Eva Perón
fue cumplir con un
mandato misterioso”
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Liliana Bellone
nació el 10 de febrero de 1954 en Salta, ciudad en la que reside, capital de la
provincia homónima, la Argentina. Desde 1977 es Profesora en Letras por la
Universidad Nacional de Salta, en cuya carrera de Letras de la Facultad de
Humanidades y en el Consejo de Investigaciones se ha desempeñado entre 1980 y
1990. También ha ejercido la docencia en otras instituciones. Además de
primeros premios en los géneros cuento, poesía y dramaturgia, obtuvo en 1993 el Premio Casa de las Américas de Novela (La
Habana, Cuba). Participó en numerosos congresos y encuentros de escritores en
varias provincias de su país así como en Bolivia, Cuba e Italia. Entre otras
antologías ha sido incluída en “Cuatro
siglos de literatura salteña” (selección de Walter Adet, 1981), “Poesía de la mujer argentina”
(selección de María del Carmen Suárez, 1986), “Premio Casa de las Américas. Memoria” (selección de Inés Casañas y
Jorge Fornet, 1999), “Leer la Argentina
(NOA)” (selección de Graciela Bialet y Mempo Giardinelli, 2005), “Antología Federal
de Poesía. Región Noroeste” (Consejo
Federal de Inversiones, 2017). Libros publicados: dramaturgia, “…y sonaba el minué” (Premio de la
Provincia de Salta, 2010); cuentos, “El
rey de los pájaros” (1992), “De
amores y venenos” (1998), “De la
remota Persia y otros cuentos” (2004),“Estas
que fueron pompas y alegría” (2007),“En
busca de Elena” (2017); novelas, “Augustus”
(Primer Premio Casa de las Américas, Cuba, 1993, con segunda edición en 1994 y
tercera edición en 1995), “Fragmentos de
siglo” (1999), “Las viñas del amor”
(2008), “Eva Perón, alumna de Nervo”
(Edición del Congreso de la Nación Argentina, Colección Bicentenario, 2010; 2ª
edición en 2012); poesía (entre 1979 y 2006), “Retorno” (Premio Provincial de Poesía 1977), “Convergencia”, “Elegía en primavera”,
“El cazador”, “La travesía del cuerpo”, “Voluntad
y otros poemas”, “Febrero”. En
italiano, con traducción de Saúl Forte y prólogo de Rosa María Grillo se
publicó en 2014 “Eva Perón, allieva di
Nervo” y con traducción de Rossella Carbone en 2016, “Frammenti di un secolo”, ambas novelas a través del sello Oedipus,
de Salerno-Milán, Italia.
LB — No. Mis padres se
trasladaron al interior de la provincia cuando yo tenía poco más de un año. Residimos
en el Ingenio San Isidro y en General Güemes, lugares que remiten
inmediatamente a la caña de azúcar y a los ferrocarriles. Papá era docente,
Profesor Normal Nacional, un título que lo habilitaba para enseñar casi todas
las materias de la enseñanza primera y media. Él recitaba de memoria a José
Martí, Rubén Darío, Carlos Guido y Spano, Marcos Rafael Blanco Belmonte, Amado
Nervo, Francisco Villaespesa; contaba infinitos cuentos, fábulas y anécdotas;
hablaba de historia y literatura todo el tiempo. Escribió también: relatos y
poemas. Se preocupaba por la rima y por la medida de los versos. De él heredé
el “Resumen de versificación española”
de Martín Riquer. Y también los libros de su modesta biblioteca de docente: “Hamlet”, “Otelo”, “Las alegres comadres
de Windsor” de Shakespeare, “Petronio
y su tiempo”, “Diálogos de orador”
de Cicerón, la “Poética” de
Aristóteles, en las ediciones económicas de Editorial Claridad y en la
colección de Literatura Universal de Editorial Emecé, “Mi vida” de Domingo Faustino Sarmiento, “El gran dictador” de H. G. Wells, “La perfecta casada” de Fray Luis de León y el “Martín Fierro” de José Hernández, además de los volúmenes de
lectura, formación y difusión que editaba el Ministerio de Educación para las
escuelas nacionales de aquellos años, como “La
razón de mi vida” de Eva Perón y “San
Martín en la historia y en el bronce”. De esas lecturas salieron algunas de
mis novelas. Mamá recitaba los poemas de Darío, Nervo y Gustavo Adolfo Bécquer
que había aprendido en la escuela. Me instaba a memorizar a Rubén Darío: “Éste era un gran rey que tenía…” Yo no
sabía todavía leer y repetía esos versos mágicos en el patio mágico rodeado por
las hojas de las parras y las higueras. Esa primera infancia fue de luz y
hallazgos, junto a mi único hermano, Juan Carlos (como mi padre). Nos criamos
escuchando hablar a los abuelos inmigrantes. El abuelo paterno se llamaba
Giovanni Bellone, era de Piamonte, había llegado a la Argentina en 1911.
Falleció joven, a los cuarenta y dos años. El abuelo materno, Víctor Centeno,
era español, de Zamora, Castilla,
y a los veinticinco años se embarcó a nuestro país en busca de mejor suerte. Vino solo y luego trajo a su madre, hermanos, sobrinos y tíos. Los dos abuelos se casaron con mujeres argentinas: Giovanni con Lía Palomo Escobar y Víctor con Rosario Torres Hoyos. El abuelo Víctor falleció cuando yo cumplí quince años. Era muy delgado y pequeño y tenía unos ojos celestes transparentes y risueños. Las dos familias residieron en la capital de Salta y en Campo Santo, un pueblo casi legendario, de gauchos e inmigrantes españoles, italianos y árabes. Mis padres siempre narraban historias de familiares y amigos acontecidas en ese lugar. Y de esas historias surgió “Augustus”, bellamente editada por Casa de las Américas y en cuya tapa luce un cuadro de Julio Le Parc. Umberto Eco privilegia al destinatario, que forma parte de la cooperación lectora e interpretativa, por eso siempre pienso que en Cuba encontré a los lectores ideales para mis ficciones. Cuba fue un descubrimiento y un redescubrimiento para mí.
y a los veinticinco años se embarcó a nuestro país en busca de mejor suerte. Vino solo y luego trajo a su madre, hermanos, sobrinos y tíos. Los dos abuelos se casaron con mujeres argentinas: Giovanni con Lía Palomo Escobar y Víctor con Rosario Torres Hoyos. El abuelo Víctor falleció cuando yo cumplí quince años. Era muy delgado y pequeño y tenía unos ojos celestes transparentes y risueños. Las dos familias residieron en la capital de Salta y en Campo Santo, un pueblo casi legendario, de gauchos e inmigrantes españoles, italianos y árabes. Mis padres siempre narraban historias de familiares y amigos acontecidas en ese lugar. Y de esas historias surgió “Augustus”, bellamente editada por Casa de las Américas y en cuya tapa luce un cuadro de Julio Le Parc. Umberto Eco privilegia al destinatario, que forma parte de la cooperación lectora e interpretativa, por eso siempre pienso que en Cuba encontré a los lectores ideales para mis ficciones. Cuba fue un descubrimiento y un redescubrimiento para mí.
