viernes, 30 de junio de 2017



Rescatando textos

Víctor Hugo: De El Arte Romántico


Por CHARLES BAUDELAIRE


Traducción de Nydia Lamarque 1º edición, 1961, México, Editorial Aguilar.


Desde el principio, Víctor Hugo fue el hombre mejor dotado, el más visiblemente elegido para expresar por medio de la poesía lo que yo quisiera llamar el misterio de la vida. La naturaleza que posa ante nosotros, a cualquier lado que nos volvamos, y que nos envuelve como un misterio, se presenta bajo muchos estados simultáneos, cada uno de los cuales, según que sea más inteligible o más sensible para nosotros, se refleja más vivamente en nuestros corazones: forma, actitud y movimiento, luz y color, sonido y armonía. La música de los versos de Víctor Hugo se adapta a las profundas armonías de la naturaleza; escultor, recorta en sus estrofas la forma inolvidable de las cosas; pintor, las ilumina con sus propios colores. Y como si vinieran directamente de la naturaleza, las tres impresiones penetran simultáneamente en el cerebro del lector. De esa triple impresión resulta la moral de las cosas. Ningún artista es más universal que él, más apto para ponerse en contacto con las fuerzas de la vida universal, más dispuesto a tomar de continuo un baño de naturaleza. No sólo expresa nítidamente, traduce literalmente la letra nítida y clara; sino que expresa, con la oscuridad indispensable, lo que es oscuro y confusamente revelado. Sus obras abundan en rasgos extraordinarios de ese género, que podríamos llamar hazañas si no supiéramos que le son esencialmente naturales. El verso de Víctor Hugo sabe traducir para el alma humana no sólo los placeres más directos que extrae de la naturaleza visible, sino también las sensaciones más fugitivas, las más complicadas, las más morales (digo expresamente sensaciones morales), que nos son trasmitidas por el ser visible, por la naturaleza inanimada o que se supone inanimada; no sólo la figura de un ser exterior al hombre, vegetal o mineral, sino también su fisonomía, su mirada, su tristeza, su dulzura, su resplandeciente dicha, su odio repulsivo, su hechizo o su horror; en fin, y en otros términos, todo lo que hay de humano en cualquier cosa, y asimismo todo cuanto hay de divino, de sagrado o de diabólico.

Los que no son poetas no comprenden estas cosas.

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