viernes, 3 de junio de 2011

EDITORIAL

¿Hay transparencia en los concursos literarios?


*  Miguel Delibes y Ernesto Sábato ya habían denunciado que José Manuel Lara, fundador de la editorial Planeta, les ofreció participar en el concurso, y también ganarlo.


Al finalizar la Guerra Civil española, empezaron a surgir los primeros concursos literarios, cuyo objetivo inicial era conseguir publicidad para el escritor ganador.
Por aquel entonces la publicidad era cara, impidiendo a editoriales y escritores a acceder al gran público. Por consiguiente los premios literarios y la posterior publicación de las obras se constituyeron en una promoción eficaz y gratuita. Se lograba así  difusión para los escritores más capaces del momento, partiendo de la base que aquellas obras y autores que obtenían el galardón reunían una calidad fuera de discusión, avalada  por el jurado y los propios intereses de la editorial.
Posiblemente el éxito de esta fórmula hizo que proliferaran los concursos literarios, especialmente en la última década, sumándose  instituciones privadas y públicas, fundaciones, y universidades. Al punto que desde 1996  en España se edita un libro que informa de los miles de premios literarios que se celebran en ese país, orientando a los candidatos sobre fechas, bases y cuantías; al igual que numerosas páginas de Internet que ofrecen amplia información.
Las bases de los concursos suelen tener una nota común: la de estar abiertos a todo tipo de participantes, convirtiéndose en una forma de publicar sus obras, para muchos escritores sin recursos económicos.
Pero con el fallo del concurso en la mayoría de las ocasiones llegan las desilusiones, pues los premios de mayor dotación económica y repercusión mediática suelen ir a parar a escritores ya conocidos en el mundo literario.

