sábado, 5 de marzo de 2011

EDITORIAL

Y ahora qué

Angel Juárez Masares

Pasaron los festejos principales del Bicentenario con la presencia del Presidente de la República, Ministros y autoridades de Gobierno; con una sesión extraordinaria del Parlamento en el Teatro “28 de Febrero”, y con desfiles, espectáculos variopintos, y agitar de banderas.
La caballada retornó a los campos, los soldados a los cuarteles, las bandas juveniles doblaron sus trajes, y las osamentas de hierro de los escenarios volvieron en camiones a sus lugares de origen.
“Se acabó,
que el sol nos dice que llegó el final.
Por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.”
Por un momento tuve la intención de inmiscuirme en asuntos que tienen que ver con la historia, pero en virtud de lo mucho que se ha hablado de ella, y sobre todo porque para hacerlo hay que conocerla, preferí buscar en los vericuetos de la memoria un comentario de Rosario Peyrou sobre la novela “¡Bernabé, Bernabé!”, de Tomás de Mattos que había leído hace mucho tiempo. Tiré varias estanterías hasta que dí con él.
En una parte de su artículo la periodista recuerda que la obra de De Mattos “toca un punto extremadamente sensible de la memoria histórica nacional. Un país que había hecho de la “garra charrúa” un mito fundador, a la vez había sepultado en los meandros de la mala conciencia colectiva el hecho de que los indígenas no fueron víctimas del poder colonial español sino de la joven República, que persiguió y exterminó a las últimas tribus en 1831”.
Octavio Paz reveló en cierta ocasión su perplejidad frente al hecho de que países como Argentina y Uruguay –que habían asentado su modernización desde el genocidio- hubieran escrito y pensado tan poco sobre ese episodio que los marcaría definitivamente como nación.
El propio Tomás de Mattos escribió su novela, según sus propias palabras:
“como un espejo de nuestro tiempo, casi como una parábola de la insensibilidad ética ante las atrocidades que se perpetran, y ante las bárbaras exclusiones que se consuman en pos de cambios civilizatorios”.
¿Puede tomarse este enfoque del asunto como una suerte de revisionismo histórico? Estimo que no, o por lo menos no es esa la idea. Simplemente pretende poner algunos episodios en su contexto.
Los hechos que llevaron a la revolución independentista deberían ser vistos y evaluados en la época y circunstancias en que ocurrieron, sin perder de vista la condición humana como factor fundamental de los mismos.
Las decisiones para su ejecución fueron tomadas por hombres, y por lo tanto estuvieron sujetas a los aciertos y errores que eso implica.
Aciertos y errores que tampoco se pueden poner en blanco y negro, debido precisamente al contexto al que hacíamos referencia.
Buena cosa sería entonces tomar como excusa este Bicentenario para repensar nuestra actitud como ciudadanos, cada uno en la función que le haya tocado o elegido desempeñar en la sociedad.
Aquí podríamos elaborar –aunque no lo haremos- un largo y aburrido discurso acerca de la ética, la moral, las buenas costumbres, y la responsabilidad ciudadana, que venimos escuchando desde que la clase política tomó las riendas de la República.
Pero cuidado…bienvenida la clase política. Lo hemos dicho ya antes; prefiero un Palacio de las Leyes en ebullición, y no un Salón sin pasos perdidos.
A partir de allí, estará siempre nuestro dedo-voto acusador para quienes mal nos representen, o el aplauso aprobatorio para quienes asuman su responsabilidad. Pero esa es otra historia.
Sería bueno además tener presente que la vida es una permanente contradicción, que la verdad no existe como tal, sino que se compone de un cúmulo de verdades más pequeñas, y a veces no tan verdades, pero que conviven en el todo. Quizá eso ayudaría a hacernos cargo de nuestras culpas, personales y colectivas, y que quienes detenten eventualmente el Poder recuerden a cada momento que “del trono al barro hay un guijarro”.

“Vi el cadáver de Lídice cubierto por la nieve
Y el carnaval de Río cubierto por la samba
Y en Tunskegee el rabioso optimismo de los negros”.

No dejar de ver el cadáver pero no por eso obsesionarse con la muerte;  disfrutar el carnaval pero también recordar que se termina, empezar cada día con alegría, pero sin el rabioso optimismo de los negros.



Citas: “Fiesta” de Joan Manuel Serrat
          “Noción de Patria” de Mario Benedetti

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