2 — País que habrás visitado más de
una vez.
LB — Tanto como puedo
(cuando podemos, pues voy con Antonio Gutiérrez, mi marido, escritor y
psicoanalista). Dimos cursos y conferencias en el Centro Dulce María Loynaz, en
el Centro de Estudios Martianos y en la Facultad de Artes y Letras de la
Universidad de La Habana; participamos en recitales poéticos y conversatorios,
y siempre nos llegamos a la Casa de las Américas, en 3ª y G, del barrio El Vedado,
a la Tertulia Sol Adentro, coordinada por la poeta Juanita Conejero, al Hotel
Nacional, al Habana Libre, al cine Yara, por la Rambla, bajamos por el Malecón
hasta el “Gato Tuerto”, evocado por Julio Cortázar. Fui invitada a publicar
poemas y artículos no sólo en la Revista “Casa de las Américas” sino en otras
también: por ejemplo, “Amnios”, que coordina el poeta Roberto Manzano. Uno de los
cursos que dicté en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La
Habana, fue sobre hegemonías y olvidos en la literatura argentina. Que es el
caso de Leonor Picchetti, excelente novelista, quien murió en Maimará,
provincia de Jujuy, en 2015. En “Los
pájaros del bosque” (1964), su primera novela, Picchetti cuenta el mito de
la infancia y la inocencia, el descubrimiento del sexo y la adolescencia
rebelde. También quise rendir homenaje, a través de un artículo que publicó la
Revista “Casa…” en su número 286 (octubre-noviembre 2016), a nuestra primera
novelista sudamericana y argentina, Juana Manuela Gorriti, en el Bicentenario de su nacimiento (1816). Juana Manuela, desde la retórica romántica visibiliza a sujetos marginados como las mujeres, indios y negros, tal como procediera la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda en la misma época. En Cuba, además de encontrarnos con Roberto Manzano, nos reunimos con los escritores y escritoras Mirta Yáñez, Luis Toledo Sande, Jesús David Curbelo, Susana Haug, Jorge Fornet, Laidi Fernández Retamar, Juanita Conejero, Nancy Alonso, Ernesto Sierra, Ibrahim Hidalgo Paz, Guiomar Venegas y muchos otros amigos.
novelista sudamericana y argentina, Juana Manuela Gorriti, en el Bicentenario de su nacimiento (1816). Juana Manuela, desde la retórica romántica visibiliza a sujetos marginados como las mujeres, indios y negros, tal como procediera la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda en la misma época. En Cuba, además de encontrarnos con Roberto Manzano, nos reunimos con los escritores y escritoras Mirta Yáñez, Luis Toledo Sande, Jesús David Curbelo, Susana Haug, Jorge Fornet, Laidi Fernández Retamar, Juanita Conejero, Nancy Alonso, Ernesto Sierra, Ibrahim Hidalgo Paz, Guiomar Venegas y muchos otros amigos.
3 — Retornemos a “Augustus”.
LB — En el título está
la reminiscencia de Roma e Italia. También la figura del Padre. Además, la
lectura de “Memorias de Adriano” de
Marguerite Yourcenar, me había conmocionado: de allí extraje eso que concierne
al alma de los libros. Los personajes protagónicos y las voces de la narración
son femeninos, dos hermanas, Isabel Clara Eugenia (como la hija de Felipe II) y
Elena (como la reina de Italia, la esposa de Víctor Manuel). Hijas de
inmigrantes, estas mujeres viven en Campo Santo en la década del treinta y
luego en la ciudad de Salta durante las décadas de los cuarenta, cincuenta,
sesenta y setenta. Envejecen en total soledad y aislamiento. El libro lleva un
epígrafe de “Eugenia Grandet” de
Honoré de Balzac, que hace referencia a la asfixiante vida provinciana. La
crítica cubana Mirta Yáñez señala que en “Augustus”
puede leerse lo que ella denomina “horror
a la aldea”.
Liliana Bellone con Liliana Massara, Susana Haug y Antonio Ramón Gutiérrez, La Habana, Cuba |
Las hermanas Campassi (el apellido
materno de mi abuelo Bellone) de la ficción son casi gemelas; una es el espejo
de la otra, a tal punto que entre ellas hay una confusión imaginaria, de
identidades, una es la otra y viceversa. De alguna manera, en estos personajes
están presentes las dos hermanas de mi vida real, María del Huerto, mi madre, y
Carmela, mi tía, o tal vez los fantasmas duales de mí misma.
4 — ¿Algo que añadir de tu infancia?
LB — De mi infancia y
adolescencia: me gustaba recitar y dibujar. Tengo presentes a mis primeras
maestras, en la Escuela Nacional Nº 339 de General Güemes. En mi memoria, esa
ciudad aparece como si fuera un paraíso: su plaza, sus confiterías, el cine de
los domingos. Iba mucho al cine con mis padres y mi hermano. Los propietarios
eran inmigrantes españoles. También lo eran los dueños de la tienda más
importante, de la zapatería, del hotel. Había un almacén de ramos generales de
una familia siria y una tintorería de japoneses. La mayoría de los habitantes
eran empleados de los ingenios y del ferrocarril. Había, por cierto, también
políticos y caudillos, unos radicales, otros peronistas. Papá era profesor y
mamá enseñaba dactilografía, taquigrafía y redacción en su academia que
funcionaba en nuestra casa.
Cuando cumplí doce años nos vinimos a
mi ciudad natal. Fue un cambio. Me inscribieron en un colegio de monjas, el
Santa Rosa de Viterbo. Fue una extraña transición. Yo venía de la libertad, del
campo, de los pueblos de sol y viento y, de pronto, el colegio sombrío y la
disciplina de las monjas... Pero por entonces encontré la literatura, primero
en forma de teatro que representaba con mis compañeras, luego de poemas y
finalmente de novela, pues comencé a escribir una en secreto, junto a un diario
que conservé hasta cuando ingresé en la universidad. A la novela la destruí, al
diario también.
