Un mercedario
atónito frente al "GRAF SPEE"
Wilson
Armas Castro
Cuando
esa mañana estuve frente al acorazado herido, mirándole su panza destripada, no
se me ocurrió pensar que después de aquel 13 de diciembre de 1939, podría transmitirle a mis coterráneos la impresión
que me produjo esa visita. En ese momento debo de haber experimentado un deslumbramiento insólito unido a un dolor inubicable de rabia e
impotencia, al sentirme un pasivo
espectador de lo que fue la formidable aventura corrida por ese coloso que tenía
ante mis ojos.
Un
periodista, cuando escribe sobre un hecho histórico, lo hace con lujo de detalles y suele
sorprender al lector por el color de verosimilitud que logra darle a su nota.
Pero en mi caso, este acontecimiento está teñido de connotaciones
emocionales, sentimentales e intelectuales que me inhiben redactarlo con estilo
periodístico. Hoy, con motivo de cumplirse un nuevo aniversario de ese suceso,
quiero refrescar mi memoria y me doy cuenta
que el tiempo difumina los hechos
y quedan ocultos bajo una pátina aparente de indiferencia. De diez personas de
mi generación, a quienes pregunté
si se acordaban o conocían el episodio, solo
dos me contestaron tener un opaco
recuerdo. Es por esta razón que me
propongo escribir este apunte para que
muchos jóvenes, que no tuvieron la
oportunidad de ver o leer ese acontecimiento histórico, sepan que la Batalla del Río de la Plata , tuvo en su momento
una incidencia importante en la vida política-diplomática del Uruguay.
Un poco de historia.
La invasión de Austria, Checoslovaquia y luego
de Polonia, por el ejército alemán, produjo la inmediata reacción de los
aliados: declararon la guerra a la nación
alemana, el 1° de setiembre de 1939.
Por
el Tratado de Versalles, Alemania solo podía construir 6 acorazados de 10.000
toneladas y 6 cruceros ligeros de 6.000 toneladas. Esto obligó a sus ingenieros
navales a idear un tipo de acorazado que no rebasara aquel tonelaje y que
tuviera una gran velocidad y potencia de fuego. Por su parte, Inglaterra estaba
obligada, por el Tratado de Washington, que Alemania no habla firmado, a no
construir acorazados superiores a las 35.000 toneladas y con cañones menores de
14 pulgadas . Por las mejoras introducidas por otras
naciones en sus buques, que agravaban la inferioridad de Alemania, esta nación
abandonó aquel tipo de construcciones y proyectó 2 acorazados de 26.000
toneladas: el Scharnhorst y el Gneisenau. Entonces, Inglaterra prefirió firmar
con Alemania un pacto naval que sustituyera lo impuesto en Versalles por un
acuerdo. El acuerdo anglo-alemán de 1935 permitía a Alemania disponer de una
flota de superficie que representara el 35% de la británica y de una dotación
de submarinos del 100%.
"La
botadura del casco del "Admiral Graf Spee" se realizó el 30 de junio
de 1934 en el astillero de Wilhelmshaven. Fue madrina la hija del vicealmirante
Von Spee, muerto junto con sus dos hijos en la batalla de las Malvinas, en
1934.
Alemania
disponía de otros dos acorazados del mismo tipo, el Deutchland y el Admiral
Scheer. El Graf Spee desplazaba en realidad algo más de las consabidas 10.000
toneladas, pero a pesar de esto y de sus revolucionarias características no
podía enfrentarse en igualdad de condiciones con un buque de línea normal. Por
eso el Mando de la Marina
lo había destinado a la labor de "corsario" contra los mercantes
aliados, y su comandante, Langsdorff, tenía prohibido enfrentarse a las
unidades de guerra. Los otros dos acorazados de bolsillo, actuaban con éxito en
la guerra de los convoyes atlánticos.
En
realidad, Alemania desvió sus disponibilidades en planchas de blindaje hacia la
construcción de tanques y solo aprovechó las cláusulas del tratado que referían
a los submarinos”.
