EN EL ARDUO ANIVERSARIO DE UNA BODA
“Después de la primera muerte ya no hay otra”
Dylan Thomas
Nuestra generación fue un puñado de hombres solos,
una pizca de mujeres destruidas,
un manojo de nadas sin zapatos,
el racimo de las viñas de la ira.
Yo que agonizo
me permito evocarte aunque mi recuerdo
te cause asco, nena, asco profundo,
como causa asco la inmunda mermelada que transpiran
los siempre equivocados porque aman demasiado,
aunque el credo y el miserere que rezamos siempre
tú y yo solos en dos noches separadas a sabiendas por nosotros
-tuyo el creo solo en mí y mío entero el miserable de mí-
desde entonces dicen
que nunca nunca se ama demasiado:
¿o no será acaso, en lo profundo, lo que nadie puede ver,
al revés el oscuro latín de lo real?
Concentrado todo da pavor en el urgente fin de siglo,
hay que terminarlo de un modo o de otro
y éste es el fúnebre galán de la fiesta,
vestido para la fecha que ya
un cuarto de centuria arranca.
Lástima, en september love,
que no fue aquélla ni ésta mi noche de septiembre.
Una sangrienta primavera baja sobre la noche del suicida
y la náusea habita desde entonces cada esponsal.
Creo ver a tu padre muerto con su dedo
hundir la hondura a donde dio la noche,
a la loca de tu madre pegándote en la cara
el monograma indeleble de otra loca en su progenie.
Creo ver a unos muertos celebrar la boda,
mi ojo derecho -el que mira al olvido-
arranca del olvido precoz
la sonrisa que perfora la vergüenza.
Mi ojo izquierdo, el que mira a la vejez,
arruga del futuro, verruga de lo que fue terso,
se complace en las vísperas anticipando
tu rostro y el mío entre las llamas
arder como dos fotografías viejas.
¿Fui el fantasma de la noche
y de las noches luego felices,
las noches y las tardes
en que engendraste a tus hijos?
¿No fui acaso el olvido y lo reído por los esposos,
cuando la burla a los que pasaban raudos en el tren,
un rostro tiznado de furia asomándose
desde la locomotora, el primero de los que veían
desnuda a la virgen loca bailar con el idiota?
Dame al menos ese miserable papel en tu vida,
el del diario arrugado que se aleja por la ruta
que lleva a un pueblo de cobardes
la noticia titular que yo lamento.
Dime, hoy muda calavera de lo que amé
hasta la esquina misma del infortunio,
si yo, que albergo esta pecera de imágenes
donde hasta cabe Virgilio, no era entonces,
en la riente oscuridad, entre los labios
de la muerte que en la florida edad
todas las señas tienen de la vida,
sino lo ridículo y eterno donde lo llorado
llora lo que no ve de sí, ese sí mismo.
Mátame. Pero no
de a poco, como la vida.
De una palabra mátame.
De una mirada sola.
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