Ingresar en la Facultad de
Humanidades fue para mí una revelación. Corrían los años ‘70. Había asambleas y
marchas, escuché los nombres de la revolución y la juventud. Llegaron a mí
Jean-Paul Sartre, especialmente el de “El
existencialismo es un humanismo”; Albert Camus, el de “El hombre rebelde”; Julio Cortázar, Juan Rulfo, Gabriel García
Márquez. Todos hablaban de “La ciudad y
los perros” de Mario Vargas Llosa, de “Las
venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano. Además encontré a los
clásicos y modernos, a Balzac y a Gustave Flaubert, a León Tolstói, a quien
había leído
por gusto cuando iba a la secundaria (“Ana Karenina” había sido una iluminación). Nos adentramos en el Siglo de Oro: Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca y, también, en la poesía medieval. En la materia Hispanoamericana fuimos hallando a Octavio Paz, Jorge Luis Borges y César Vallejo a través de un excelente profesor, Octavio Corvalán, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán.
por gusto cuando iba a la secundaria (“Ana Karenina” había sido una iluminación). Nos adentramos en el Siglo de Oro: Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca y, también, en la poesía medieval. En la materia Hispanoamericana fuimos hallando a Octavio Paz, Jorge Luis Borges y César Vallejo a través de un excelente profesor, Octavio Corvalán, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán.
5 — ¿Tuviste otros profesores que
valoraras tanto?
LB — Sí: nuestro
profesor de literatura italiana, latín y lengua italiana: Francesco Pagliaro,
vicecónsul de Italia, un intelectual del Vaticano, graduado en Estudios
Humanísticos en Roma y en la Universidad de Lovaina, quien había llegado a
nuestro país luego de la segunda guerra mundial, en los cincuenta. Pagliaro nos
guió por el camino de la cultura grecolatina, del mito, de la poesía, de la
leyenda, de las claves de los estilos y las formas. Fue nuestro maestro. Nos
acercó al mundo de Homero, Horacio y Virgilio en literatura clásica
grecolatina, y a Petrarca, Dante Alighieri, Ugo Foscolo, Giacomo Leopardi,
Giosuè Carducci, Luigi Pirandello, Eugenio Montale, Cesare Pavese, Giuseppe
Ungaretti en literatura italiana. Esas lecturas siempre afloran en mi poesía,
en especial en “Voluntad y otros poemas”,
“El cazador” o “La travesía del cuerpo”. También reaparecen en la prosa, por
ejemplo, en una novela que publiqué en 2008, “Las viñas del amor”, hipertexto de la novela pastoril, y que,
ahora, me parece bastante artificial.
En la universidad conocí a otro gran
maestro, el profesor Carlos Giordano, de la Universidad Nacional de Córdoba, un
crítico ya de extensa trayectoria que nos formó en literatura argentina y
teoría literaria. Giordano había escrito en la “Historia de la literatura argentina” del Centro Editor de América
Latina, los capítulos referentes al Grupo de Boedo y a la poesía social después
de ese grupo. Él nos inició en la lectura y la crítica de la literatura
argentina, desde Leopoldo Lugones, Evaristo Carriego, Borges, Macedonio
Fernández, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Héctor A. Murena, Roberto Arlt,
Cortázar, Ernesto Sábato, Manuel Mujica Láinez, David Viñas, Marco Denevi,
pasando por Boedo y Florida, la poesía del cuarenta y del cincuenta… En teoría
literaria estudiamos la línea marxista, Georg Lukács, Theodor Adorno, Arnold
Hauser, Walter Benjamin y a los estructuralistas y post-estructuralistas, Umberto Eco, Roland Barthes y Tzvetan Todorov.
Considerado un intelectual de izquierda, Giordano debió exiliarse en Italia en
1975 a causa de la persecución de la Triple A [Alianza Anticomunista
Argentina]. Allá dio clases en la Universidad de Calabria, hasta su muerte, en
2005. Precisamente, mi novela “Fragmentos
de siglo” es la ficcionalización de la figura de Giordano y sus alumnos. Se
llama así porque la narración
polifónica es fragmentaria, a través de recuerdos, diarios y papeles que van conformando un corpus. En esos años emprendí la bella y ardua tarea de leer a Marcel Proust, siempre mentado por Carlos Giordano. Mi madre fue quien me regaló varios de los tomos de “En busca del tiempo perdido”. Estos tomos, dedicados por su letra, son mi tesoro. La profesora Rosa María Grillo, de la Universidad de Salerno, leyó mi novela y consideró que podía publicarse en Italia. Y allá se difundió con el título de “Frammenti di un sécolo”, como homenaje al profesor Giordano, ampliamente reconocido en el ámbito académico italiano y europeo. En 2016 viajé a Calabria para el homenaje que se le brindara en el marco de IV Congreso de la Asociación Italiana de Estudios Iberoamericanos y la Universidad de Calabria, donde se presentó mi novela traducida por Rossella Carbone, bajo el cuidado de Rosa María Grillo. También fue presentada en el Instituto Italo-Latino Americano de Roma, en la Embajada Argentina en Italia y en la Festa della Letteratura di Salerno. La respuesta del público en general fue importante, y también la de los lectores del ámbito académico a través de reseñas, comentarios y tesis de grado.
polifónica es fragmentaria, a través de recuerdos, diarios y papeles que van conformando un corpus. En esos años emprendí la bella y ardua tarea de leer a Marcel Proust, siempre mentado por Carlos Giordano. Mi madre fue quien me regaló varios de los tomos de “En busca del tiempo perdido”. Estos tomos, dedicados por su letra, son mi tesoro. La profesora Rosa María Grillo, de la Universidad de Salerno, leyó mi novela y consideró que podía publicarse en Italia. Y allá se difundió con el título de “Frammenti di un sécolo”, como homenaje al profesor Giordano, ampliamente reconocido en el ámbito académico italiano y europeo. En 2016 viajé a Calabria para el homenaje que se le brindara en el marco de IV Congreso de la Asociación Italiana de Estudios Iberoamericanos y la Universidad de Calabria, donde se presentó mi novela traducida por Rossella Carbone, bajo el cuidado de Rosa María Grillo. También fue presentada en el Instituto Italo-Latino Americano de Roma, en la Embajada Argentina en Italia y en la Festa della Letteratura di Salerno. La respuesta del público en general fue importante, y también la de los lectores del ámbito académico a través de reseñas, comentarios y tesis de grado.
