lunes, 27 de marzo de 2017

Cómo el cine se olvidó de Alice Guy, la mujer que hizo (casi) todo antes que nadie

Fue la inventora del videoclip. Fue la realizadora de la primera

 película protagonizada por negros. 

Y se la relegó por ser mujer. Esta es su historia.


Esa inagotable fábrica de sueños, de historias, de emociones y de recaudaciones millonarias que es hoy el cine tiene unos padres. Thomas Edison, el inventor del artilugio que capturaba imágenes en movimiento; los hermanos Lumière, autores de la primera película; George Méliès, el genio de cuyo cerebro surgieron los primeros efectos visuales. Pero el cine también tiene una madre y, como a todas las madres, le debemos mucho más de lo que creemos. Alice Guy existe en los márgenes de los libros de Historia (escritos por los mismos de siempre), a pesar de haber aportado una contribución trascendental a todas las películas que hemos visto en nuestras vidas. ¿Quién es Alice Guy?
Como todas las mujeres profesionales de finales del siglo XIX, Guy se abrió camino como secretaria. El dueño de la compañía fotográfica Gaumont la acogió como su discípula. El 22 de marzo de 1895, hoy una fecha histórica, ambos acudieron a un evento rodeado de misterio: la proyección de Los trabajadores saliendo de la fábrica Lumière. La primera película de la Historia. Mientras los Lumière batallaban con Thomas Edison por reclamar la patente sobre el invento, Alice Guy supo ver el inmenso potencial del cinematógrafo. Al fin y al cabo, esa primera película se limitaba a mostrar imágenes en movimiento de trabajadores saliendo de la fábrica Lumière (el título no engañababa), pero Guy se propuso llevar el cine a otro nivel. Se propuso contar historias.

