viernes, 23 de marzo de 2012

El ejercicio de la memoria


Ángel Juárez Masares



El 13 de este mes se cumplieron 51 años del lanzamiento de la “Alianza para el Progreso”, programa cuyas consecuencias aún siguen vigentes y que –curiosamente- parece haber sido olvidado por quienes hoy lo sufrimos.
Allá por la década del sesenta, cuando el interés de los Estados Unidos por América Latina comenzó a incrementarse, se implementó un Programa de ayuda económica, política, y social, al que se llamó “Alianza para el Progreso”.
Su origen está en la propuesta oficial del presidente John F. Kennedy, en su discurso del 13 de marzo de 1961 ante una recepción en la Casa Blanca para los embajadores latinoamericanos.
La Alianza para el Progreso duraría 4 años, disponiéndose una inversión de 2000 millones de dólares. Sus fuentes serían de los EE.UU. por medio  de las agencias financieras multilaterales (BID y otros) y del sector privado, canalizadas a través de la Fundación Panamericana de Desarrollo.
Los detalles posteriores fueron elaborados y debatidos en la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES), llamada Conferencia de Punta del Este, que se dio del 5 al 17 de agosto de 1961 en Punta del Este (Uruguay) En dicha reunión habían delegados de todos los países miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA), incluida Cuba, representada por Ernesto Che Guevara. En esta reunión se aprobó la creación de la Alianza para el Progreso (ALPRO); en el texto oficial de su Constitución se establece su objetivo general: "mejorar la vida de todos los habitantes del continente"; para ello se proclamaron varias medidas de carácter social (educación, sanidad, vivienda...), político (defendiendo la formación de sistemas democráticos, según el principio de autodeterminación de los pueblos) y económico (limitación de la inflación, mejora de la balanza de pagos, siempre bajo la iniciativa privada). Para garantizar estos objetivos, Estados Unidos se comprometía a cooperar en aspectos técnicos y financieros. La opinión pública recibió con entusiasmo esta declaración, pero el programa fracasó debido a que, tras el asesinato de Kennedy, sus sucesores limitaron la ayuda financiera estadounidense en América Latina, prefiriendo acuerdos bilaterales en los que primaba la cooperación militar. Cuba se opuso a firmar la carta de acuerdo final.
Naturalmente podríamos continuar señalando aspectos de esa “Alianza”, que llegó acompañada de profusa propaganda destinada a direccionar la mente de quienes por entonces teníamos 10…12 años de edad. ¿Cómo? Recordemos por un momento las coloridas revistas de 16 páginas editadas en México, donde leíamos las aventuras de “cow-boys” justicieros, como Roy Rogers, Gene Autry, y tantos otros, e íbamos a la “matinée” a ver películas (en blanco y negro) donde los valientes soldados norteamericanos (con el “sargento” Tony Curtis a la cabeza) rescataban prisioneros de las garras de los “malditos japoneses” (que años mas tarde les “invadieron” el mercado automotriz de camionetas Toyota).
Esa generación no creció leyendo historias de cosacos, sino atemorizada por la “amenaza del oso ruso”, claramente explicitada a través de Selecciones del Reader´s  Digest, uno de los instrumentos propagandísticos más inteligentes que hayan existido.
Luego llegó la escalada de los años 70: el avasallamiento de la democracia latinoamericana instrumentada en el país del norte y organizada por Henry Kissinger desde Chile, y que contara en cada país con la colaboración de dirigentes políticos, parte de los medios de prensa, y ciudadanos que podrían separarse en tres grandes sectores: opositores, indiferentes, y colaboracionistas. Claro… en la actualidad, todos se declaran opositores.
Pasado el medio siglo de lo que para nosotros fue la génesis de la asonada política contra América Latina, y reconociendo que la complejidad del tema abarca múltiples aspectos imposibles  de abordar por una cuestión de espacio, es posible pensar que hoy día el riesgo mayor no lo constituye la “colonización cultural” norteamericana, ni la intención de los rusos de “llevar nuestros niños a Siberia”. Creemos que ese riesgo se ha instalado en los propios gobiernos a través de grupos sectorizados  de poder, cuyo tamaño irá en relación con la población o incidencia en el plano internacional de cada país. Países que crecen económicamente pero continúan teniendo regiones sumidas en la pobreza; enriquecimiento desmedido de unos pocos, e incongruencias incomprensibles de un mercado donde un deportista puede acumular 34 millones de euros en un año, llevan a pensar que nada ha cambiado desde el inicio de la historia de la humanidad. Sobre este mismo planeta la llamada “Máquina de Dios” (Acelerador de partículas) procura recrear el inicio del universo, mientras en África los Massai continúan drenando la yugular de sus vacas para beber la sangre.

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