Todos saldríamos beneficiados

Para algunos profesionales del sector, no hay de qué extrañarse, es el caso de la editora Elsa Aguiar que, en su blog Editar en Voz Alta, escribe: “Me resulta curioso que tanta gente se sorprenda (e incluso se indigne) porque los escritores profesionales ganan premios literarios. Me resulta muy curioso, porque, en cambio, nadie se extraña de que el Roland Garros lo gane Nadal o de que el Óscar al mejor actor se lo lleve Bardem”.
Pero para otros profesionales del sector, la cuestión es más compleja, y lo que denuncian no es que los concursos literarios más importantes  terminen en manos de escritores conocidos,  sino que lo hagan sin competir. O sea, los premios están dados de antemano, y los jurados se limitan a escenificar un proceso inexistente: el premio va a parar a manos de novelistas conocidos o identificados con una editorial o medios de comunicación, asegurando una masa de lectores que redondea el negocio.
El trabajo que hay detrás de la publicación de un libro es largo, y caro, y por ello las editoriales suelen apostar sobre seguro.
Manuel García Viñó en la revista La Fiera Literaria,  y en varios ensayos publicados en el  diario El País de Madrid, ha denunciado en reiteradas oportunidades esta práctica. “Mientras las bases del “concurso” circulan por los tontideros, las redacciones de los periódicos, los departamentos de literatura, las librerías, el astuto fabricante de libros encarga sin el menor disimulo, a la vista de todos, a un escritorcete más o menos conocido, a un reportero, a un popular presentador de televisión, a una guaperas o a un guaperas de la jet o a un payaso, un libro a la medida de sus intereses:, es decir, aliterario, vulgar, pedestre” expresó García Viñó al mencionar el Premio Planeta de  novela, uno de los mejor dotados económicamente a nivel mundial. Superado únicamente por el Premio Nobel.
Cada año el evento que se realiza para anunciar el ganador congrega un importante número de personalidades del mundo de la cultura  la política española, asegurando una  efectiva campaña publicitaria para la editorial.
Las primeras sombras sobre la limpieza de este certamen surgieron  en 1994. Los recientemente fallecidos Miguel Delibes y Ernesto Sábato, denunciaron que José Manuel Lara, fundador de la editorial Planeta, les ofreció participar del concurso, y también ganarlo. Ambos, claro está, declinaron la oferta, pues no comprendían cómo era posible que se les garantizase el premio ganador por una obra que todavía no habían escrito.
 “Lara ha venido a Valladolid a ofrecerme el premio tratando de convencerme con el argumento de que todos saldríamos beneficiados: él, yo, el premio y la literatura”, aseguró Delibes.
Ese año  la novela “La Cruz de San Andrés” de Camilo José Cela que  ganó un premio que quedó bajo sospecha, no solo por las declaraciones de Delibes y Sábato, sino porque María del Carmen Formoso Lapido presentó una querella contra el escritor y la editorial Planeta acusándolos de plagio. Eso generó un largo proceso judicial que terminó dando la razón a la escritora gallega, condenando a la editorial Planeta a indemnizarla.
Desde entonces, no sólo se ha puesto en duda la transparencia en la elección de los ganadores, sino también la calidad de las obras galardonadas. En 2005, el novelista español Juan Marsé, que ese año figuraba como miembro del Jurado del Premio Planeta, dimitió de su cargo al considerar que la obra que iba a ser premiada, “Pasiones romanas”, de María de la Pau Janer, era de una calidad literaria “subterránea”. Cuando le preguntaron los motivos que lo llevaron a tomar esa decisión Marsé  fue directo: “desde el punto de vista comercial el Premio Planeta funciona como una seda, pero desde la óptica literaria es más que dudoso”. Tales declaraciones fueron respaldadas por Rosa Regás, que recalcó que se había “votado la obra menos mala”. Curiosamente, la misma Regás fue ganadora del  Premio Planeta 2001.
 En América Latina la editorial Planeta también se vio salpicada por el escándalo.  En 1997 el escritor argentino Ricardo Piglia, relacionado contractualmente con la empresa desde 1994, ganó el concurso Premio Planeta Argentina. Junto a él quedó como finalista Gustavo Nielsen, quien se apresuró a denunciar el fallo ante la justicia después de conocer que el ganador arrastraba una deuda con la editorial que habría sido condonada con el premio (40.000 dólares por aquel entonces). Los tribunales dieron la razón a Nielsen y condenaron al ganador y a la empresa a indemnizarlo con 10.000 dólares.
El fraude ronda muchos premios literarios, como el Nadal o el que otorga la editorial Alfaguara, es decir, sobre aquellos más generosos con los ganadores y cuyos actos de entrega constituyen acontecimientos culturales con repercusión mediática.
Pero incluso el fraude en algunos casos va más allá, de modo que algunos certámenes se convierten en verdaderas estafas piramidales. Se sabe que, por ejemplo, la editorial argentina Nuevo Ser convocó certámenes falsos, como se pone de manifiesto en www.letralia.com. Las artes que emplean para engañar a los participantes se repiten: la editorial organizadora de un premio ofrece una suculenta suma de dinero para incentivar a los escritores a que envíen sus trabajos, luego les comunican que han resultado ser los ganadores, pero para poder continuar con los trámites tienen que abonar una suma de dinero con la que sufragar los gastos de edición. Por desgracia este tipo de prácticas fraudulentas son frecuentes.



* En base a artículo homónimo publicado en: http://www.muladarnews.com



1 comentario:

Alfredo Saez Santos (Charo) dijo...

Hay dos Jurados según la taxonomía de gente cercana a los Jurados que se ha revelado contra esas ya tan frecuentes, en ciertos casos, prácticas obscenas.El formal que da el "Premio" mayor y los secundarios.
Y luego el público que accede a la lectura de los premiados según ordinales.
En general, ha ocurrido, el Público leyente consagra en el mercado de las ventas a un segundón, tercerón,incluso a posiciones inferiores ;y no al primogénito.
Declaraciones de la hispánica que ha jurado en los últimos premios de Casa de las Américas y que es personalidad conocida en el mundo de las letras.