En
su libro "Mi Vida", Erich Raeder, relata lo siguiente:
"Pocos días antes del comienzo de las
hostilidades hablamos mandado los acorazados Deutschland y Admiral Graf Spee, a
tomar posiciones de espera en el Atlántico, en las que tuvieron que mantenerse
quietos hasta finales de setiembre del 1939 para no comprometer las equivocadas
esperanzas políticas de Hitler. Su presencia, luego, en las rutas comerciales
inglesas, al recobrar la libertad de movimientos, tuvo efectos sensible en el
tráfico y obligó a la marina británica a adoptar numerosas medidas defensivas.
El Deutschland regresó a fines de
setiembre del mismo año del Atlántico Norte con resultados m s bien pobres
en su haber, mientras que el Admiral Graf-Spee, al mando del inteligente
capitán de navío Langsdorff, lograba apuntarse un volumen considerable de hundimientos
en el Atlántico Sur y en el Océano
Índico, en donde cambiaba con frecuencia de campo de operaciones. Su comandante
se proponía emprender el regreso en enero de 1940, a fin de proceder a
unas reparaciones urgentes, aún cuando esperaba tener antes ocasión de operar
con fruto frente a la costa oriental de Sudamérica, en una zona en la que el
tráfico marítimo enemigo era especialmente intenso."
Reporte
de Gerhard Harmuth y Georg Schwalbe
"En varios casos nuestra
situación era conocida. Pero la observación de los barcos de guerra adversarios
demostraban que el enemigo iba cerrando lenta pero inexorablemente su anillo
alrededor de nosotros. A ciertos intervalos se sacrificaba un barco, pero as¡
se sabía el escondite del reider.
Llegaría el día en que nos encontraríamos como el ratón dentro de la
trampa, en que no podríamos avanzar ni
retroceder, si no intentábamos antes escapar a través de las mallas de aquella
red que nos envolvía.
Según aquellos círculos a mediados de
diciembre el enemigo nos habría encerrado de tal forma que seria casi imposible
escapar.
El Inspector informó a nuestro
Comandante de esa situación. Se examinaron muchas posibilidades, se rechazaron
muchas de ellas. El Comandante decidió alejarse de aquellas aguas. En lo
esencial, nuestra tarea podía considerarse por terminada: el peligro cedía día
a día. "
Apuntes de Luis de la Sierra
"Langsdorff debió comprender que
aquel informe (tres cruceros enemigos en lugar de un crucero y dos
destructores, como se supuso al principio) variaba enteramente la situación,
porque el combate con tres cruceros, evidentemente más veloces que el Graf
Spee, sin duda originaría averías en el acorazado, quizá en el casco, y ¿dónde
repararlas? La orden de operaciones claramente le señalaba que debería eludir cualquier
combate, aunque fuese con fuerzas inferiores, a menos que resultase inevitable”.
Apuntes de Guillermo Carrero
"Poco después empezó el cañoneo
a unos 19.000 mts. Del Ayax fue catapultado un hidro Seafox para atacar al
corsario y observar el tiro. A los diez minutos de combate el
"Eseyer" había recibido cuatro impactos y otros dos a continuación
que inutilizaron las transmisiones del puente y sus dos torres artilleras de
proa. Entretanto el "Ayax" y el "Achilles" iban
disminuyendo la distanciam creando un serio peligro para el acorazado, que solo
podía responderle con sus cuatro cañones de 150 mm . En el combate las
maniobras del Graf Spee, cuando trata de
acercarse a los cruceros ligeros para hacer m s eficaz su tiro,
permitieron que éstos lanzasen sus torpedos, a los que maniobró seguidamente el
buque alemán, que entretanto había recibido un impacto en su torre de popa”.
Apuntes de W.F.Rosenack
“¡Estela
de torpedo por estribor! Viramos bruscamente para esquivarlo. Nuestras torres
pesadas están ocupadas con el "Exeter" y solamente nos quedan cuatro
cañones de 15 cms. y la antia‚rea para defendernos de 16 cañones de 15 cms. de
los cruceros ligeros. ¡Se nos vienen muy encima! Para ahuyentarlos, nuestro
Comandante, una vez más los toma bajo el fuego directo de nuestras torres
pesadas. ¡Estela de torpedo sobre babor! ¡Todo estribor!- da la orden nuestro
oficial de guardia.