6 — Ya otra novela tuya se había
publicado en Italia.
LB — En 2014: “Eva Perón, alumna de Nervo”, que había
sido editada por la Biblioteca del Congreso de la Nación en 2010, en su
Colección Bicentenario, y que apareció en Europa con el título de “Eva Perón, allieva di Nervo”. Fue
traducida por Saúl Forte y salió también por Oedipus, que la distribuye por
Feltrinelli y Mondadori. Las dos novelas llegaron a Europa de la mano de la
crítica académica, que fue realmente muy generosa con
mi obra. Debo recordar los abordajes de Fernanda Elisa Bravo Herrera, Liliana
Massara, Nilda Flawiá, Karen Douglas de Alexander, Zulma Palermo, Rafael
Gutiérrez, Alicia
Poderti, Lucila Lastero, María Esther Gómez, Bertha Bilbao Richter y Santiago Hernández Aparicio; en Italia, de Rosa María
Grillo, Carla Perugini y Rossella Carbone; en Francia, Claude Cymerman; en
Cuba, de Mirta Yáñez y Juanita Conejero. La novela se presentó en varias universidades:
Roma Tre, Milán, Venecia, Salerno, Nápoles, Viterbo y Centros Culturales
de Capri y Avellino. Ir a Italia gracias a lo que escribí sobre esa gran mujer,
fue cumplir con un mandato misterioso. Mi padre (que no era peronista) me había
dejado, como dije, “La razón de mi vida”
en su biblioteca, quizás para que allí descubriera a la extraordinaria Evita.
Pero también conocí la patria de mis antepasados. Castelferro, en la provincia
de Alessandria, donde nació Umberto Eco, la Isla de las Sirenas de Odiseo, o
sea Capri, que acogiera a Marguerite Yourcenar y a Pablo Neruda, la ciudad de
Viterbo, donde reposa la santa que dio nombre al colegio de monjas franciscanas
de Salta donde cursé la secundaria, Pompeya, la de Leopardi y su estoica y
bella retama, como las que perfumaron mis días infantiles en General Güemes.
Liliana Bellone con Ernesto Sierra, Nancy Alonso, Antonio Ramón Gutiérrez y Roberto Manzano en La Habana, Cuba |
En Capri frecuenté a un grupo de
escritores, arqueólogos, antropólogos e historiadores que me hablaron de Elena
Hosmann, una fotógrafa argentina muy conocida por su libro de fotografías del
Perú y Bolivia, “Ámbito de altiplano”,
editado por el sello Peuser en 1945 y que representa una mirada artística,
antropológica y étnica de la cultura andina. Elena Hosmann, nacida en tu
ciudad, se había casado con Edwin Cerio, el escritor e ingeniero caprense,
mecenas y anfitrión de Neruda en 1952. Esta pareja tuvo una sola hija, la
célebre Letizia Cerio de Álvarez de Toledo, amiga de Borges, quien le dedica el
poema “La noche que en el sur lo velaron” (“Cuaderno
San Martín”) y la nota aclaratoria final de “La biblioteca de Babel” (“Ficciones”). Lo cual me permitió
investigar sobre Elena Hosmann y concebir el volumen de cuentos y relatos “En busca de Elena”, en el que reúno
también otros cuentos que había escrito desde 2010 y que publicó este año en tu
ciudad Editorial Nueva Generación.
LB — Así es. E
incursioné en el ensayo y la dramaturgia. La poesía se nos otorga, también la
escritura de la narrativa, pero hay un espacio, un retorno en la narrativa que
exige un programa, una disposición lógica que ordena lo que ofrece la idea
germinal (llamémosle “inspiración”). Una vez que la idea se desarrolla en la
mente, el cuentista o el novelista, escribe. Me ocurre que cuando escribo
cuentos no tengo casi el final, la escritura “me lleva”, como decía Cortázar;
en cambio, cuando escribo una novela, el comienzo (empezar) y el final
(terminar), como señala Italo Calvino, se me imponen claramente. Entonces
escribo.
Escribí poemas en las servilletas de
los cafés, en cuadernos de apuntes, agendas, cualquier papel a mano, donde
pude. Pero volvía sobre los poemas (como aconseja Horacio Quiroga en el caso de
los cuentos) y los reescribí. A veces no pude frenar el dictado de “la voz”
poética y escribí y escribí. Me pasó con algunos poemas, que son instantes y
desarrollo de esos instantes, como es el caso de “Febrero”, que constituye un libro concebido en un par de horas
durante una mañana de lluvia, mientras esperaba en un café para entrar en el
Colegio Nacional a dar clases. Descubrí que podía escribir poesía del instante,
de las cosas y lo estrictamente circunstancial, testimonio inmediato, mirada
minuciosa de la existencia y la realidad. Podía escribir de todo: del agua que corre
en las aceras y que arrastra tapas de plástico, restos de
cartón, objetos desechados e inútiles, del rostro de una estatua cubierta por el verdín, de una rama seca, del café que bebía. Pero también advertí que la narrativa, la novela y el drama cabían en el poema, o mejor dicho, el poema les brindaba su soporte. A la inversa, descubrí que mis novelas provenían de la poesía y que la poesía me permitía contar. O sea, pude transitar de la poesía a la narrativa y viceversa.
cartón, objetos desechados e inútiles, del rostro de una estatua cubierta por el verdín, de una rama seca, del café que bebía. Pero también advertí que la narrativa, la novela y el drama cabían en el poema, o mejor dicho, el poema les brindaba su soporte. A la inversa, descubrí que mis novelas provenían de la poesía y que la poesía me permitía contar. O sea, pude transitar de la poesía a la narrativa y viceversa.
8 — En una respuesta anterior te
referiste un tanto a cuando “corrían los
años ‘70”. ¿Qué más pasó, te pasó o “recorría” en aquella década?
LB — Fueron tiempos de
aprendizaje y desgarro. Numerosos amigos míos desaparecidos, algunos fueron
torturados, otros asesinados, varios se exiliaron. Soñábamos con un mundo
mejor. Cierro los ojos y recuerdo las clases y las asambleas, las
manifestaciones y los estribillos contra el imperialismo y la injusticia
social. De por entonces, como ya dije, surgió mi segunda novela: “Fragmentos de siglo”.
