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Edvard Munch
en el Centro Pompidou
en el Centro Pompidou
Álvaro Parés
(desde París)
Al fin lo fui a ver, la prolongaron por causa de afluencia
record, anda bien y les manda saludos! El grito no estaba...
El viejo Edvard Munch no fue nunca un encerrado amargado
como se dice, salía mucho y filmaba en la calle, o más bien hacia «experiencias
visuales» con una camarita blanco y negro.
Te agrego algunas fotos (de cuadros y ambientes) como de
lo que se ve saliendo, siguiendo al dos veces maestro Sacha Guitry que decía
que «el silencio después de Mozart, es también de Mozart». Así Paris cambia
después de Munch.
Lo que le trotaba en la sabiola al Edvard es más bien
compresible cuando sabes que, como si hubiera sido un yuyo venenoso, se le
murieron todos en un radio familiar, hermano, hermana, padre, madre y algunos
amigos para hacer una cuenta redonda. Sin contar que cuando todo iba mejor cae
la famosa fiebre amarilla también llamada española de 1919/20, que terminó con
los que se habían salvado de la carnicería de la primera guerra, también
llamada la «gran» guerra, anda a saber por qué errancia verbal. De viejo perdió
casi completamente la vista (ver dibujos de círculos) «veía» un pájaro dentro
de su ojo.
El cuadro en el que está sentado con su propia sombra
«despegada», es el último que hizo, se levantó para esas pinceladas y murió...
¿Habría pintado si hubiera nacido en Tahití rodeado de una
familia de robustos cómicos? En Suiza durante siglos nunca hubo revoluciones,
ni masacres, ni guerras atroces, solo felicidad, orden y pulcritud, pero lo único
que inventaron fue el reloj cucu... De ahí a afirmar que se precisa ser infeliz
para ser creativo hay media corchea, pero tampoco nos vamos a poner comunistas.
Lo realmente sobresaliente de sus cuadros, grabados, fotos
y otras incursiones en lo visual, fuera de la insolente modernidad que ejercía
en todo lo que tocaba, es el tremendo contraste entre los temas (operaciones,
peleas, muertos, enfermos, suicidios, locura) y los colores, siempre alegres,
brillantes, contrastados, composiciones osadas pero siempre sólidas como un
roble.
Podría tenerlo a Van Gogh de vecino en el banco de los
mal-juzgados, del que todo «comentador serio» te va a decir que era un loco
violento, paro cuando ves sus cuadros originales constatas que lejos de ser así,
era un gran tierno frente al eterno.
Era un falso truculento, o un optimista desesperado. Un
irreverente respetuoso, un vehemente lucido. O sea un tipo bien.
Aunque noruego. Nadie es perfecto.
Anyway, como dicen en el Lancashire, y como decía el viejo
Parés «un paisaje no se cuenta». Si la pintura de Munch fuera explicable o
traducible en palabras, hubiera sido escritor y no pintor!
Paradojalmente un cuadro es «útil» o «importante» cuando
mirándolo, no lo ves.
Me explico: El cuadro trascendente, aquel que no se
herrumbra y que siempre flota, es el que cuando entrás en su área, en su zona
de influencia, produce una resonancia, te despierta un millón de conexiones, se
vuelve entonces invisible y te deja ver a través de él mismo una serie de cosas
que no están pintadas, para hacerla corta, te llena de ganas de salir corriendo
del museo y ponerte a hacer algo vos mismo.
Están más allá del «me gusta o no me gusta».
Para esto, de más esta decirlo, hay que ser dos, es
imprescindible haber aprendido a ver y/o a escuchar antes de poner los pies en
estas áreas.
Paul Klee (otro
doble astuto!) decía que no era pintor sino «mostrador de cosas».
Desde Altamira, Lascaux y más allá del terraplén, los
pintores (como los escritores, los músicos, escultores, teatreros y otras
yerbas, cada uno en su cada cual) son «chamanes» dueños auténticos de lo
espiritual, su única tarea es abrir puertas hacia los posibles.
Munch es uno de esos.
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