En total, el Graf Spee recibió 17
impactos directos de 15 cms. de calibre, que en su mayoría no causaron daños
serios. Generalmente los ingleses tiran con granadas de efecto retardado
(espoleta de culata) o con granadas perforantes. Tres de ellas se estrellan
como porotos contra la coraza de nuestra torre y cuando conseguían perforar
nuestra superestructuras reforzadas con chapas, caían al agua sin causar daños”.
Llegó
la noche y aprovechando la oscuridad, el alemán tomó rumbo al puerto de
Montevideo, que era el más cercano
para poder reparar sus averías.
Crónica fidedigna
Hacía
seis meses que yo estaba trabajando en el "Dique Mauá", propiedad de
los ingleses, en el edificio sito en la rambla Gran Bretaña; y mi oficina se
ubicaba justo debajo del gran reloj, en cuyo frontispicio del edificio reza, en
latín: “Ex fumo darem luxe".
Me
desempeñaba como administrativo en los almacenes de la empresa, pero cuando
llegaba el carbón para la producción de gas, debía instalarme en la balanza del
dique para pesar los camiones que volcaban la carga en las carboneras que dan a
la rambla sur. El paquete carbonero que
venia de Cardif, anclaba en la rada de nuestro puerto y un remolcador lo transportaba, luego, al muelle
del dique. Toda una operación complicada que hoy, ni por asomo, se
efectúa. La contabilización debía hacerse en idioma inglés, por tanto,
los nombres de los artículos, las fichas y todo lo concerniente al control de
la tarea y las anotaciones de los trabajos que se realizaban en los talleres
mecánicos del dique, se hacía, como digo, en ese idioma. Calcúlese cuál era la pureza idiomática,
cuando solo la cúpula, compuesta por tres o cuatro ingenieros e idóneos eran
ingleses y el resto, cercano a las mil
personas- entre el personal del dique y
la planta de elaboración de gas- éramos criollos. Toda una época, toda
una manera de trabajo, de pensamientos y requerimientos formales se estaban
transformando sin darnos cuenta. El personal, sobretodo el del dique, estaba en
gran parte compuesto por trabajadores sindicados. Pero en esos momentos aún no
existían los consejos de salarios ni las ventajas sociales actuales. De
cualquier modo ya se comenzaban a obtener -en la década del 40- en virtud de
conquistas logradas por los sindicatos. Por consecuencia, se puede pensar que
ya existía unanimidad de criterios sobre las posiciones ideológicas
enfrentadas. El obrero no estaba
desubicado: sabía muy bien cu les eran las naciones implicadas en la
beligerancia y cu les las posiciones socio-económicas en el
concierto de esta contienda. Algunos
obreros eran verdaderos "capos" teóricos anarco-sindicalistas
la mayoría- que tenían bien claro su
posición asumida. Un día, en un aparte, un peón a quien yo no conocía, me
dijo despectivamente: -"sos un
espía alcahuete de los ingleses".
En ellos había un exceso de celo y desconfianza; una "bolsa de
trabajo" proveía a la empresa de personal especializado. En el momento en
que se declaró la guerra, se trabajaba a
dos turnos de 8 horas, pero muy poco tiempo después, cuando las cosas se
complicaron, fueron tres turnos. Una cuadrilla
operaba en la rada durante la
noche. Los principales clientes-que llegaban con máxima
urgencia-eran los mismos ingleses
provenientes de las Malvinas. Mensualmente arribaban al dique, dos
barcos: el Laffone y el Fitz-Roy, as¡ como también otros de poco tonelaje
pertenecientes a la marina mercante inglesa, que se veían obligados a reparar
sus maquinarias. No recuerdo si en ese período se produjeron sabotajes, pero
era notorio que la gente no trabajaba a desgano, más bien el ritmo era febril
porque los salarios y horas extras sobrepasaban
a los comunes pagados por otras
empresas similares. Había que caminar a toda m quina, y los ingleses lo
sabían: la guerra imponía su paso y cada hora
de espera en tierra, tenía su correlato en la carrera bélica.
