de las amenazas que había recibido. Llevaba una chomba negra bien bonita de alpaca que había traído de Perú, y pantalones negros. Lo vi por la ventana, agarró el bidón de bencina y la poca que quedaba se la puso a la renoleta y partió. A los pocos días cuando fui a reconocerlo a la morgue, no tenía puesta la misma ropa.
Por mucho tiempo tuve pesadillas pensando en que se podían robar el cuerpo de Víctor. Hoy, ya no tengo sueños malos, pero confieso que no duermo bien. Me desvelo pensando en todas las tareas por resolver en la fundación, en todas las cosas que hay que hacer. Es que me da miedo no cumplir con todo lo que hay que cumplir. Además, no sé hacer discursos y ahora que se cumplen 40 años de su muerte, me pongo nerviosa cuando tengo que hacerlos.
No he tenido mucha fe en los resultados judiciales con el caso de Víctor. A pesar del trabajo profesional y empecinado que ha hecho la Brigada de Derechos Humanos de la PDI y el Instituto Médico Legal, es el sistema judicial el que aún no entiendo cómo funciona. Entonces, más que esperanzas, creo en este momento hay una puertecita abierta. Hace unas semanas el juez procesó a ocho ex oficiales del Ejército, dos como presuntos autores y seis como cómplices de su muerte. Vamos a ver qué pasa. Me lo tomo con calma. No estoy celebrando.
No espero que los involucrados me pidan perdón. Tampoco creo que vaya a ser ninguna diferencia para ellos que yo los perdone. No quisiera tener ni un contacto con ellos. Me da un poco de repulsión.
Mientras Víctor vivía yo era alegre. En esta segunda vida que he tenido me he puesto más introvertida, más tristona. No soy muy entretenida, soy más bien fome. Si alguien me invitara a tomar tecito y a ver la novela, lo más probable es que diría que no.
No tengo muchos amigos. Dejé de dar clases de Danza y he ido achicando las puertas. Mis amigos personales tienen que ver con lo que hago y represento. No tengo amigos que me saquen de esto, porque todos mis cercanos están conectados con el mundo de Víctor.
No me importa nada estar físicamente sola. Toda la vida me he sentido acompañada por Víctor. Además, él vive en la fundación, que está repleta de afiches, exhibiciones. Tanto, que podría decir ‘Ayy no me puedo escapar de Víctor’. No sé de qué forma se puede plasmar su presencia, pero siempre he sentido su calor humano. Eso es lo que me ha dado fuerza para seguir”.
Extraído de: http://www.paula.cl
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