viernes, 30 de noviembre de 2012


Hablando de Bueyes Perdidos

Acerca de la búsqueda de la identidad en el arte



Ángel Juárez Masares


“La aspiración al arte puro no es –como suele creerse- un acto de soberbia, sino por el contrario es gran modestia. Al vaciarse el arte del patetismo humano, quedará sin trascendencia alguna, solo como Arte, sin otra pretensión”.

Ortega y Gasset




No es novedad que a  lo largo de la historia del hombre se ha pretendido definir el concepto de “arte” sin lograr quizá mas que una aproximación al tema. Creemos que la dificultad mayor radica en la propia complejidad del ser humano y su afán por abarcar un campo tan vasto, tanto en su concepción intelectual, como en la ejecución práctica.
Las artes son combinaciones de gestos destinados a trasmitir ideas, pensamientos, y modos de sentir, y cuando alguien consigue identificarse a través de ellos se dice que tiene un “estilo”.
También se dice que un estilo se alcanza cuando la puesta en práctica del pensamiento, es decir, la puesta en práctica de la idea de que hablábamos antes, se traduce en una “obra”.
No es posible crear sin una previa elaboración intelectual del asunto. Aún cuando haya artistas que lo nieguen, siempre estará presente la dosis de racionalidad necesaria para hacerlo, de lo contrario sobrevendría el caos.
También es cierto que las características intelectuales de los pueblos cambian con las épocas, y que dicha dinámica natural debe ser asumida por el artista renovando sus técnicas expresivas; así como seguir una “moda” equivale a perder originalidad, en el arte, seguir una “escuela” es  la manera mas segura de carecer de estilo personal. No se adquiere estilo tomando formas ajenas, pues quien combina sonidos, palabras, colores, o líneas, para expresar lo que no siente, o algo en lo que no cree, está alejándose cada vez más en la búsqueda de su identidad.
Cabe destacar que tal búsqueda no implica desdeñar el genio de quienes nos precedieron, sino –precisamente- buscar el equilibrio y tomar de ellos cuanto pueda contribuir a enriquecer nuestros conocimientos. Así el músico estudiará los grandes maestros; el pintor intentará por un momento sentarse al lado de Miguel Ángel en el andamio de la Sixtina, quien escribe atisbará desde un rincón las abluciones de la Cándida Eréndira, y quien talla la piedra o modela la arcilla prestará atención especial al “Hermes”, de Praxíteles.
El estilo es lo individual, lo que no se aprende de los demás, y lo que permite reconocer al autor de una obra sin necesidad de que la firme. De ahí que el estilo determine el carácter del artista, porque lo que de él surja no puede ser forma sin antes haber sido pensamiento.
Buena cosa será recordar que la materia no “salva” a una obra de arte, que la riqueza y ornamento del marco no hace mejor una mala pintura, y que el oro de que está hecha no consagra a la estatua. En realidad es un error considerar que el Arte –como virtud- esté al alcance de nuestras limitaciones. Cuando somos conscientes de ellas debemos aprender a ser segundos, porque en definitiva la vida del artista merece ser vivida aún cuando la “fama” ni siquiera se digne rozarnos con un dedo.
En el caso del artista, el verdadero triunfador no es siempre quien recibe la presea,  quizá sea mejor ser como esa planta que –olvidada en una habitación casi a oscuras- se retuerce y contorsiona en busca del minúsculo haz de luz que asoma en la ventana.

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