Casi estaba recibida de profesora en
Letras cuando conocí a quien es mi marido, compañero y camarada de causas
comunes en el camino de las letras y la vida, Antonio Gutiérrez. Él es de una
ciudad del sur de la provincia de Córdoba, una ciudad de llanura, Bell Ville.
Me gusta mucho Bell Ville, su río Tercero (Carcarañá), sus avenidas, sus
amplias aceras, su gente. Fue tierra de gauchos y de inmigrantes, en especial
italianos, y parece (como muchas otras ciudades de la llanura) una ciudad
europea. Entonces llegué al corazón de mi existencia pues nació nuestra única
hija, María Verónica del Carmen, una hija que pronto abrazó nuestra causa, la
literatura, y cursó la carrera de Letras.
Liliana Bellone con Cayetano Zemborain |
En esa época, ya en los ‘80,
compartíamos las experiencias literarias con un grupo de poetas. Nos reuníamos
semanalmente en nuestra casa. Publicamos el volumen colectivo “Manifiesto poético” en 1986. Luego
formamos el Grupo Retorno (Nancy García, Luis Ferrario, Antonio Gutiérrez y
yo). Con el nombre “Retorno”, que alude a mi primer poemario, editado en 1979,
publicamos plaquetas, cartillas y libros. Nos interesaba el libro como objeto,
por lo que pedimos la colaboración de artistas plásticos: Rosa Gallardo,
Guillermo Pucci, Telma Palacios, Adriana Acosta,
Mario Vidal Lozano, Anny Cuevas y otros pintores que ilustraron poemas y
las cubiertas de nuestras ediciones. Fueron años intensos, de lectura y
compromiso. Buena acogida nos concedieron poetas mayores, no solamente por
edad, sino por su calidad poética, como Raúl Aráoz Anzoátegui y el crítico
académico Guillermo Ara. El grupo no sólo se denominaba “Retorno” en alusión a
mi libro: también por la intención explícita de volver a una poesía más
clásica, que se alejara del vanguardismo y el hermetismo. Cada integrante fue
perfilando su camino. Antonio y yo proseguimos en la escritura de poesía y
narrativa, aunque él alternó más con el ensayo y el estudio psicoanalítico.
Liliana Bellone con Antonio Ramón Gutiérrez, Ernesto Sierra y el Embajador de Cuba en la Argentina |
Nuestras lecturas de poesía eran
amplias y variadas, desde los españoles del ‘98 y del ‘27, a los
norteamericanos del siglo XX, pasando por el simbolismo y el surrealismo, hasta
Borges, los latinoamericanos como Vicente Huidobro, Vallejo, Roque Dalton y
Ernesto Cardenal, y argentinos como Oliverio Girondo, Edgar Bayley, Alejandra
Pizarnik, Enrique Molina, Alberto Girri, Raúl Gustavo Aguirre, Olga Orozco,
Roberto Juarroz, y Joaquín Giannuzzi, además amigo, pues siempre veraneaba en
Campo Quijano junto a su mujer, la novelista Libertad Demitrópulos.
LB — Formé un taller de
escritura e incursioné en la crítica literaria. Publiqué reseñas y comentarios
en diarios y revistas. También elaboré varios ensayos, algunos inéditos como
“Azahares y cólera”, “La poesía despojada”, “La
Divina Comedia, una teoría actual de la poesía”, lo que me dio pie para el
trabajo que presenté con Antonio Gutiérrez en el Congreso de Dante Alighieri en
América Latina en 2004, y que fue socializado por la Univesità degli Studi di
Cassino, Italia, y por último “Las
negaciones de Borges: amor,
ideología y novela”. Del que acabo de citar, la revista “Casa
de las Américas” en su número 266 (enero-marzo, 2012), incluyó uno de los capítulos en forma de artículo: “El peronismo o el espejo monstruoso de Borges”.
de las Américas” en su número 266 (enero-marzo, 2012), incluyó uno de los capítulos en forma de artículo: “El peronismo o el espejo monstruoso de Borges”.
El taller literario fue otra
revelación. La trasmisión de la poesía y la narrativa se dio en ese ámbito de
lectura y conversación, de modo casi misterioso. Más tarde, desde 2001, el
taller se convirtió en seminarios y cursos. Opino que la tarea del escritor
también es la de difundir la literatura a través de la docencia.
Liliana Bellone con Antonio Ramón Gutiérrez y la hija de ambos, María Verónica, en 2013 |
10 — Publicaste ensayos y crítica
literaria en numerosos medios pero no los reuniste en algún volumen.
¿Sucederá?... ¿Cuáles serían tus libros concluidos y aún no editados? ¿Planeás
alguna otra novela? ¿No volviste a incursionar en la dramaturgia?
LB — Permanece,
sí, inédito el ensayo sobre Borges y sus negaciones: o sea, el amor, las
mujeres, la novela y la ideología. Ya sabemos que la cuestión del “otro” es
determinante en Borges, el semejante, el “otro” del espejo, el de la relación
dual e imaginaria de amor y odio: que es a partir de lo que abordo su narrativa
y su poesía.
Es posible que en
algún momento reúna los ensayos y crítica literaria en un volumen; es una gran
idea y un gran desafío, Rolando.
Además de “Michele. La ópera no escrita de Giacomo
Puccini”, a la que ya me referí, tengo inéditos cuatro poemarios: “El viaje y la palmera”, “El infierno de los amantes crueles”, “El pez” y “La costura de Hortensia” (Diploma de Honor “Carlos Alberto Débole”,
2013). Algunos textos de esos libros aparecieron, entre otros medios, en la
revista “El Hipogrifo” de Roma, en el suplemento literario del Diario “Pregón”,
de San Salvador de Jujuy, que dirigió durante años el poeta Néstor Groppa y
luego la escritora Susana Quiroga, en los suplementos literarios de “El
Tribuno”, “Punto Uno”, y en el “Intransigente” de mi provincia, que dirige el
escritor Ricardo Federico Mena.
Estoy recopilando
material para una novela histórica sobre José de San Martín, centrada en la
etapa de su estadía en Lima, antes del desenlace de Guayaquil. Quizá
éste sea el secreto para poder seguir escribiendo, los fantasmas o los sueños
diurnos, como señala Freud, esos sueños con los ojos abiertos, lugar de
cruzamientos, velo último que recubre lo que los poetas descubren: al que no se
accede, que apenas se puede vislumbrar y del que retorna mortalmente herido, ya
sin ser el mismo, ese lugar que es el lugar de lo real, la no palabra, el
agujero, lo que nos precede y lo que nos sucederá, como en la naturaleza, como
en el universo.
