viernes, 22 de julio de 2011

EDITORIAL

Un libro, y el divorcio entre el mundo adulto y la juventud



Aldo Roque Difilippo


El pasado sábado, con escasa difusión, Uruguay se sumó a la “suelta de libros”. Una iniciativa que ya se ha realizado en otros países y que promueve el placer de compartir libros con personas desconocidas. La iniciativa contó con escasa difusión en los medios nacionales, pero igualmente anónimos militantes de las actividades culturales, contribuyeron a la empresa dejando en algún espacio público un libro para que alguien  pudiera tener la oportunidad de  compartir ese placer por la lectura.
 HUM BRAL se sumó a esa iniciativa, y el resultado nos moviliza a una  modesta reflexión. Dejamos nuestro libro en una esquina de Mercedes, aprovechando que en ese momento la mayoría de la población  festejaba el triunfo de Uruguay ante Argentina por la Copa América de selecciones, y esperamos  a ver qué sucedía. Un par de jóvenes, de no más de 15 años,  pasaron junto al libro, lo miraron asombrados y uno de ellos lo tomó. Obviamente que iban a unirse a la caravana por los festejos y lejos estaban de cualquier actividad reflexiva o tranquila. Pero uno de ellos lo tomó para hojearlo, vaya a saber qué le dijo a su compañero, y haciéndolo  un rollo se lo colocó en el bolsillo trasero del pantalón. Después los dos salieron calle abajo a sumarse a los festejos.  Cada tanto, el que llevaba el libro, se tocaba el bolsillo trasero para comprobar que no se le había caído.
Uno podría suponer que la primera reacción hubiera sido dejarlo abandonado, tirarlo al medio de la calle, o cualquier otra cosa, pero no, lo guardó y se lo llevó. Quizá pensando en regalárselo a alguien, o quizá para si mismo. Vaya uno a saber.
El mundo adulto suele mirar con cierto desprecio al mundo juvenil. A menospreciarlo, a endilgarle cosas  que quizá algunos tengan, pero no todos; y así se incentiva la separación entre  unos y otros.  Solemos rotularlo de tal o cual cosa por el simple hecho que escuchan canciones que no comprendemos, que no calzan en los cánones de lo que nosotros consideramos bello o bueno. Solemos mirarlos con desprecio porque casi siempre usan camperas con capuchas,  y caminan con las manos en los bolsillos, o reniegan de las formalidades; y sobre eso construimos un discurso seudo moralizante que hace tabla rasa con todos, olvidándonos que ellos también son diversos,  y que mientras unos hacen o se comportan como nosotros suponemos, otros –la inmensa mayoría- se levanta temprano para ir a estudiar o trabajar, intenta construir su vida,  se relacionan, se aman, entablan lazos fraternos con parámetros que quizá no sean los nuestros pero tan válidos como los que nosotros esgrimimos.
El problema radica quizá en que vivimos en una sociedad altamente envejecida. Uruguay tiene una expectativa de vida al  nacer de 71 años para los hombres y algo más para las mujeres, pero se ha enquistado en las cúpulas gubernativas y de decisión, una generación esclerosada  que parece no querer perder el dominio ni el control  de nada. El anterior gobierno (2005-2010) comandado por el Dr. Tabaré Vázquez se caracterizó por poner en los cargos de decisión política a personalidades que en promedio rondaban los 70 años. El actualmente tenemos un Presidente de la República de 77 años, y el promedio  de edad en los mandos de dirección si bien ha bajado un poco no ha sido algo significativo. Pero esta característica no es exclusiva de la izquierda. Las dos principales figuras del Partido Nacional, Luis Alberto Heber (Presidente del Directorio) y Jorge Larrañaga (líder de Alianza Nacional) tienen 54 y 55 años respectivamente. El líder del Partido Colorado, Pedro Bordaberry, tiene 51 años. Los tres son considerados “políticos jóvenes”. Si la expectativa de vida al nacer para los hombres en Uruguay es 71 años, una persona que ronda los 50 años está más próxima a la madurez con miras al retiro que a la juventud, y lejos podrá comprender qué pasa, qué piensa, qué hace, y cuáles son las motivaciones del mundo joven.
Precisamente Bordaberry viene encabezando un movimiento para bajar la edad de imputabilidad de los menores infractores.  Una postura que ha generado adhesiones y rechazos en partes iguales. Lejos de enfrascarnos en la discusión  de si es bueno o perjudicial encarcelar a un individuo a los 16 años con el argumento cuasi simplista de  combatir la inseguridad, es llamativo que desde esos mismos sectores del mundo adulto no le permitan el acceso a asumir responsabilidades a esos integrantes de la sociedad. Es decir se los convierte en objeto de  penalizaciones ante las infracciones que pudieran cometer, pero no se les habilita la posibilidad de asumir responsabilidades.  Nadie ha propuesto, por ejemplo, que un joven de 16 años pueda casarse  por decisión propia, montar su propia empresa o negocio sin someterse a la tutela de sus padres o un mayor, y muchísimo menos que pueda postularse a cargos electivos. En Uruguay sería un acto casi de  novela surrealista  pensar que alguien a los 16 años  pueda postularse como candidato a la Presidencia de la República, porque se entiende que no está capacitado ni es lo suficientemente responsable de sus actos como para asumir tamaña responsabilidad. Pero se entiende –o por lo menos algunos sectores del mundo adulto lo consideran- que es lo suficientemente responsable de sus actos como para ser penalizado y castigado como un adulto. Lo que evidencia que el mundo adulto al mejor estilo de antiguas épocas domina y pretende controlar  ímpetus y aspiraciones de los más jóvenes.

No hay comentarios: