JAIME PARÉS: UN ARTISTA EN LA PENUMBRA
Wilson Armas Castro
Morirías satisfecho con lo que realizado en pintura?
Jaime Parés (Foto: Héctor Rodríguez Cacheiro) |
-No. Recién estoy empezando a pintar lo que yo quiero.
Entonces no crees en un proyecto terminado?
-No te entiendo.
No me alarma que Jaime no encuentre la respuesta a la pregunta presuntuosa y pedante que no debe hacerse a ningún artista.
El, es artista, y no tiene cabal conciencia de la proyección de su personalidad, es decir, de lo que es.
El artista es un proyecto en movimiento. Cuando presiente que se ha encausado en una vertiente y que por ella hace transitar su inspiración, casi instantáneamente surgen otras vetas más ricas de su contenido. Así es el artista creador. La inmovilidad de conciencia lo aniquila, lo fosiliza. De ahí que Jaime conteste que recién ha empezado lo que él quiere. Pero, ¿Cuándo se empieza? ¿Cuál es el momento justo en que el creador piensa que arremete con una nueva intelección?
-No se puede determinar. Responde. En el mismo acto de pintar surge una prístina elección subconsciente, no del tema precisamente, sino del modo con que se encarará la postura interior. Es un acto renovado, siempre el mismo, pero distinto cada vez.
Mirando sus cuadros uno piensa que a Jaime no le interesa el medio. Es una falsa apreciación: nadie vive en la asepsia, y Jaime no es la excepción. Sin embargo se recoge la impresión que sobrenada la realidad envuelto en un aire de indiferencia. Uno asocia el hombre con su producto, e inmediatamente reflexiona: ¿Jaime es un ser elemental? Sus cuadros a primera vista dejan la sensación de intrascendencia; como si la displicencia campeara en su obra. Corresponde preguntarnos si él, Jaime, es así, o si por el contrario crea esa atmósfera de liviandad, como no percibiera la complejidad del medio y se obstinara en hacernos ver otra realidad, su realidad deseada. Y entonces uno vuelve a preguntarse: ¿Y esa realidad es válida?
-Por supuesto que es válida, tan válida como esta silla o esa mesa. La creación, la obra de arte –continúa Jaime- es una síntesis del pensamiento, o si se quiere, de inspiración, un acto de conciencia por el cual el pintor materializa el fenómeno perceptivo.
Cuando García Márquez recibió el premio Nóbel, puso especial énfasis “en la realidad descomunal que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante en nuestras incontables muertes cotidianas, y se sustenta en un manantial de creación insaciable plano de desdicha y belleza”.
Una servilleta, una lapicera y el genio de Jaime. |
Pues para Jaime, esa realidad existe y lo atormenta. Hay que tratar de descubrírsela aunque no resulta fácil, como tampoco explicarla. Quizá no haya creador que se la explique. No puede explicar racionalmente sus obras. Si analizáramos la obra de Jaime Parés en su conjunto, llegaríamos a lo sumo a una aproximación. A un acercamiento subjetivo. Nadie tiene la última palabra, porque cada cuadro es un acto de parir, un acto de semiinconsciencia.
Al contemplar su cuadro “El discreto encanto de la burguesía”, vemos una pareja que exuda una pasividad envidiable. La señora sentada con la mirada perdida en la lentísima inutilidad celestial, junto al hijo que sostiene un globo flotando que pugna por remontarse al espacio infinito.
Resulta difícil descubrir el contenido del cuadro, -le reprocho.
Si. Esa pasividad, esa inoperancia y despreocupación que refleja la pareja y el niño es, justamente, “el discreto encanto de la burguesía”.
-¿Y el diálogo con los indios? ¿De qué manera se comunica ese guerrero solitario, plantado marcialmente en suelo arisco sosteniendo el mosquete, entre la intercepción del límite mar-cielo, con el galeón que aguarda de popa dispuesto a emprender la súbita retirada se el agresor se vuelve. Y una lluvia de flechas hienden el aire y rozan al español sorprendido.