En cuanto a textos
teatrales, si bien es cierto que incursioné en ellos en mi juventud, no es un
género al que regresé. Salvo en “…y
sonaba el minué”, una pieza dramática bastante crítica y mordaz sobre los
prejuicios provincianos. De todos modos, en algunas de mis novelas, intercalo
secuencias teatrales, como en “Eva Perón,
alumna de Nervo”, donde hay un diálogo entre Eva Perón, la Primera Dama y
Evita, la militante. La dramaturgia ofrece una concentración temporal inherente
a su finalidad, que es la puesta en escena; hay que escribir para una o dos
horas de representación. Lope de Vega concebía en una noche una pieza teatral.
Esa temporalidad condensada, cercana a la poesía, una especie de presente
constante, es lo más atractivo de la escritura dramática.
11 — ¿Así que “después de escribir la novela “Augustus” me reconcilié con mi entorno familiar y con la sociedad salteña”?...
LB — En un
comienzo sentí esa reconciliación pero, con el tiempo, me di cuenta de que era
transitoria. Tal vez, por ser la primera novela, hay una especie de exorcismo
de fantasmas familiares y sociales. Esos fantasmas se van desplazando a otros
espacios y otras historias; así surgieron los relatos sobre los años ‘70, sobre
la vida de Evita, etc. Escribí “Augustus”
en 1984. La presenté en varios concursos de la provincia, entre ellos el de una
Fundación de un conocido Banco; era un Premio Regional, y el jurado optó por
las escrituras más tradicionales y las temáticas aceptadas por el imaginario
lugareño. También procuré publicarla a través del apoyo oficial, pero sin
éxito. “Augustus” era (y es) una obra
demasiado crítica sobre el ámbito provinciano. Marzena Gregorcyk, profesora y
crítica norteamericana, me sugirió presentar el libro en la Casa de las
Américas. Cuando me enteré que había sido premiado por la Casa, te imaginarás
cuán sorprendida quedé. En Cuba —ya lo dije— había encontrado a mis lectores.
12 — Destacan en tu historial de
reconocimientos aquellos que te fueron concedidos (Huésped de Honor, Diplomas
de Honor, homenajes, ediciones y premios) no sólo por entidades privadas sino
también municipales, provinciales y nacionales.
LB — Son
gratificaciones que, de alguna manera, actúan como incentivos para proseguir la
tarea de escribir, una tarea solitaria. También implican una devolución de
lectura y recepción de parte de la sociedad, la destinataria, en última
instancia, de lo que se escribe.
13 — ¿Tuviste ocasión de conversar
con el presidente de la Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar? ¿Qué
diálogos han quedado en vos como atesorables?
LB — Conocí a Fernández Retamar en la Feria del Libro de Buenos Aires
en 1993, cuando me entregó el Premio Casa de las Américas. Ese mismo año, él
publicó “Fervor de la Argentina” en
la Editorial Colihue, donde se reúnen las voces que se anticiparon en su “Calibán” (de 1971), o sea Borges,
Sarmiento, Martí, con el advenimiento de Ezequiel Martínez Estrada, César
Fernández Moreno, Julio Cortázar y Leopoldo Marechal.
Luego volví a
encontrarlo varias veces en La Habana, y de sus conversaciones recuerdo de
nuevo las alusiones a Borges, a quien reverencia, a pesar de haber sido muy
crítico de su literatura en “Calibán”,
ya que lo consideraba “patéticamente fiel
a su clase”. Sin duda que la calidad de la escritura borgeana se impone por
sobre ideologías y Fernández Retamar valora en este punto al maestro.
En muchas
ocasiones también charlé con Joaquín Giannuzzi, quien, como algo ya anticipé,
solía veranear en Campo Quijano, llamado el Portal de los Andes, pues se ubica
al inicio de la ruta que lleva
a Socompa, un paso andino que une la ciudad de Antofagasta, en Chile, con la
provincia de Salta. Él nos transmitió su manera peculiar de ver la vida y la poesía, y sobre todo su ética con la escritura. El personaje
Joaquín De Gennaro, uno de los narradores de “Eva Perón, alumna de Nervo”, está inspirado en Giannuzzi.
14 — ¿Por qué escribir una novela
sobre Eva Perón?...
LB — Estás apuntando al
título de la conferencia que ofrecí en el Centro de Estudios Martianos de Cuba
en 2013. Sobre Eva Perón ya se ha escrito mucho; por
lo que pensé en mostrar los aspectos desconocidos de su historia. Indagué su
infancia, su juventud, sus lecturas, los poetas a quienes recitaba, su relación
con la madre y los hermanos, los años difíciles en Los Toldos y en Junín, y
traté de rescatar a un ser de carne y hueso. El hilo de Ariadna fue Amado Nervo
y su poesía mesiánica, modernista y estoica, poesía de la que Evita era asidua
lectora. Desde pequeña,
en la escuela, ella recitaba los poemas
de Nervo, casi siempre cargados de un tánatos y un espíritu sacrificial que
luego se concretó en su vida. Por eso, se puede arriesgar la siguiente afirmación, que sería el sustento de la novela: la
existencia de Eva Perón está escrita en la poesía de Amado Nervo.
Al comenzar a
concebirla se me planteó la cuestión del ritmo narrativo. Ya en “Augustus” sentía la cadencia
entrecortada de “Pedro Páramo” de
Juan Rulfo y el sonido continuo de “Las
olas” de Virginia Woolf. En “Eva
Perón, alumna de Nervo” se impuso el ritmo poético. Con el devenir de la
escritura me di cuenta de que predominaba la musicalidad del soneto. La novela
está estructurada en cuatro partes concatenadas que se entrelazan y repiten
como en esa composición métrica. Seguramente en Italia, esa cadencia se hizo
audible por las oraciones cercanas al endecasílabo. Por eso opino que la
versión italiana es más rica desde el punto de vista sonoro.
15
— De un narrador a otro en la novela “Leviatán”
de Paul Auster: “—He llegado a un punto
en el que ya no sé qué estoy haciendo —dijo—. No sé si es bueno o malo. No sé
si es lo mejor que he hecho nunca o si es un montón de basura.” ¿Alguna vez
estuviste cerca de sentir algo así?