La
noticia de que el Graf Spee estaba en el puerto fue traída esa mañana al dique por alguien que la
hizo correr como un buscapiés.
-Está
en el puerto, con un bruto rumbo a proa.
-Ese alemán no entra al dique.
-No
tengas cuidado -le contestó otro-.Los ingleses lo van a acariciar cuando salga
del puerto...
Y siguieron los chistes irónicos.
A
media mañana los comentarios hablan
tomado una dimensión alarmante; se agrandaba y se retorcía lo que las
radiodifusoras propalaban a los cuatro vientos. Era imposible sustraerse al
impulso de las versiones más inverosímiles. El abejorreo impedía que el trabajo
siguiera su marcha normal y tampoco yo pude zafarme del hechizo: me quemaba por
saber más del suceso. Mi horario terminaba a las 10 y 30, y desde allí al
puerto era una pasada de diez minutos en tranvía. No resistí y me trepé al
primero que me llevaba hasta allí. Recuerdo que entré por la puerta de la calle Colón, sin ninguna clase de impedimento. Y allí
estaba el señor, el monstruo, el fantasma, pegado al muro, como si saliera de
entre los adoquines del pavimento del muelle principal. Su panza mostraba
escandalosamente su formidable herida insangrienta, proferida sin anestesia por
un obús inglés. ¡Qué sensación de pequeñez sentí al estar junto a esta montaña de acero gris!
podía casi tocarla con mis manos, rozar mi palma contra el casco para ver si
podía limpiarle la sangre humana que, sin verse, sin embargo se olía allí dentro, y se oían
los lamentos de dolor de los heridos. La
angustia patética estaba pintada en los rostros de los marinos compañeros
apostados al borde; y por el agujero del rumbo gigantesco se veía la barahúnda
de su estructura interna, deshecha, como si alguien hubiese arrojado al azar una montaña de
desperdicios dentro de esa mole equivalente a un edificio de
varios pisos. ¡Cómo pudo llegar hasta allí, con precisión milimétrica, entrando
a la rada con la habilidad profesional de marinos desconocidos, por la noche,
Sin un práctico experimentado! Todo el mundo conjeturaba, tratando de
explicarse, al principio, cuáles fueron las razones que obligaron al capitán
Langsdorff a recalar en nuestro puerto. Pero, aparte de la urgencia de las
reparaciones, nos dimos cuenta que hubo otra razón, aún más importante: había
que prestar ayuda médica a decenas de
hombres heridos que se estaban muriendo; y la necesidad de darles sepultura a
36 marinos muertos que venían a bordo. El acorazado entró a puerto esa
madrugada, con sus luces apagadas, como arrastrándose, agonizante, pero como el
Ave Fénix, se disponía a curarse para seguir peleando.
Apunte de Luis Carrero Blanco
"El 14 de diciembre, la representación
alemana en Montevideo, solicitó del gobierno uruguayo un plazo de quince días
de permanencia en puerto para que el buque pudiera reparar sus averías. Parece
ser que, de primera intención, el Gobierno del Uruguay se mostró dispuesto a
conceder dicho plazo, incluso a que fuese mayor; pero horas más tarde -y cabe pensar que por presiones del Ministro
inglés (Mr. Milligton Drake)- designó una comisión de técnicos para que
dictaminara sobre el tiempo que el buque tardarla en reparar las averías
indispensables para poder hacerse a la mar. Los técnicos de esta comisión
estimaron que las averías del casco podían quedar listas en setenta y dos
horas, pero no apreciaron la importancia de las obras que era preciso hacer
para que las cocinas y la panadería del buque, destrozadas por el fuego de los
cruceros ingleses, quedaran en estado de ser utilizadas, lo que, evidentemente,
tenía una gran importancia en un buque de m s de mil hombre de dotación
que tenía que efectuar un viaje hasta Alemania.
El
Art.17 del Convenio de La Haya ,
prescribe que no se harán en puerto
neutral a los buques beligerantes, más reparaciones que las indispensables a la
seguridad de navegación, sin acrecentar su fuerza militar. ¿Qué interpretación
podía darse a este artículo que ordena la reparación de las cocinas y
panadería? ¿Se podía considerar estas obras como indispensables para la
seguridad en la navegación, o cabía estimar que acrecentaban la fuerza militar
del buque?...
