De como hube
comprobado que contar historias medievales, te acarrea mas enemigos de los que
puedas enfrentar
con mil puñales
Escriba
Medieval
Había una vez en
una pequeña y lejana comarca un Señor feudal que reinaba sobre su pueblo desde
un antiguo y coqueto palacio.
Los habitantes de la aldea a orillas del
gran Lago Negro tenían por costumbre –trasmitida de generación en generación-
fablar a escondidas unos de otros, asunto que no sabía de clases sociales. El
tahonero fablaba a escondidas de la mujer del sastre; las hilanderas de Don
Juan el Boticario, el paje del Señor de las Damas de compañía, y el tabernero
medía con sus brazos el tamaño de los cuernos del tahonero (medida quizá
aplicable a los suyos propios).
Sin embargo era común verles saludarse
gentilmente todos entre si a la salida de la misa; en las celebraciones
organizadas por el Amo, o en las fastuosas fiestas de palacio.
Pero las intrigas pueblerinas no habrán
de ser hoy motivo de éstas escrituras, sino que relataréles algunos aconteceres
que hube descubierto un día que decidí ir de visita y pasearme por la aldea.
Silbaba este humilde una alegre
tonadilla mientras pateaba piedrecillas por las calles, hasta que encontróse
con un gentilhombre parado en una esquina. Como era plena mañana y el sol
brillaba en todo su esplendor (valga la frase repetida), este Escriba no sintió
temor (pese al recuerdo de Eustaquio) y espetóle una pregunta:
-¿Podríais decirme gentilhombre donde
puedo encontrar una taberna para apagar mi sed?- (evidente que hoy no tengo mi
verba original)
Pero antes de emitir una palabra amable,
el moço miróme fijo y huyó espantado.
Despojado que hube mi mente de
preocupaciones fútiles, continué mi camino decidido a comerme un chivito en el
carrito de los hermanos Lisor-Ios, pero no bien arribé al pie del comedero, los
viandantes que rodeaban el rodado salieron de estampida (algunos sin dejar los
maravedíes que corresponde).
Dispuesto a averiguar el motivo del
espanto que ante mi presencia producíase, busqué presto una botica para verme
en un espejo, pero…!oh, desdicha!... el boticario escondióse tras redomas y
anaqueles gritando: ¡está cerrado…salgo a comer!...
Igualmente ignorélo y puse mi cara
frente al vidrio que devolvióme la imagen de mi rostro. Nada raro vi. Allí
estaban mis arrugas, mi nariz de gancho, mis pelos blancos y ralos, y mi barba
como seto de espinas. En vano busqué erupción o pústulas, y aún estirando mis
párpados en busca de una tormenta de venas sangrientas nada encontré. Fuíme
entonces del lugar, aunque un poco mas preocupado que antes. Tres calles mas
abajo di de jeta con un antiguo colega de juergas juveniles, pero antes de
poder saludarle el hombre díjome: ¡ossaludoescribaesperoque tengáisbuenos
diasperodeboirmepuesandoconprisaymucha!.
¡Y fuese de prisa!
Andando las calles pueblerinas
encontróme el mediodía. Hambriento, sediento, y esperpento, según constatar
pude, pero aún sin saber el motivo de mi peste.
Y fue a la salida de la aldea, allá,
donde los campesinos labran la tierra con sus bueyes (cuando los pierden lo
hacen con los asnos) que uno dellos dignóse convidarme un vaso de leche (que
bebí, pese a mi intolerancia a la lactosa, lo cual producíame inmunda
flatulencia) y viendo a todos lados con temor, díjome:
-Debes saber Escriba que no sois
bienvenido en la comarca-
-¿Y cual es la razón? Indaguéle como si
no me importara del asunto.
-Sencillo –fabló el hombre- tu eres
molesto como grano en el cubo.
-¿Y por qué razón molesta un solo grano
si en el cubo no se ve?
-Porque acá todos ven el grano en el cubo
del otro, pero no ven el silo en el propio-
-¡Ah! –respondíle- me quedo mas
tranquilo, pero sigo sin entender nada-
-No importa…solo vete, y cuando solo
estés piensa si lo que escribes verdad es. Entonces entenderás por qué te huyen...-
Una vez de regreso en mi scriptorium, sentéme
frente a un vaso de vino y lancé una mirada a mi vida pasada. Apelé a la
memoria, y recordé que mis rodillas jamás habían tocado la tierra en señal de
reverencia ante nadie. No tenía dos maravedíes en mi talego, pero pensé: -si ese el precio por decir la verdad,
satisfecho estoy-.
Llegaron a mi mente las palabras del
campesino…y entonces, entendí.
Moraleja:
Cuando no seáis
condescendiente, ni adulón, ni alcahuete del Señor o el Arcipreste, te
encontrarás tan solo que –leproso- ni el propio Jesús liberarte ha de tu peste.
1 comentario:
Escriba¿Cómo es que demoró tanto en darse cuenta?...aunque en verdad ni cuenta se dio de no ser por ese augur que vio volar unos pájaros pechuga blanca y adivinó la razón del padecer de su exclusión por cuarentena aldeana.
¡Es preocupante! ¿Acaso cuando desde el scriptorium salían sus ácidos bandos ¿no tenía Ud. la más pálida idea del efecto que los mismos traerían? Si no se percataba,su verba era, entonces, disculpe,i-rresponsable.Ni alcanzaba a ser temeraria pues aunque mas no sea un mínimo cacho,tendría que haber tomado conciencia de la veleidosa probidad de los hombres cuando los aguijonean seres humildes que no están trepados en la alta tarima , siendo la de ellos el podium del Poder...es decir el de los efímerpos Poder-osos.
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