LB — Una suele
dudar a veces de lo que escribe, pero siento que mis libros son creaturas
engendradas por mis deseos y fantasías, por lo que los amo a pesar de percibir
por ellos cierto sentimiento de extrañeza. Las creaciones de un escritor son
producto de él mismo y de quienes lo han precedido en la vida y en la
literatura, por lo tanto no podría considerar todo eso como basura aunque
nuestro ser pueda transmutar y transmutarse en desecho. El receptor, siguiendo
a Umberto Eco, que es quien pondrá sentido a las producciones literarias y
artísticas en cooperación con el escritor, es el que decidirá el lugar de
vanguardia, museo o historia a donde se dirige la escritura y, por qué no,
también el lugar del olvido, del residuo, del borramiento y del desecho. Si
bien a veces una piensa que lo escrito no reviste mayor valor y a pesar de que
en un momento de mi vida destruí algún manuscrito, ahora siento una especie de
compasión por esas producciones: tal vez sea autocompasión.
16 — ¿Creés en el azar? (Y me hago
cargo de que pudieran vos u otras personas llegar a opinar que preguntar esto a
un escritor es estúpido.)
LB — Causalidad
y azar parecieran ser los dos fundamentos de la realidad, opuestos y
excluyentes entre sí, pero que se combinan en el entretejido de la literatura
de manera asombrosa y, diríamos, misteriosa. Lecturas, interpretaciones,
escrituras y reescrituras se rigen por las leyes de la causalidad, de modo tal
que los encuentros casuales no son tales. Escribimos movidos por esas
causalidades que aparecen vestidas de azar, pero en realidad escriben en
nosotros la literatura y la historia que nos hablan. Lectura-escritura en una banda de Moebius
infinita, interceptada por la vida misma. Borges me llevó a Dante, Dante a
Leopardi y su retama, encontré esa retama en Pompeya, que es —salvando los
siglos de distancia y otras cuestiones— como nuestra perdida Esteco, hundida
por los sismos de 1692, cuando
la ciudad de Salta casi se hunde también. Por ese camino
fui a Capri, encontré a Elena Hosmann, personaje de “En busca de Elena”, relato con el que titulo mi último libro y que
en abril presenté en La Habana. Elena Hosmann era la esposa del escritor e
ingeniero caprense Edwin Cerio, el anfitrión de Neruda en 1952 (recordar la
película “El cartero”, dirigida por Michael Radford, filmada en las islas del
Tirreno, donde bogara Odiseo, basada en la novela “Ardiente paciencia” de Antonio Skármeta, nacido por estas
latitudes cercanas a los Andes, en Antofagasta, donde el mar azul y la arena
blanca se parecen al mar de Grecia). Elena ya estaba en “Augustus”: Elena Campassi (por la reina de Italia, la esposa de
Víctor Manuel) y por Santa Elena, cuya fiesta es el 18 de agosto. Elena
Campassi, nacida un 18 de agosto, igual a Elena Hosmann, igual a Malva Marina
Reyes, la pequeña hija de Neruda, ahogada en su hidrocefalia. 18 de agosto, día
en que murió Balzac, leído por los personajes de “Augustus” (Augustus-Agosto, mes del Emperador, Augustus-Augurio,
mes de viento y tierra en Campo Santo-Comala, mes del estío en Europa, de
terremotos y lava como el 24 de agosto del año 79 d. J. C., en que explotó el
Vesubio —en 2016 el terrible terremoto que asoló gran parte de Italia fue
también un 24 de agosto—). Los personajes de la novela evocan a “Eugenia Grandet” de Honoré de Balzac,
que representa a una triste provinciana, encerrada en su aldea. Balzac murió el
18 de agosto de 1850, un día después que José de San Martín, en Francia. San
Martín, que leía en francés, casi su segunda lengua, debe de haber leído a
Balzac. En agosto nació Borges (24 de agosto, fecha que rememora la “Noche
triste de San Bartolomé” en Francia). Fechas y nombres: Elena o Helena de
Surgère, que promoviera “Los sonetos para
Helena” (1574), de Pierre de Ronsard, que es epígrafe de “El cuaderno de
tapas azules” (en homenaje a Leopoldo Marechal y a “Zibaldone de pensamientos” de Giacomo Leopardi) de mi novela “Fragmentos de siglo”, es también la de
Pablo Neruda, en “Nuevo soneto a Helena”. Fantasmas, reconstrucción de
fantasmas (“El escritor y sus fantasmas”,
“Los fantasmas de Flaubert” de Ernesto Sábato, “El poeta y los sueños diurnos”
—fantasmas o fantasías— de Sigmund Freud), fantasmas dentro de fantasmas,
trabajo del escritor. Como dice Borges, nuestras nadas poco difieren, pues
somos fantasmas atravesando la eternidad.
17 — ¿“Restituir a su legítimo dueño”, “Sopesar los pros y los contras”, “No abusar de la confianza”, “Desplegar
la creatividad” o “Derivar a quien
corresponda”?...
LB — Sabemos que el signo
lingüístico se completa con lo que llamamos entorno y contexto, o sea las
circunstancias particulares y concretas (materiales y lingüísticas) que rodean
y constituyen un acto de habla, en el que se ubican emisor y receptor. Ésta,
creo, es la razón por la cual muchas expresiones toman su verdadero sentido
según el momento en que se dicen, quien las dice y a quién las dice. “Restituir a su legítimo dueño”, es “per
se”, bastante elocuente, como lo indican las cargas semánticas de las palabras
“restituir”, “legítimo” y “dueño”. Como en la poesía, hay palabras más fuertes,
“palabras-cosas” que viven y tienen espesor por sí mismas. Necesariamente, se
significa y resignifica desde el contexto y el campo semántico desde donde se
articula el mensaje.
18 — En poesía, como en otros campos,
hay quienes —vos misma, Liliana, antes, en esta conversación— consagran como
“maestros” a determinados exponentes. ¿Designarías de este modo a los
siguientes poetas?: el chileno Pablo de Rokha (1895-1968), el brasileño Carlos
Drummond de Andrade (1902-1987), la peruana Blanca Varela (1926-2009), el
argentino Mario Trejo (1926-2012), el paraguayo Elvio Romero (1926-2004).
