Un escriba del dolor
* Hace 25 años moría Juan Rulfo (1918-1986). Pocas obras, como la breve y fulgurante de este mexicano convocan tanta admiración universal.
Aldo Roque Difilippo
Estudió para contador, trabajando en la Oficina de Migración, la Compañía Goodrich y la Comisión del Papaloapan. Apartado de los círculos literarios, decidió no publicar nada más luego de la aparición de Pedro Páramo.
La leyenda dice que destruyó dos novelas: El hijo del desaliento y La Cordillera. Trabajó como guionista para el cine mexicano, y su novela El gallo de oro fue convertida por él en guión para una película que filmó Roberto Gacaldón en 1964, y luego publicada en 1980. Un autor que, según Carlos Fuentes, nos ha devuelto "a los últimos hombres y mujeres de nuestra tierra".
Juan Rulfo nació en Jalisco, México, el 16 de mayo de 1918. Fue hijo de Juan Nepomuceno Rulfo Navarro y de María Vizcayno Arias. El primero descendía en línea directa del capitán realista Juan Manuel del Rulfo, derrotado por el ejército insurgente de la batalla de Zacoalco, por lo cual fue degradado retirándosele del mando de tropas. Durante la intervención francesa volvió a las armas y participó, con el grado de coronel, en el combate de "La coronilla" que dio fin a la ocupación de los franceses en Jalisco.
Como premio obtuvo la alcaldía de Zapotlán el Grande y la hacienda de San Pedro. Su nieto Juan Nepomuceno sería más tarde el administrador de esta hacienda, donde moriría asesinado en 1920.
Por la rama materna, los Arias, antepasados de María, la madre de JR, llegaron a Jalisco a mediados del siglo XVI, obteniendo como encomienda el pueblo de Tuxcacuesco; aunque para 1920, fecha en la cual enviudó, ya sólo quedaba en su poder la hacienda ganadera de Acapulco, lugar pedregoso y árido. Seis años después estalló la revolución "cristera" que devastó hasta 1930 toda la región, dejándola desolada desde entonces.
Así pues, éstos son a grandes rasgos los antecedentes familiares del escritor. Por una parte un oficial de José María Calleja, General y Virrey de la Nueva España , por otra la magra herencia de un encomendero.
"Mientras cundía por todo el estado de Jalisco la rebelión cristera, veía envejecer mi infancia en un orfanatorio de la ciudad de Guadalajara. Allí me enteré que mi madre había muerto y esto significaba... bueno, significó un aplazamiento tras otro para salir del encierro, ya que estuve obligado a descontar con trabajo el precio de mi propia soledad", escribió Rulfo.
"De algo sirvió aquella experiencia: me volví huraño y aún lo sigo siendo. Aprendí a comer poco o casi a no comer. Aprendí también que lo que no se conoce no se ambiciona y que, al final de cuentas, la única y más grande riqueza que existe sobre la tierra es la tranquilidad", escribía el autor de El llano en llamas.
En la actualidad es considerado un clásico de la literatura americana, consolidando su prestigio con solamente dos obras El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955). De allí en más no publicó nada, pero el par de obras editadas alcanzaron para ser reconocido entre sus pares (al punto que Jorge Luis Borges lo incluyó en su "Biblioteca Personal") o recibir juicios tan contundentes como el de Octavio Paz: "Un paisaje nunca está referido a sí mismo sino a otra cosa, aún un más allá. Es una metafísica, una religión, una idea del hombre y del cosmos. (...) Rulfo es el único novelista mexicano que nos ha dado una imagen --no una descripción-- de nuestro paisaje".
Deseos de decir
Federico Campbel uno de sus tres discípulos más estimados comenta: "En todo caso, la enseñanza de Juan Rulfo es que no tiene sentido escribir si no se tiene el deseo de escribir; que no vale la pena escribir si no es para lograr una obra maestra (...) No se vale escribir sino de las cosas que le duelen a uno. Lo importante no es escribir cuando se tiene algo que decir, sino cuando se tienen deseos de decirlo".
En 1997 en su México natal, se editaron "Los cuadernos de Juan Rulfo", recopilando sus notas manuscritas. Clara Aparicio de Rulfo --su viuda-- expresa al comienzo del libro los motivos que llevaron a la publicación de estos manuscritos. "El encuentro con estos textos me remonta a la época en que fueron escritos: cuando Juan, sentado al escritorio, crea una atmósfera en la que nada parece perturbarlo. Es como si su mente estuviera muy lejos, en algún lugar distante. Lo único que se mueve es su mano, que sube y baja despacio sobre las hojas del cuaderno, llenando con su pluma esos espacios en blanco que parecen torturarlo".
Papelitos verdes y azules
"En mayo de 1954 compré un cuaderno escolar y apunté el primer capítulo", expresó Juan Rulfo en 1985 comentando la primera edición de Pedro Páramo. "De pronto, a media calle, se me ocurría una idea y la anotaba en papelitos verdes y azules. Al llegar a casa después de mi trabajo (...) pasaba mis apuntes al cuaderno. Escribía a mano, con pluma Sheaffers y en tinta verde. Dejaba párrafos a la mitad, de modo que pudiera dejar un rescoldo o encontrar el hilo pendiente del pensamiento al día siguiente. Posteriormente los pasaba a máquina y destruía las hojas manuscritas".
Algo que incitó a Yvette Jiménez de Báez a recopilar esos manuscritos sueltos. "Quien así trabaja -comenta-, si conserva algo de lo escrito es porque lo considera significativo. Rulfo sabía que ninguno de esos fragmentos y borradores estaban en su versión definitiva. También sabía que mostraban su proceso de escritura, y seguramente valoraba en su interior la importancia que esto tendría, tanto para el lector curioso, como para el estudio de su obra".
Tras el paciente trabajo cotejando originales y ordenándolos en una posible correlación cronológica, la investigadora nos permite acercarnos a textos desconocidos de Rulfo. Apuntes sueltos, ideas para ser desarrolladas posteriormente, y que no sólo muestran el proceso sicológico del creador, sino que plasma su actitud inquieta ante la vida.
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