Pero
las presiones son las presiones, y el Gobierno Uruguayo comunicó al ministro
alemán que el Admiral Graf Spee debía hacerse a la mar antes de las 20 hs. del
día 17 de diciembre".
Engorroso
debió ser el litigio para nuestro ministro de Relaciones Exteriores, que en ese
momento ejercía el Dr. Alberto Guani.
La
ruptura de las relaciones diplomáticas entre Uruguay y Alemania, se produjo el
24 de enero de 1942.
Esa
tarde, el público, silencioso y dolorido, permanecía de pie junto al buque,
como si le estuviera haciendo una
guardia de honor. Y, en verdad, que tácitamente se le estaba hac¡endo, ya que el dolor
por el semejante no tiene
fronteras para manifestarse en tales circunstancias. Hoy, a los sesenta
años de ese suceso, no es menor mi pena,
ni el dolor que siento por la muerte prematura de esos muchachos alemanes, as¡
como también por los ingleses jóvenes que se sumaron al holocausto de una
guerra que recién empezaba. Yo me pregunto si en este lapso no ha podido el
hombre recapitular sobre su barbarie tanto como para evitar la atrocidad de
otras guerras que se vislumbran en el horizonte...
Y
as¡ fue. Ese domingo, 17 de diciembre de 1939, poco después del mediodía, bajo
una apacible atmósfera de bonanza, que aparentemente alejaba de nuestra ciudad
la posibilidad de un bombardeo, una de
las conjeturas irracionales que corrían,
el gigante herido, escorado a estribor, fue saliendo de la rada, como un
paralítico que arrastra sus piernas dificultosamente. Yo me había ubicado sobre
los empinados canteros de gramilla de la
parte trasera del cementerio Central, como uno más, dispuesto a presenciar un
espectáculo. La población montevideana estaba asistiendo, impávida, a uno de
los acontecimientos bélicos más importantes de la Segunda Guerra
Mundial, sin tener para nada en cuenta el azar inesperado que nos juega una mala pasada en la determinación
de los hechos. En un segundo se modifica el curso de la historia sin tener uno
la posibilidad de ser actor participante.
Pero también resulta doloroso saber que son los hombres que hacen y deshacen a su arbitrio las
estructuras del mundo en que nos movemos, y
que la humanidad las modifica en un abrir y cerrar de ojos. En ese
momento yo tenía la atención puesta en el desplazamiento perezoso del herido. Miles
de conciudadanos -quizá con familiares en Europa- podrían también estar
junto a m¡ con la mente puesta en los horrores de los campos de batalla,
rezando con toda la fuerza de sus convicciones, en un acto de misticismo
¡integro. Mirábamos, sin mirar, el apacible
e inocente mar, con los ojos enrojecidos por la vigilia y la fatiga.
Miles de espectadores asistían a la consumación de un acto imprevisible, con el
corazón oprimido por la angustia y la expectativa. El silencio solemnizaba un
paisaje inerte, en donde también los estáticos
edificios de la rambla, impávidos armonizaban en ese gran telón de la zozobra.
El
gigante pareció haberse detenido: no debíamos perder el más mínimo detalle.
Diríase que el mundo no respiraba.
Súbitamente
detonó el espacio, ese espacio ingrávido y solemne como la pintura de un paisaje
lunar, y desde el cuerpo del gigante, se alzó, simultáneamente a la explosión,
una gran columna de humo y fuego; y un objeto indescriptible se remonta
espiralando el aire y se perdió entre una
nube enormemente negra.
¡Horror,
horror! ¡Montevideo escenario de un espectáculo dantesco nunca visto! La expectativa paralizante duró varios
segundos, pero la gente comenzó a interrogarse, azorada:-¿y los marinos
alemanes? ¿Dónde están? ¿Dónde quedaron?