LB — Sin duda, los cuatro
poetas que nombrás, figuras luminosas en el mapa de la poesía latinoamericana,
inmersos y productos de la primera parte del siglo XX, y que han vivido
intensamente su época, que han “peleado” con la palabra y con su tiempo, son
dignos de ser considerados “maestros”. Por cercanía de concepciones y de temas,
por ser tan evocados por otros colegas míos, tendría que nombrar a Mario Trejo,
y a Elvio Romero, amigo de mi comprovinciano Raúl Aráoz Anzoátegui. Elvio
Romero, con su voz que es el eco de Rubén Darío, de Amado Nervo (el poeta
mexicano continental y que todos leían en revistas y en ediciones económicas),
de Federico García Lorca y de Walt Whitman. Elvio Romero era modesto y de modos
sencillos, era un hombre de la poesía...
Liliana Bellone con Roberto Fernández Retamar y Antonio Ramón Gutiérrez, La Habana, Cuba |
*
Liliana
Bellone selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Mujeres de Argel en
su casa
(Delacroix-Óleo-1834)
Por
los remotos caminos del desierto
Vendrían
sus sueños
A
poblarles el silencio embriagado de sándalo y de incienso.
—Tal
vez, la dulce rosa no dormía en la oreja
Sino que amasaba un gusano largo
y verde—
La
sombra de las miradas ha ido acariciando el tiempo
Y
lo han llenado de un polvo aterciopelado
Asfixiante
y eterno.
Ellas
cerraron sus puertas y se quedaron
En
su tumba de quietud
Repugnante
Y
muerta.
(de “Retorno”, 1979)
*
dulcia linquimus arva
hay
un lugar hermana
donde
las tardes se deslizan
silenciosas
un
lugar hermana
donde
las manos se entrelazan
para
aguardar la cena de pescado
para
no escuchar
los
ultrajes del tiempo
una
loza que se rompe
cierta
arruga en la frente
nada
se escucha
sólo
el atardecer
y
los eucaliptos que se mecen
ajenos.
(de “El
cazador”, 1991)
*
de las novelas ejemplares
has
huido conmigo
me
has raptado cruelmente
pero
tornarás a esta alcoba
donde
me amaste
yo
vi la luna y el jardín
anhelé
la prisión
enciérrame
hombre
cruel cien veces cruel
tu
leocadia te implora
(De “La travesía del cuerpo”, 1992)
*
Le
temps retrouvé
Ya
no está la casa con enrejados
Y
el muñeco de porcelana
Que
elegí en Casa Arrozarena
Para
Reyes
Tampoco
está el traje verde mi padre
Ni
sus moñitos azules y grises
Ya
no están sus sombreros
Ni
su lapicera fuente
Ni
su letra cuando corregía
Las
interminables tareas de los alumnos
No
están los días claros y la ventana
Con
dalias y crisantemos
Como
en la foto con mi hermano
En
aquellos gloriosos cinco años
No
están las siestas y los helados
Y
mis padres del brazo
Como
dos actores de cine
Y
yo mirándolos
Yendo
a la plaza
A
la Confitería Bambi
A
tomar una naranjada
En
esos veranos gloriosos
De
los cincos años.
(“La
costura de Hortensia”, inédito)
*
La costura de
Hortensia
Cose
Hortensia
En
la galería con geranios cose y recuerda la tarde
Cuando
la llevaron a visitar a su abuela
Una
tarde con geranios
Y
la abuela cosía con hilos
De
colores una alfombra rara
Para
volar
En
esos años las tardes
Y
los días eran largos muy largos
Hortensia
cose con hilos blancos
Los
volados de su blusa de organdí
Han
caído al piso cintas
Puntillas
y dedales
Vienen desde el túnel del
tiempo
Su tía
Y su bisabuela
Perfumadas
En
un coche tirado
Por
caballos negros
Un
coche extraño que ella veía en un corredor
Donde
había otros coches
Pomposos
Porque
eran tiempos
De
pompa
Y
había que inclinarse
Como
lo hacía la abuela
Con
su sonrisa blanca
Y
sus manos como husos
Que
cosía y cosía
Junto
a Carmen que cosía y bordaba
Con
hilos celestes como si fuesen
Hilos
de luna
El
verano me ha traído un recuerdo
Piensa
Hortensia
Pero
también
El
olor de la tierra mojada
En
febrero
Las
manos de Crisóstomo
Sobre
mis dedos
Que
jugaban un anochecer
Crisóstomo
Voy
ahora casi azul
Con
mis venas de nada
A
tu encuentro
Sobre
un horizonte de capullos
Pierdo
pie y caigo
A
la laguna
Donde
bogan patos salvajes
¿De
dónde llega
Este
olor
A
tierra mojada?
Hace
mucho calor Hortensia
En
febrero
Hay
truenos
El
jazmín atribula el aire
Duérmete
Liliana
(De “La costura de Hortensia”, inédito)
*
Orlando
CRECEN
VARAS DE AZUCENAS…
Como
las vidas
Siglo XVIII
Te
gustaban las danzas
Corteses
y un collar de oro y peras
Con
una coronita de brillantes
Y
las rosas
Llegaste
a los treinta años
Pobre
niña
Tu
abuela a los treinta y ocho
Una
bisabuela a los cuarenta y dos
Una
amiga de la infancia
A
los veinticinco
Siglo XIX
Al
son del clavicordio
Bailaste
Una
prima se murió de amor
La
sepultaron en una cripta
Con
vitrales góticos
Tu
hermana llegó a la vejez
Cerca
de los setenta y cinco
Era
una anciana blanca
Y
fría
Como
la luna
Siglo XX
Cuando
Lugones la conoció
Escribió
el cuento
“Abuela
Julieta”
Algunos
dicen que la amó
En
su fantasía de poeta
Tu
madre recordaba
Otras
épocas
Abanicos
y abuelas austeras
Vestidas
de negro
Con
relicarios de plata
Sobre
el pecho
Y
que posaban tiesas en sus corsés
Para
las fotografías
Tu
madre se había casado en 1910 con un inmigrante italiano
En
la iglesia de un pueblo antiguo
Entre
las montañas
Su
traje era de raso bordado
Y
seda
Belladurmiente
Vas
hacia Titón en Neptuno
Te
conviertes en oruga
En
una orquídea
Gigante
En
la oreja de la mujer
Del
cuadro de Delacroix
Que
fascinaba a Baudelaire
A
esperar el amor que viene
Desde
el desierto
A
la penumbra
Y
a la muerte
Tal vez la dulce rosa
no dormía en la oreja
Sino que amasaba un
gusano largo y verde.
(de “La costura
de Hortensia”, inédito)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Salta y Buenos
Aires, distantes entre sí unos 1500 kilómetros, Liliana Bellone y Rolando
Revagliatti, julio 2017.
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