¿Dónde está el diálogo? –le pregunto.
Ese es el diálogo –responde- Es el diálogo del invasor con los indígenas. Otro “Cien años de soledad”. Un soldado con el fusil a su vera, enhiesto como una caña momificada, con una gorra achatada, amorfa, que apenas se sostiene sobre la cabeza del militar, parado en actitud de firme, enyesado por la perennidad del tiempo estático.
Los cien años de soledad fosilizados en infinita espera de algo que pasó.
¿Y la Reina de corazones, cara y busto de mujer bellísima y sensual, que se ve invertida en la superficie pulida de la mesa, pero convertida en una adolescente? ¿En dónde radica el poder sugestivo?
-Mi pintura es figurativa. No deseo expresar lo abstracto, aunque no le resto mérito. Mi realidad está llena de cosas extrañas, asombrosas, a veces espectaculares, como ese cuadro que representa la coronación de un Rey, “La Corte de la Muerte ”, enjoyado y suntuoso, con asistentes y una Corte dispuesta a obedecer el más mínimo deseo del Señor. Ese Rey, omnipotente, flaqueado por la muerte en segundo plano, invisible, intuible, pero visiblemente blanca que se destaca sobre un fondo negro y profundo como la incógnita de la vida, y un señor que mira de reojo, un “vividor”.
-¿Y por qué no pintas escenas de la vida cotidiana? ¿Por qué no visualizas esas mismas intuiciones, si el acto psicológico de pensar en imágenes bien puede adaptarse a tu contexto? Sería como adaptar tu ojo para fotografiar la gran escena de la vida. Ese hombre de carne y hueso que estás viendo arrimado al mostrador, bebiendo y charlando, que puede encresparse de pasión o inmovilizarse de abulia, ¿no representa acaso las mismas actitudes que tu descubres en la literatura?
Jaime me mira algo desconcertado: -Me resulta difícil corporizarlos –dice- después de observarlos con un viso de tristeza, esbozando su sonrisa de niño-viejo, mezcla de dulzura y dolor contenido en la expresión mesurada de sus gestos.
¿Y por qué esos colores casi puros de tu paleta, sin matices ni claroscuros, que me recuerdan por su inocencia in sita a los pintores “naif”, pero que sin embargo media un abismo entre aquellos y éstos?
Porque Jaime no quiere pintar como si esgrimiera una cámara fotográfica de cajón. Eso es fácil, lo que posiblemente todo el mundo entendiera de un enfoque. Pero el arte de pintar radica en que, quien mire el producto, “llegue” apenas.
Así es como vio Jaime a esa mujer, pero, ¿por qué tan diferente como yo la veo? Es posible porque atendiendo a las especulaciones sobre estética, Kant dice que un genio nada tiene que ver con las leyes de la naturaleza. Sólo en lo que representa a la técnica, que está fuera de la consideración si nos atenemos a la esencia creadora.
Jaime nos quiere llevar a la interpretación de esa sensibilidad muy segura, nos quiere demostrar su sentido de la vida enconado en una imagen sensible. La realidad como aspiración final. Quizá por esta misma aspiración su producto sea figurativo.
El espectador debe ser deslumbrado , tiene que sentir el impacto del color como si recibiera un puñetazo. Mis cuadros son mis percepciones, mis angustias, mis síntesis, y quiero que se recoja esa vibración.
Este diálogo con Jaime Parés tuvo lugar aquí, en Mercedes, aproximadamente en 1990. Afortunadamente, Wilson tuvo la precaución de registrarlo, sintetizando en parte una de las incontables charlas que mantuvieron en largos años de amistad.
Jaime Parés murió en Mercedes el 18 de agosto de 1994, dejando una vasta obra plástica y una proficua labor docente.
1 comentario:
tengo una obra impresionante de este artista,un oleo digno de exponer...un verdadero genio.Raul.
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