Entre los experimentos técnicos que Alice Guy llevó a cabo durante su carrera están
 las primeras películas en color o las primeras películas con sonido, lo cual se tradujo en una serie de vídeos que capturaban actuaciones de los cantantes más populares de la época, interpretando sus canciones en playback. Alice Guy fue, indirectamente, la inventora del videoclip musical. En 1899 rodó La crucifixión, una superproducción sobre la muerte de Cristo que contó con más de 300 extras. La mastodóntica productividad de Alice (rodó más de mil películas en 24 años, e incluso embarazada mantuvo su ritmo de tres rodajes a la semana) le permitió alternar diversos géneros, desde las historias bélicas hasta los romances, los dramas sociales (Making an American Citizen, una película educativa sobre una mujer que decidía plantar cara a los abusos de su marido) o las adaptaciones literarias (La Esmeralda, de 1905, es la primera versión cinematográfica de El jorobado de Notre Dame).Su jefe le permitió juguetear con las cámaras, siempre y cuando fuese en su tiempo libre, porque él estaba convencido de que el cine solo serviría para proyectos científicos o uso doméstico. Un año después de la creación del cine como técnica, ella lo convirtió en arte: The Cabbage Fairy era un cortometraje en el que una mujer plantaba repollos de los que salían niños. The Cabbage Fairy es la primera película de ficción de la Historia. Mientras tanto, el resto de cineastas se dedicaban a filmar escenas cotidianas (la primera película española, por ejemplo, es Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza, y ya se pueden imaginar de qué trata).  La poderosa imaginación de Guy le llevó a recrear fantasías con la convicción de que serían disfrutadas y apreciadas en todo el mundo. Atravesó España (con paradas en Barcelona, Madrid, Sevilla, Granada y Córdoba) filmando bailaores de flamenco, con la secreta esperanza de que Gaumont se abriese mercado en nuestro país. Nacía así la colosal alianza entre el cine como arte y el cine como industria comercial. Y con esta mentalidad, solo había un lugar para Alice Guy: Estados Unidos.
Una de las cimas de su carrera fue A Fool and His MoneySe trata de la primera película protagonizada íntegramente por actores negros, estrenada en un momento en el que todavía existían actores blancos que se pintaban la cara para hacer de negros. Para Guy esta película no fue ninguna subversión: llevaba toda la vida viajando (se crió en Francia, Chile, Suiza e Inglaterra) y conociendo culturas, y en sus historias los repartos interraciales compartían situaciones, canciones y bailes sin darse la menor importancia. Pero A Fool and His Money, una comedia que retrataba la vida de una familia negra de clase media, sí es una obra crucial y significativa. Hace unas semanas, Moonlight se convirtió en la primera película con un reparto íntegramente afroamericano en ganar el Oscar. Han tenido que pasar cien años, pero sin la contribución de Guy quizá la presencia de los negros en el cine se hubiera retrasado más.
Tras casarse con Herbert Blaché, Alice adoptó su apellido pero sin renunciar al suyo: siguió trabajando con el nombre artístico de Alice Guy-Blaché. A lo que estaba obligada a renunciar tras convertirse en una mujer casada fue a su trabajo como secretaria, así que vio la oporunidad de fundar su propio estudio, Solax, junto a su marido en 1910. Gracias a su implacable ritmo de trabajo y talento para contar todo tipo e historias, Solax lideró la industria, siendo el estudio de cine más grande de Estados Unidos durante varios años. Pero detrás de una gran mujer a veces hay un hombre que lo lleva regular.
Herbert Blaché competía con su propia esposa por alcanzar la gloria antes que ella, y cuando la industria del cine se trasladó de Nueva York a Hollywood porque hacía mejor tiempo y se trabajaba más a gusto, Herbert se largó con una aspirante a actriz para buscar mejor suerte. Tras años de presumir de matrimonio a prueba de acreedores y de relación perfecta en casa y en la oficina (los Blaché son quizá la primera power couple del cine), Alice Guy se sintió tan avergonzada que vendió Solax en 1922 y se mudó a Francia. No volvió a hacer ninguna película.
Años después, regresaría a Estados Unidos a intentar reclamar la autoría de su obra sin éxito. En aquella época, las películas no estaban firmadas por su director sino por la compañía que las financiaba. Alice Guy pasó el resto de su vida preocupada por el legado que dejaba atrás y por su lugar en la posteridad. A menudo se ponía en contacto con críticos, historiadores y biógrafos para corregirles datos inexactos. Hizo todo lo que estuvo en su mano por recopilar, utilizando simplemente su memoria, la mayor parte de títulos posible de su filmografía. Ninguno de los otros pioneros del cine trabajaron durante tanto tiempo como ella (24 años en activo), y a ninguno se les ocurrió utilizar ese artefacto prodigioso para contar historias. Y sin embargo los nombres de Lumière o Méliès nos son más familiares que el de Alice Guy. La Historia no ha tenido problemas en pasar de puntillas por este episodio, por muy esencial que sea para contarla.
Su último contacto con la industria que ella se dejó la piel ayudando a crear fue en 1957, cuando la cinemateca francesa le concedió un homenaje. Ningún periodista acudió a cubrir el evento. La cineasta murió en una residencia de ancianos en 1968, a los 94 años. En 2012, Solax celebró su centenario con una recaudación de fondos para restaurar la lápida de su fundadora e incluir el logo de la empresa y una descripción de la importancia de Alice Guy en la historia del cine. Un reconocimiento insuficiente, demasiado discreto comparado con la relevancia artística, técnica y comercial de Alice Guy. No podemos cambiar el exilio histórico al que ha sido condenada durante décadas, pero sí podemos hacer justicia con ella a partir de ahora. Es tan sencillo como contar su historia. Porque además es una fantástica historia: todo empezó con un sueño, un jefe que la subestimaba y unos repollos mágicos. ¿Quién no querría conocer la vida de Alice Guy?

Extraído de:  http://www.revistavanityfair.es

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