¿Será posible que se hayan inmolado? Desde una difusora se propaló: "¡es
casi seguro que hayan quedado atrapados! ¡Hasta se podría decir que desde acá
se huele la carne humana quemada! ¡Dios mío!-continuaba el locutor- ¿será
posible?".
Esta
suposición enfermiza del locutor caló en los ánimos predispuestos. Cientos
de personas empezaron a llorar y a proferir hayes y lamentaciones... ¿Será
posible que esos bárbaros alemanes se
hayan sacrificado? Comenzó la psicosis colectiva a hacerse presente y todo el
mundo, luego, perdía la razón diciendo las tonterías más ñoñas jamás
escuchadas.
Casi
inmediatamente, el cielo comenzó a poblarse de aviones que surgían, como por
arte de magia. En la línea del horizonte
aparecieron súbitamente las siluetas borrosas de dos barcos de guerra: eran el
Achilles y el Cumberland que lo vigilaban
de cerca dispuestos a liquidarlo no bien lo tuvieran a tiro. El buque
comenzó a escorarse muy suavemente y desde nuestro lugar, solo veíamos una
inmensa hoguera que lo envolvía con un manto de humo espesísimo. Casi no se
distinguía la torre mayor, que en el puerto me había llamado la atención su
enorme altura. El gris plateado que lucía
su estructura, le daba la majestuosidad de algo indestructible; no nos podíamos convencer que un monstruo
construido para vencer en las batallas, fuera a convertirse, en pocos minutos, en
una hoguera.
Pero
esa tarde en vista de que no había posibilidad de combatir, por inferioridad de condiciones, ni
de escapar a lo que el Comandante llamó "la trampa de Montevideo",
decide hundir el barco.
Creo
de interés transcribir la carta que el Comandante H. Langsdorff le envía al
embajador alemán en Montevideo.
"19 de de diciembre de 1939.
Excelencia:
Hans Langsdorff |
Tras larga lucha decidí hundir mi
barco para evitar que cayera en manos enemigas. No podía combatir con las
escasas municiones que tenía. Un combate quizá hubiera provocado que mi barco
cayera en poder del adversario Como mi decisión podía ser interpretada
erróneamente por personas que ignorasen estos motivos, decidí aceptar las
consecuencias inherentes y seguir el destino de mi buque Arreglado el bienestar
de la dotación a mi mando, al no poder ya tomar parte en la lucha activa por mi
país, solo me queda demostrar que los combatientes del III Reich están
dispuestos a morir por el honor de su bandera. Enfrentándome con mi destino,
con fe ciega en mi patria y en mi Führer.
Esta carta que escribo después de una
sosegada meditación en la quietud de la tarde, se la dirijo a Vuestra
Excelencia para que informe a mis jefes superiores y desmienta, si fuera
necesario, los rumores públicos.
Hans Langsdorff."
El
acorazado permaneció varias semanas sin querer desaparecer bajo las aguas. Dijérase
que pretendía ser el testimonio fehaciente más cruel y patético que quedaría
como un recuerdo imborrable para las futuras generaciones. Nuestro crucero
Uruguay, apostado a unas tres millas de distancia, entre el barco y la costa,
hacía su guardia perenne con su tripulación alerta. Recuerdo que el señor Márquez,
un comensal de la pensión en donde yo vivía, diariamente subía a mi pieza y me pedía los prismáticos
para observar de cerca el
"Uruguay". Mi altillo en cuestión estaba situado frente al viejo
mercado de la calle Reconquista y desde
ah¡ parecía tener el Graf-Spee a mis pies. -"Es que mi hijo está
haciendo guardia en el "Uruguay", ¿sabe?"- me confesó un
día, angustiado, el señor Márquez.
El
barco permaneció durante años, en el
mismo lugar, sin moverse un milímetro. Luego me enteré que piratas-ladrones, poco
a poco, se llevaron la obra muerta, material de bronce de gran valor, como
chatarra hasta que, finalmente, lo dinamitaron sin quedar vestigios
testimoniales de lo que fue "La
Batalla del Río de la Plata ".
Esta
es la historia que me propuse contar a mis coterráneos; historia que subyace
en mi recuerdo vivo y que debo contarla como si tuviera una obligación con los jóvenes de mi ciudad.
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