sábado, 12 de marzo de 2011

Educar, tema de todos

Leonardo Guzmán  (*)

Vienen martillando duro los datos estadísticos sobre caída de la educación en nuestro país. En realidad, ni revelan nada ni resuelven nada.
No revelan cosa alguna, puesto que bastaba ambular con ojos y oídos abiertos para tocar con los dedos el empobrecimiento idiomático, la endeblez conceptual, la torpeza expresiva. Desde hace décadas, han venido aumentando las faltas de ortografía, los yerros de sintaxis y las carencias en matemáticas. Lo supimos por la experiencia común, sin necesidad de tabularlo en prolijas encuestas. Más aun, todos vimos cómo la caída afectó aspectos que ni fueron ni son objeto de medición: la actitud, los sentimientos, los modales, la empatía, la temática, la aptitud para el diálogo, la capacidad de abstracción, la fuerza de voluntad.
Hoy, saber que estamos sexagésimo quintos (¡) en las pruebas PISA y que el 48 % de los alumnos no completa el ciclo básico de Secundaria ni está propiamente preparado, le pone números a lo que ya sabíamos. Pero no provee por sí solo respuestas.
La conciencia del fracaso es unánime. Atraviesa las conciencias por encima de partidos y militancias. Las señales de alarma sensibilizaron a los economistas -gubernistas u opositores, no importa- que en tonos distintos pero con significativa unanimidad vienen denunciando la insuficiencia de elencos calificados como un riesgo inminente para el desarrollo. Correlativamente, el Poder Ejecutivo convocó a los rectores de la educación estatal, lo que es tan natural como plausible pues refleja una alarma colectiva.
Y he aquí que en vez de alegrarse por la apertura de un diálogo a todas luces imprescindible, lo primero que se escuchó fue la invocación de la autonomía de los entes públicos de enseñanza, encendida como luz roja opuesta a lo que sería injerencia. Lo cual, a su vez, motivó que el Ministro de Educación y Cultura Ricardo Ehrlich dijera que la cartera a su cargo ha de ejercer sus competencias hasta el límite.
Pero esta no es una cuestión de límites sino de conciencia de los fines, ya que entra en juego el país como un todo junto al universo irremplazable que es cada persona, como aptitud para construir un destino.
La educación no es tema que deba restringirse a los docentes y los alumnos ni puede confinarse en términos sectoriales ni gremiales. La cultura no es un corporativismo. En un país abierto a la laicidad, donde ninguna rama de la enseñanza es monopolio del Estado, es natural que la ciudadanía se ocupe de revertir los fracasos. Esa misión debe encararse formalmente a través del gobierno. Y debe encararse con la espontaneidad de la vida en cada rincón donde haya gente dispuesta e ejercer su libertad de pensar y decir lo que piensa.
Decimos con la espontaneidad de la vida, porque, más allá de la capacitación laboral, el Uruguay está en grave deuda con la formación integral para ejercer la profesión universal de persona. Las naciones que en pocos años dieron saltos cualitativos -Finlandia, Corea del Sur, Nueva Zelanda- organizaron la educación desde una profunda filosofía del hombre.
Y eso se hace derribando tabiques entre todos y no parando biombos de celofán.

(*) Ex Ministro de Educación y Cultura de Uruguay
Artículo originalmente publicado en ICAE (International Council for Adult Education)

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